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| Foto: EFE

ESCÁNDALO

Esclavo sexual de una iglesia cuenta su escabrosa historia

En una carta dirigida al Papa Francisco, un misionero denuncia los abusos y maltratos de una comunidad de clérigos que tiene presencia en varios países.

3 de noviembre de 2015

El escándalo apenas comienza.

“He sido esclavo laboral y sexual de un grupo de depravados, encubierto por jerarcas de la Iglesia. En los tres años que estuve en la misión de Nariokotome, en Kenia, me trataron como una bestia de carga. Éramos unas 30 personas y a la esclavitud laboral se añadía la esclavitud sexual. Nos decían que la vida sexual activa es algo que Dios quiere y que también quiere que vayamos desnudos porque desnudos nos creó. Ayúdeme, Francisco. Ponga un poco de alivio en mi alma rota. No permita que otros muchachos sigan pasando por este infierno”.

Esas son las palabras con las que una víctimas le pide al papa Francisco que haga algo para frenar las violaciones en las que incurren muchos al interior del Vaticano. El testimonio fue divulgado este martes por la una unidad investigativa del periódico El País: “He sido un esclavo sexual de depravados encubiertos por obispos”.

La iglesia señalada se denomina Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol y de María Madre de la Iglesia (MCSPA, en sus siglas en inglés), que tiene obras de cooperación y desarrollo en África y Latinoamérica.

Los escándalos sexuales en la iglesia no son un tema nuevo, pero que se revele un aparato criminal dedicado a estas fechorías, sí lo es. La víctima que escribe esta carta (cuyo nombre se desconoce) califica a la MCSPA de “perfecta ingeniería del mal”, según se lee en El País.

Más adelante sugiere que “el Vaticano se enfrenta a un nuevo caso Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo que logró el silencio de incontables jerarcas durante décadas, sin que nadie, tampoco Juan Pablo II, frenara sus fechorías sexuales”.

Pero como en cualquier disputa, la cuestión probatoria es la que permite determinar y castigar a los responsables. Y hasta el momento, aún no hay un elemento de juicio contundente.

El sacerdote y médico Pablo Cirujeda, miembro de la iglesia señalada, asegura que “no hemos visto nunca ese campamento de los horrores que relata 'Paulino'” (nombre cambiado).

Basta con leer el testimonio de 'Paulino' para quedar estupefacto. “Ya solo confío en el Papa. Me duele no haber tenido agallas para denunciar antes. Me duele que durante todos estos años en los que no fui capaz de denunciar han seguido abusando de chicos y chicas. Yo ya no tengo miedo. Eso sí, me han quedado secuelas. Después de vivir a la deriva de Dios, no sientes nada. Ahora solo busco que lo que me pasó a mí no les siga pasando a otros. Espero que la jerarquía reaccione de una vez. Hay muchos obispos que lo saben. Unos por no complicarse la vida, otros por dinero, el caso es que no hacen nada. Yo mismo se lo conté a un obispo y no me hizo caso. El Dios que le juzgará a él también me juzgará a mí”. Sus palabras conservan el velo de un fiel creyente.

Enseguida, al entrar en los detalles del caso, la denuncia se torna escabrosa. “Al miedo se unía un inteligente lavado de cerebro. Estás en un desierto, en el extranjero, sin pasaporte, sin papeles, sin dinero. Dependes de ellos para todo y en todo. Eres su esclavo y, encima, maltratado. Primero, te arrancan de tu familia. Después, te hacen creer que eres una mierda que debes obedecer sin rechistar. Francisco Andreo montaba orgías con hombres y mujeres, en las que, a veces, participaba activamente y, otras veces, se dedicaba a mirar cómo una misionera fornicaba con dos negros. Cuando quería sexo, Andreo llamaba a un chico a su habitación. El día que me mandó llamar, me acerqué esperando lo peor. Me invitó a café y ordenó que nos dejasen solos. Me mandó desnudarme. Me senté en una silla, pero él me hizo echar en su cama. Comenzó a hablarme de sexo y a preguntarme si no se me levantaba. Después, comenzó a tocarme. Yo tiritaba de miedo. Al verme tan nervioso y que el pene no se inmutaba con sus manejos, me llamó moralista, me insultó, me echó del cuarto. Salí con el alma rota, la escena marcada a fuego en mi memoria”.

La exploración de este caso estuvo a cargo de una unidad investigativa del periódico El País. El artículo, titulado “He sido un esclavo sexual de depravados encubiertos por obispos”, lo firma Juan G. Bedoya.