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Me habló con nostalgia sobre Omar torrijos, de negociaciones secretas en las que participaron...

El cronista

Una noche de 1999, García Márquez , en calidad de entrevistado,abrió una puerta de su vida para que un colega pudiera escribir un buen perfil sobre él.

Jon Lee Anderson*
3 de marzo de 2007

En la noche del 2 de mayo de 1999, sentado en una cómoda alcoba en su apartamento en Bogotá, debajo de un imponente cuadro en blanco y negro de Botero, Gabriel García Márquez recibió una llamada de un íntimo amigo suyo. Era Jorge Ritter, el entonces canciller panameño. Ese día se habían celebrado elecciones en Panamá y ya estaban en el proceso de conteo de votos. Ritter pertenecía al partido oficial de centro-izquierda que Gabo apoyaba y que tenía como candidato presidencial a Martín Torrijos, hijo de su fallecido gran amigo el general Omar Torrijos. La rival era Mireya Moscoso, populista de derecha y viuda del tres veces presidente Arnulfo Arias.

Martín Torrijos era un joven de 35 años, moderado y amable, sin mucha experiencia gubernamental; había estudiado ciencias políticas y economía en una universidad de Texas y había fungido como viceministro de Seguridad en el gobierno saliente. Moscoso, cincuentona y contando, era ama de casa y poseedora de un título en diseño de interiores de la Miami-Dade Community College. Ninguno, en realidad, estaba capacitado para asumir la Presidencia de su país; el sello que los distinguía era estar relacionados con dos figuras históricas del poder panameño. De todos modos, para Gabo Martín Torrijos era infinitamente mejor que Moscoso. Tenía la ventaja de ser joven y de poder crecer en el cargo. A eso se sumaba que era Torrijos.

Esa noche, en Bogotá, yo había acudido al apartamento de García Márquez para entrevistarlo. Estaba armando un perfil suyo para la revista The New Yorker y él me estaba colaborando. El mes anterior, en Barcelona, habíamos comenzado nuestras pláticas con tres sesiones iniciales. Pasado un par de semanas yo había viajado a Colombia para ahondar más en su vida.

Después de la primera llamada de Ritter seguimos con nuestra charla, pero el Canciller interrumpía cada media hora para mantener a Gabo al tanto de lo que sucedía. Cuando sonaba el teléfono, Gabo siempre lo recogía con alacridad. Para compartir los resultados conmigo repetía en voz alta lo que le decía Ritter. Las interrupciones, en realidad, me venían muy bien porque justamente lo que más me interesaba conocer era el quehacer político de Gabo quien, aparte de su amistad con Torrijos, era el íntimo de Fidel Castro, de varios Presidentes colombianos, y muchos más. Hacía un par de años, había entablado también una amistad cercana con Bill Clinton.

Pasaron las horas. Todo indicaba que Torrijos iba a perder. Gabo me habló con nostalgia sobre Omar Torrijos, de negociaciones secretas en las que los dos habían participado durante la revolución sandinista y también habló de otras misiones que asumió y mensajes que llevó entre diferentes lideres de la región para tratar de resolver el conflicto colombiano.

Cerca de la medianoche Ritter llamó de nuevo. Gabo le habló escuetamente y colgó. Con tono resignado me informó que ya no quedaba ninguna duda de que Mireya Moscoso saldría ganadora.

Ya era tarde, era hora de irme. De regreso a mi hotel tenía la sensación de que Gabo amablemente se había hecho cómplice de mi pesquisa sobre él. El haberme incluido en las llamadas de Ritter había tenido el efecto de acercarme a su mundo político, que habitualmente mantenía reservado. Como periodista nato, Gabo entendía, estoy seguro, que para hacer un perfil de rigor como el que yo estaba construyendo tenía que incluir algo más que su historia contada y el still life de nuestras entrevistas. Para funcionar bien, tenía además que poseer movimiento, anclarse en la realidad de ese momento e impartir cierto drama a través de la resolución de algún problema, o sea, 'crónica'. Lo resolvió con generosa y discreta maestría, compartiendo conmigo su noche de suspenso ante la derrota por goteo de Martín Torrijos.

* Periodista. Escribe periódicamente en la revista The New Yorker para la que ha cubierto los principales conflictos de las últimas décadas. Entre sus libros se encuentran La Caída de Bagdad, La tumba del León y la biografía Che Guevara: una vida revolucionaria.