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Más allá de Tres Caines

Se abrió el debate sobre cómo se contará masivamente la historia del conflicto colombiano. Eso hay que celebrarlo.

Marta Ruiz, Marta Ruiz
23 de marzo de 2013

Oportuno, sano y necesario es el debate que se empieza a abrir en el país a propósito de la serie de televisión Tres Caines. Hay críticas y defensas, boicots y vetos, cartas de protesta contra los actores y por lo menos una respuesta de Julián Román, pidiendo perdón si ofendió a las víctimas y reiterándoles su respeto. Es un debate que se debe dar con la profundidad que merece, dado que no es una controversia sobre gustos o disgustos en materia de entretenimiento; ni se agota en la ya conocida crítica al exceso de violencia en la televisión, y ni siquiera a que la historia esté narrada desde el punto de vista de los victimarios.

Estamos frente al mismo debate que han tenido que dar todas las sociedades: ¿Cómo contar, masivamente, la historia del país con todas sus miserias? ¿Cuál es la versión que quedará en la memoria colectiva? ¿Cuál será la versión que tendrá más peso, la que se impondrá con el tiempo? ¿La heroica oficial? ¿La de las víctimas? ¿La sangrienta de quienes empuñaron las armas?

Mucho me temo que la narrativa que se está imponiendo en el país, la del discurso oficial, que se reproduce en los medios, distorsiona la historia, la sesga, y prescinde de un contexto valioso para entender esta guerra.

Resumo así lo que se lee, se ve y se oye en los medios, con buena o mala calidad, como noticia o entretenimiento:

Todos vivíamos felices hasta que llegó la guerrilla. El conflicto social y político no aparece, ni las múltiples violencias políticas y criminales que están en la génesis de esta guerra interna y en la que han participado muchos sectores del establecimiento.

Narcotráfico, paramilitarismo y guerrilla son crimen organizado al margen del poder. En la realidad, ni los paramilitares ni las mafias se pueden entender sin sus vínculos con el poder, ni la guerrilla sin las ausencias y los errores del Estado y la clase política, y de sectores económicos que han sido aliados, amigos y socios de estos.

La violencia nace del agravio personal. Si bien una telenovela no es un tratado sociológico para entender la violencia, la ausencia de contextos sobre ella termina por simplificar la historia al extremo. La banalidad es el mayor riesgo.

Nadie les ha hecho resistencia a estos grupos. Esa es la parte más ignorada en esta narrativa. Los victimarios están en primer plano, los corruptos en segundo, y con suerte, las víctimas inermes en tercero. Pero quienes han sostenido la caña de un país con instituciones pocas veces han merecido un lugar.

El mal es simple, básico y debe morir. Aunque esta fórmula es muy vendedora, también es cierto que hoy día las series más exitosas de la televisión mundial se ocupan del mal, con todas sus complejidades (Homeland, The Wire, Breaking Bad por ejemplo) y no siempre con soluciones fáciles. Los arquetipos de personajes buenos y malos son propios de la televisión, pero simplifican las realidades de un conflicto.

Narrar la historia de Colombia, la traumática y la heroica, es una oportunidad que tenemos escritores, periodistas y creadores de todas las tendencias y latitudes. Es una tarea inmensa, estimulante y sin duda apenas comienza. Por eso el debate que se abre a partir de los Tres Caines es pertinente y hay que celebrarlo.

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