| Foto: Carlos Julio Martínez

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Es necesario que Colombia abra la puerta a los cambios sociales

James Robinson, autor del libro ‘Porqué fracasan las naciones’ y respetado ‘colombianólogo’, habla de las condiciones políticas por las que atraviesa el país en su coyuntura actual.

12 de junio de 2014

MARÍA JIMENA DUZÁN: ¿Por qué en Colombia hay casi más guerrillas que partidos políticos?

JAMES ROBINSON: Porque el  Estado no se ha interesado en incorporar a la población que vive en todo el territorio. Prueba de ello es que no hace presencia en una vasta porción del territorio colombiano. Tampoco construye carreteras y no le soluciona las necesidades básicas a esa población. Por eso cualquier actor armado ilegal puede llenar ese vacío institucional. Desde Pablo Escobar, quien pudo utilizar miles de hectáreas para cultivar, procesar coca y sacar la droga del país, durante muchos años, sin que nada le sucediera, hasta los paramilitares y la guerrilla. El hecho fundamental es que el Estado colombiano se acostumbró a gobernar a la Colombia periférica de manera indirecta, como si nunca hubiera querido ejercer esa autoridad.  Estuve en Quibdó, el verano pasado. A pesar de que es una capital de departamento, no tiene carreteras que la comuniquen con el resto del país. ¿Cómo es eso posible? Es como si Vermont, no tuviera carretera que lo comunicara con Boston.  Y ¿por qué no hay carreteras hacia Quibdó? Probablemente, porque a nadie le interesa la suerte de Quibdó, como tampoco les interesa quien la esté gobernando. Eso lo que crea es una población marginada,  con una muy mala calidad de vida, sin acceso a la salud, a la educación y con serios problemas con la titulación de sus tierras. La organización política del Estado y el estilo de hacer política en Colombia han contribuido a crear un Estado débil y eso es aprovechado por la mafia, los paramilitares y la guerrilla.

M.J.D.: Pero a lo largo de la historia se han hecho importantes intentos, todos fracasados. La reforma agraria de Lleras Restrepo, el PNR de Barco, y ahora el proceso de paz de Santos que habla de la paz territorial. ¿Por qué tantos fracasos?

J.R.: Es cierto que han sido varios los intentos que infortunadamente han fracasado, pero lo interesante es que siempre se vuelve a intentar. Ahora, el proceso de paz propuesto por Santos pretende abrir una vía para empoderar a la gente que vive en la periferia incentivando nuevas formas de representación política. Eso no va a ser fácil, pero es necesario que Colombia les abra la puerta a los cambios sociales. De hecho, hay países que han logrado sobreponerse a sus dilemas y han conseguido cambios, como sucede con Brasil, país que ha sido enormemente exitoso en reducir la pobreza, y aumentar la cobertura en educación durante los últimos 20 años. Si no hay cambios que impacten a la sociedad, la política no significará nada. Mire lo que ha pasado con tantas desmovilizaciones en Colombia: desde Guadalupe Salcedo, pasando por el  M-19, por el EPL, por las autodefensas. Y sin embargo, hoy estamos llenos de Urabeños y de Rastrojos.

M.J.D.: Usted ha trabajado el tema de las elites en Colombia. ¿Será que estamos ante un cambio de poder entre las elites tradicionales y ciertas elites regionales?

J.R.: Es un tema muy complejo. En Bogotá hay esta elite tradicional –los Santos, los Lleras, los López–. Probablemente el hecho de tener un tiquete presidencial con un Santos y un Lleras, no parece tan excitante como lo era antes. De otro lado están las elites regionales, las cuales gozan de una gran movilidad y van desde las que representa Uribe, el procurador Ordóñez hasta las que representa Sergio Fajardo. Yo diría que las elites tradicionales  tienen un poder menor sobre el país desde que el sistema de partidos colapsó en Colombia. Y que lo que está pasando en estas elecciones es que se está dando un replanteamiento del poder político impulsado por ciertas elites locales.

M.J.D.: ¿Y cómo ubicaría al expresidente Uribe en ese nuevo rol que están cumpliendo las elites locales?

J.R.: Uribe, evidentemente, representa ese poder de las elites rurales que se sintieron totalmente abandonadas por el Estado de los ataques de la guerrilla, vacío que, bien sabemos, ayudó de cierta manera a crear el paramilitarismo y que llevó al país a que en 2002 se eligiera a Uribe. En ese momento la percepción que había en el país por parte de esas elites era la de que no se le podía dejar a las elites tradicionales el tema de la paz porque posiblemente le iban a entregar el país a las guerrillas. De hecho, creo que este pensamiento sigue estando presente entre quienes se han opuesto al proceso de paz de Santos. Hay un país que ha vivido en carne propia el abuso de la guerrilla, que ha tenido que pagar la vacuna para evitar que lo maten, y esa realidad no se puede desconocer.  

M.J.D.: ¿Es bueno o malo que esas elites estén perdiendo poder?

J.R.: Yo creo que es bueno. Y creo, además, que mucho del capital político que tiene Uribe, viene de su habilidad para tratar con la gente del común, cualidad que los políticos tradicionales nunca han tenido. Mientras los últimos van a cocteles, Uribe se baja de su caballo, se pone su ruana y la gente del pueblo lo ve como un político confiable.  Esa es una de las razones por las cuales Uribe es tan popular.   

M.J.D.: Pero esas elites son a veces mucho más corruptas que las tradicionales…

J.R.: Eso es cierto. Por eso hay que estar muy atentos para evitar caer en el escenario que sucedió en Egipto, donde una dictadura militar acaba de ser reemplazada por otra del mismo corte.  El desafío de Colombia es ese: impedir que las elites tradicionales terminen siendo reemplazadas por nuevas elites con las mismas formas de hacer política. Lo que hay que impulsar es lo contrario: un cambio que le permita abrir nuevas oportunidades  para crear algo distinto y más democrático.

M.J.D.: ¿Y usted cree estamos haciendo lo segundo o lo primero?

J.R.: No sé si el cambio que se está dando vaya a ser para crear algo distinto. Yo desearía que así lo fuera, pero no estoy muy seguro de que eso vaya a suceder. Solo le diría que en Colombia hay elites regionales diferentes a las que representa Uribe que no son clientelistas, como sucede con las que representan Sergio Fajardo, Antonio Navarro y hasta el mismo Mockus que no son clientelistas y que ponen el énfasis en la educación. Evidentemente hay espacios en donde se están haciendo cosas muy interesantes que pueden en cualquier momento producir un cambio en la forma de concebir la política y de hacerla. Mire a Ecuador. Nadie se imaginó que un presidente como Correa hubiera podido llevar a su país hacia donde lo ha llevado. Los cambios vienen de la mano de un liderazgo político que sea capaz de interpretar bien los problemas de Colombia y eso lo ha sabido captar Uribe. Y hay alguien que tiene que salir a proponer algo más interesante que lo que está proponiendo Uribe.

M.J.D.: ¿Y ese ‘alguien’ no es el presidente Santos?

J.R.: Yo creo que Santos ha tenido dificultad de vender la paz que él propuso. Y eso demuestra que tiene problemas de liderazgo. Sin embargo, creo que el gran aporte que ha hecho es el proceso de paz con las Farc. Y lo entiendo como un proceso que les está abriendo a los colombianos la oportunidad de crear ese espacio que permita concebir algo distinto para que esta sociedad cambie.   

M.J.D.: ¿Usted por qué dice que el sistema de partidos en Colombia colapsó?

J.R.: ¿Acaso hay alguna duda de que los partidos tradicionales están colapsados? Si no están muertos, por lo menos no significan lo mismo que antes. Pero para serle franco yo siempre he creído que esos partidos eran partidos-fantasmas porque solo servían para ganar elecciones y eran manejados desde el centro. El procedimiento era simple: hacían trato con las elites locales para que estas le entregaran votos a cambio de contratos. Esos partidos nunca fueron colectividades de base, con miles de miembros, como sucede con los partidos fuertes como el PT de Brasil o el PRI de México. Por el contrario, eran partidos más bien manejados de manera central, sin que tuvieran que tener una organización territorial.  Probablemente a eso contribuyó el Frente Nacional, que dividió el poder entre ellos, hecho que convirtió en innecesaria una organización de base.  Ahora, es evidente que Colombia está en proceso de construir nuevas instituciones políticas. El expresidente Uribe, tan exitoso, prácticamente  no tiene partido, porque basta con él mismo. El éxito de Mockus indicó que había mucha gente en Colombia que quería el cambio, pero desafortunadamente esas ganas de aire fresco en la política no le alcanzaron para crear un partido.  Yo creo que los dos se equivocan en eso porque una organización política significa poder.  Mire el PT en Brasil, mire a los cocaleros en Bolivia, que son la base política del poder del presidente Evo Morales.  

M.J.D.: ¿Qué presidente de Colombia le gusta más?

J.R.: Muchos presidentes han hecho cosas importantes por este país. Creo que Carlos Lleras era un hombre comprometido con las reformas sociales. También diría lo mismo del expresidente Uribe, a quien hay que reconocerle el crédito de lo que Santos ha logrado en La Habana, avances que no se hubieran podido lograr sino es por los ocho años de campaña militar. Pero también considero importante al presidente Santos, con la Ley  de Víctimas, el proceso de paz, el cual ha intentado impulsar en medio de una gran oposición. Tal vez el único que no tuvo una gran contribución fue el presidente Turbay.