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Sexo, mentiras, video… y Vicky Dávila

Imaginaba al procurador observando el video una y otra vez, atormentado por un sentimiento de atrayente repulsión, mientras comprendía que la escena configuraba, no un delito, sino, más grave aún, un pecado.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
20 de febrero de 2016

Tan pronto como publicaron el video en que Carlos Ferro, exviceministro del Interior, sostenía una conversación sexual con el capitán de la Policía Ányelo Palacio, me dispuse a hacer las tres cosas que hizo todo colombiano: quejarme de semejante violación a la intimidad; ver el video detalladamente comiendo palomitas, y lanzar en las redes sociales indignados comentarios que reclamaban ética y cordura.

Lo hice por hacerlo, es la verdad; porque, para ser franco, esta es la hora en que no termino de comprender el escándalo. Sé que, según Vicky Davila, el general Palomino está implicado en una red de prostitución homosexual, y que, al decir de ella, desde que se destapó el asunto, agentes de la Policía la están espiando. Pero haber publicado un video íntimo, de dos adultos que se juntan por voluntad, me hizo pensar que la denuncia de Vicky estaba pegada con babas, en todos los sentidos, y que se prestaba para múltiples equívocos en los diálogos callejeros:

–Le violaron la intimidad…

–¿A Vicky?

–No, al viceministro.

–Sí, debería renunciar…

–¿El viceministro?

–No, Palomino...

–Es otra víctima de las chuzadas…

–¿Vicky?

–No, el viceministro…

–Y le encanta hablar por micrófono…

–¿Al viceministro?

–No, a Vicky.

Reconozco que, en un comienzo, el video me dejó confundido porque respetuoso, como soy, de la intimidad de los demás, apenas lo miré por encima. Me sorprendió, sí, la referencia al tamaño (minuto 4:06); la advertencia de que hay pocos moteles con parqueadero privado (4:32) y el chiste del costeño (5:09), aunque lo entendí cuando repasé la grabación por quinta vez.

Pero no comprendía para qué la habían publicado, y de qué modo podía ser tenida en cuenta por la Procuraduría para comprobar la consumación de un delito.

Sí: sale un senador con un capitán, y los dos buscan un lugar en el cual tener sexo. Pero después de observar el video varias veces, (algunas, incluso, con amigotes colegas, en pantalla gigante, para podernos indignar de manera más vehemente) lo único que me resultó escandaloso es que exista una persona que se llame Ányelo, con Y. Y que, con semejante nombre, se dedique a ser policía, y no baladista.

Imaginaba al procurador observando el video una y otra vez, atormentado por un extraño sentimiento de atrayente repulsión, mientras comprendía que la escena configuraba, no un delito, sino, más grave aún, un pecado: el pecado nefando de un pecador que engaña a su esposa. Dispuesto, como buen fundamentalista, a perseguir infieles, optó por abrir investigación a Palomino, y lo anunció a su equipo de confianza: a su primer anillo, mejor dicho.

–Voy a clavar al general –advirtió ante la mirada atónita de sus siervos–. Con un pliego de cargos, se entiende.

Acto seguido, citó a una rueda de prensa en la que señaló la existencia de un comprometedor video en que aparecía un alto funcionario del gobierno, cuya identidad no ofrecía, pero del que daba pistas del tenor de “es el coequipero de un ministro que no puede decir la letra erre, mucho menos cuando pronuncie el apellido del viceministro en cuestión”. Y posteriormente filtró el video –esto ya es suposición– a La F.m., donde Vicky Dávila lo publicó como si la promiscuidad fuera delito. No lo es. Ni siquiera la ideológica, como la de Roy, quien salió a reclamar respeto por la intimidad porque, al parecer, su conductor también lo tiene grabado:

–¿Cuáles posiciones te gustan?

–Todas: he sido liberal, uribista, santista, vargasllerista: lo que me toque…

–¿Y hace cuánto no cambias de posición?

–Unos cinco meses…

–¿Te gusta aceitar la maquinaria?

–Sí, me encanta…

–¿Y qué, vamos a algún lado?

–Sí, sí, busquemos un antro.

–Puede ser la sede del Partido de la U.

–¿Pero tiene parqueadero privado?

Lo que sí comprendí fue la renuncia del general Palomino, pobre. La verdad es que, por culpa del escándalo, la vida se le estaba convirtiendo en un karma: si, como alguna vez señalé, ordenaba una batida, la orden se prestaba para comentarios. Si se salía de ropas con sus subalternos, también. Si pedía protección para sus hombres, lo mismo. Y no falta quien le eche en cara que, como director de seguridad vial, promovió el uso de policías acostados.

Comprendí su renuncia, digo, pero aún no comprendo lo que que sucedió. Esta es Colombia. A instancias del procurador, un video íntimo e inocuo tumba en simultánea a un general, un exviceministro y una periodista, mientras yo siento compasión por todos: por Palomino, fulminado sin pruebas, a quien se podía castigar de manera suficiente obligándolo a buscar el significado de su apellido en el diccionario de la Real Academia. Por Carlos Ferro, víctima, más que de una celosa, de una celada, al que rescata de la ignominia su digna esposa, la única heroína de la jornada. Por Vicky Dávila, valiosa colega, vulnerable a los errores, como todos, que en un instante pasó de ser periodista, periodista, a desempleada, desempleada. Y por este país en que el homosexualismo parece delito, los periodistas estamos desquiciados, el público hipócrita se rasga las vestiduras. Y, más grave que todo lo anterior, en el que los moteles no tienen parqueaderos privados.

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