| Foto: Juan Carlos Sierra

OPINIÓN

Soledad Acosta, la historia y la condición de la mujer

Fue precursora de los derechos de la mujer de los que ahora tanto se habla y erudita en la historia de Colombia, no obstante que para algunos su enseñanza es “un desperdicio”.

Julio Londoño Paredes (*)
20 de enero de 2018

El abuso contra la mujer ronda no solamente al presidente Trump, sino al ex primer ministro Silvio Berlusconi que, a pesar de los problemas que tuvo, encabeza las encuestas para las próximas elecciones en Italia.
A la mujer desde los tiempos de Eva, se la ha calificado como la responsable de todas las desgracias de la humanidad “por haber tentado a Adán con el fruto prohibido en el paraíso terrenal”.

Incluso algunas religiones exigían y otras siguen exigiendo con diferentes pretextos, que las mujeres tengan el cabello cubierto, por ser una de las fuentes más evidentes “de tentación”. No sólo entre los musulmanes y los judíos, sino que, en el catolicismo, hasta hace poco se requería que las mujeres que al ingresar a las iglesias lo hicieran, al menos con una mantilla, so pena de ser expulsadas del recinto si el clérigo oficiante así lo disponía.

En Colombia la mujer hasta poco tiempo, no sólo carecía del derecho al voto, sino que no tenía cédula de ciudadanía, ya que era asimilada “a los salvajes y los analfabetos”. Solo durante el gobierno del general Rojas Pinilla adquirió ese derecho.

Por eso resulta muy significativo que un siglo atrás, una extraordinaria mujer, Soledad Acosta de Samper, se constituyera en la precursora de los derechos de la mujer, no solo en Colombia, sino en el continente. Fue la más ilustre novelista, periodista e historiadora colombiana del siglo XIX. Escribió veintiún libros de historia y fundó cinco periódicos, cuando una mujer ni siquiera podía pensar en semejante cosa.

Además, fue apoyada en forma entusiasta por su padre, el general Joaquín Acosta y por su esposo, el ilustre patricio liberal José María Samper, no obstante que los miembros de la familia eran generalmente los más severos censores de las mujeres.

Joaquín Acosta padre de doña Soledad, nació en Guaduas en 1800, compiló los títulos de nuestro país sobre la frontera actual con Venezuela, que en 1844 se vio por ello obligada a reconocer los derechos territoriales de Colombia, no obstante que poco tiempo antes había exigido a nuestro país toda la Guajira y gran parte de los Llanos Orientales.

Como algunos expertos han calificado la norma de la enseñanza obligatoria de la historia, dispuesta por una ley expedida a finales del año pasado como “un desperdicio” y una funcionaria del ministerio de educación ha aclarado que hubo una “mala interpretación” de esa disposición, no es de esperarse que los futuros bachilleres o “bachilleras” tengan idea de quién fue Soledad Acosta de Samper.

Pero no hay que preocuparse, ya que los muchachos egresados de prestigiosos planteles seguirán pensando que Tomás Cipriano de Mosquera es el alcalde de un municipio de Cundinamarca y que Atanasio Girardot es el dueño de una flota de buses intermunicipales. Además, continuaran ubicando cerca de Buenaventura a la desembocadura del río Magdalena y a Tumaco, en la margen del río Amazonas.

Curiosamente los que sí han sabido donde quedan esos “remotos territorios” y tienen su propia versión del devenir nacional en el último siglo, son los integrantes de los grupos armados que han azolado el país, que además piensan que los atropellos durante muchos años contra las mujeres incorporadas a sus filas, algunas de ellas menores de edad, son simplemente “avatares de la vida en campaña” que por su condición debieron afrontar.

(*) Profesor de la facultad de relaciones internacionales de la Universidad del Rosario y miembro de la Academia Colombiana de Historia.