NUEVA ECONOMÍA

La revolución tecnológica

Lo que ha ocurrido en tecnología y telecomunicaciones supera a cualquier otro cambio en la historia reciente del país. Álvaro Montes hace un resumen de lo sucedido.

16 de mayo de 2015

Hace 30 años en Colombia no había internet, ni correo electrónico, ni reuniones virtuales, y las empresas no utilizaban Big Data ni inteligencia de negocios. No había teléfonos móviles y ni siquiera máquinas de fax. Ningún sector de la economía ha cambiado tanto como la tecnología y las telecomunicaciones en las tres últimas décadas. Había hidrocarburos y petróleo; había industria, agricultura y un negocio financiero consolidado, pero no existía algo que pudiera llamarse tecnología como sector económico que registrara algún número en el PIB.

El sector TIC representa hoy el 7,5 por ciento de la economía colombiana y ha crecido a una tasa de 9,9 por ciento anual durante la última década, según estimaciones de Fedesarrollo. El director de la Cámara Colombiana de Informática y Telecomunicaciones, Alberto Samuel Yohai, considera que es la nueva locomotora de la economía nacional y un estudio recién salido del horno de MinTIC y Dane le halla razón, pues encontró que el sector tiene una notable influencia en los demás sectores y que cada peso invertido en TIC genera 1,6 de ingresos.

El sector está en manos, casi en su totalidad, de capital extranjero. Los esfuerzos pioneros que se realizaban 30 años atrás para desarrollar una industria nacional de software murieron asfixiados por la apertura económica, junto con la llegada de la competencia privada en las telecomunicaciones y otras políticas trascendentales establecidas a finales de los ochenta y comienzos de los noventa, que le dieron al sector TIC el sabor y color que hoy tiene.
Pero los cambios más notables se registraron en el siglo XXI, cuando se dio comienzo a las políticas de masificación y conectividad que por 15 años y con considerable éxito han sido ejecutadas en el país (desde la Agenda de Conectividad del gobierno Pastrana hasta el Plan Vive Digital del gobierno Santos), y gracias a las cuales Colombia supera a Brasil en el Índice de Preparación Tecnológica (el Networked Readiness Index o NRI), que mide las condiciones de los países para aprovechar el uso de las TIC y ocupa un lugar a mitad de tabla en el Índice de Desarrollo de las TIC a nivel global.

David contra Goliat


El computador personal pisó suelo colombiano cuando apenas aprendía a caminar. En 1980, antes que IBM hiciera historia con su legendario PC, el ingeniero Manuel Dávila fundó Microtec, la primera compañía que comercializó computadores en el país. Vendió en Bogotá y Cali algo más de 1.000 unidades de los microcomputadores RadioShack y entre sus primeros clientes estuvieron Jorge Barón Televisión, Viajes Oganesoff, Rica Rondo y Supermercados Pomona.

Ese mismo año Germán Arciniegas abrió la primera distribución oficial de computadores Apple y en los tres años siguientes se establecieron las representaciones comerciales de otras marcas: Carvajal distribuyó computadores NEC y la cadena J. Glottmann introdujo los PC de IBM.

Las empresas se interesaron rápidamente en el software de gestión. Microtec vendía, por menos de 1 millón de pesos de entonces, un microcomputador traído de Estados Unidos al que agregaba un programa contable hecho en Colombia, desarrollado por Dávila en lenguaje Basic. Entusiastas ingenieros se aventuraron a forjar una industria nacional de software, que llegó a prosperar hasta finales de los ochenta.

Del antivirus PCCilina, creado por desarrollares colombianos, se vendieron más de 90.000 licencias. Hubo ilusión en la naciente comunidad de desarrolladores hasta la aparición, de la mano de la apertura económica, de las empresas multinacionales que coparon el mercado. Los sistemas operativos, la gran mayoría del software de negocios, la ofimática, las redes sociales y casi todas las modas tecnológicas vienen de Norteamérica y Europa y los colombianos solamente las consumen.

Pero en el segmento de computadores personales habría de ocurrir un hecho insólito con el que los gigantes extranjeros no contaban y que incidiría por casi dos décadas en la repartición de la torta. Una humilde familia del municipio de San Juan de Ríoseco (Cundinamarca), llegó a Bogotá buscando mejores oportunidades. Eran los hermanos Rubio, quienes establecieron la primera tienda de computadores ensamblados local y artesanalmente en Colombia, los famosos clones, construidos con componentes traídos de Asia. La liberación de la patente de IBM permitía el florecimiento de este modelo de negocio y los Rubio fueron los primeros en comprenderlo. Escogieron un pequeño espacio en el centro comercial Unilago en Bogotá, sin imaginar que desatarían poderosas fuerzas de mercado.

En 1990 Unilago estaba plagado de tiendas de clones y llegó a ser la galería más grande de informática en América Latina. Los clones fueron al menos el 50 por ciento de las ventas de computadores, según estimaciones de IDC, y un verdadero dolor de cabeza para las grandes marcas, que no podían competir en precio con las máquinas ensambladas localmente. Los clones permitieron a las familias de estratos medios y bajos y a las pymes hacerse a computadores y acercarse a la tecnología. La fiesta del clon se prolongó por casi 20 años, hasta la Ley 1111 de 2006 que eliminó el IVA para computadores cuyo precio no excediera las 82 UVT (hoy algo más de 2 millones de pesos), y permitió a las grandes superficies y a los canales mayoristas importar las marcas globales a precios competitivos y con sistemas de crédito. Hoy la producción de computadores ensamblados en el país es un negocio formalizado, en donde compañías como Janus, PC Smart y Compumax compiten en licitaciones públicas y copan al menos el 12 por ciento de las compras del sector gobierno. Según cifras de IDC, los computadores ensamblados en el país, incluyendo equipos con marca propia y clones ‘anónimos’, constituyen el 20 por ciento de las ventas totales.

Se despegan de la pared

En 1985 había menos de 2 millones de teléfonos fijos en el país. Para los colombianos la comunicación desde un dispositivo móvil era un asunto de viaje a las estrellas. Los teléfonos estaban atados a las paredes mediante cables y las empresas públicas de cada ciudad y Telecom manejaban la larga distancia. Hasta que, mediante la Ley 1900 de 1990, el Estado renunció al monopolio de las telecomunicaciones y comenzó la era de la competencia privada.

Fue una tendencia global que el Fondo Monetario Internacional se aseguró de ejecutar con rigor. La medida causó tensiones sociales y sindicales tremendas, incluyendo una recordada huelga de los trabajadores de Telecom durante el gobierno de César Gaviria.

Pero el verdadero tsunami en las telecomunicaciones estaba todavía por llegar. La aparición de la telefonía móvil, o celular como prefirieron llamarla los colombianos, introdujo cambios enormes en la cultura nacional. A partir de 1993, año en que se autorizó el ingreso de operadores móviles, el negocio de las comunicaciones pasó paulatinamente a manos de éstos. Celumóvil  Comcel, Occel, Cocelco y Celcaribe fueron las primeras compañías que se establecieron. Tras numerosas adquisiciones y fusiones el negocio quedó finalmente concentrado en las multinacionales Claro, Movistar y Millicom y la penetración del móvil alcanza hoy la cifra de 108 por ciento. Hay regiones del país en donde jamás se conoció el viejo teléfono fijo ni llegó el tendido de cobre, sino que pasaron directamente a las comunicaciones inalámbricas.

El primer teléfono celular que gozó de popularidad entre los colombianos fue el Nokia 5120, toda una ‘panela’ de media libra de peso, que la gente gustaba de llevar atado a la cintura, como un revólver. Y el teléfono más utilizado en la historia del país fue el Nokia 1100, que ocupa el mismo lugar del Renault 4 en el museo de las nostalgias tecnológicas nacionales.

Enredados en la telaraña

En 1990 varias universidades se conectaron a la red Coldapaq, creada por Telecom. Eran los primeros escarceos del país con el protocolo IP y la futura internet. Durante los siguientes cinco años maduraron esfuerzos de redes universitarias, con papel protagónico de la Universidad de los Andes y del ingeniero Hugo Sin, quien lideró la primera conexión oficial del país a la gran red mundial que hoy conocemos como la web.

Internet era, durante los años noventa, esencialmente un ejercicio de expertos y académicos. Pero en 2000 el mundo vivió la primera gran explosión del ciberespacio, y con el auge de los entonces llamado portales web el uso de internet comenzó a popularizarse. En nuestro país resonaron con éxito portales como Terra y Starmedia, y los medios de comunicación desplegaron sus primeros proyectos web.

Las cosas han cambiado. Hay 8,8 millones de conexiones a internet; 23 por ciento de los colombianos posee un computador; el comercio electrónico ya tiene sus primeros dientes y logró ventas por 3.500 millones de dólares el año pasado. Con 54 millones de suscripciones, en territorio colombiano hay más teléfonos móviles que televisores; 39.000 compatriotas trabajan desde sus casas a través del computador o el teléfono y hay tabletas en manos de niños en resguardos indígenas en el Vichada y en veredas de Casanare.

La famosa Ley de Moore, quien predijo que la capacidad de cómputo de los procesadores se duplicaría cada dos años, ha tenido un impacto medible en el país. El número de dispositivos que se comercializan anualmente en Colombia se ha multiplicado por 20 en los últimos 12 años, y la capacidad de cómputo se ha multiplicado por ocho, según estimaciones de Juan Carlos Garcés, gerente general de Intel Colombia.  El nuestro es uno de los cinco países del mundo en donde más se venden portátiles ultralivianos, es el mayor mercado regional de dispositivos 2 en 1, esos que son a la vez computador y tableta, y los colombianos son campeones latinoamericanos en la utilización de Facebook.

Hay universidades haciendo sus pinitos en robótica y en inteligencia artificial, hay rudimentos de ciudades inteligentes y hay ocho cables submarinos que conectan al país con el mundo. “Y ni siquiera podemos imaginar lo que va a pasar en los próximos 30 años, porque el proceso será más fantástico y disruptivo que lo que ha sido hasta ahora”, vaticina Yohai.