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CULTURA

Una tradición tunjana llamada La vuelta al perro

La fría capital boyacense cumple 478 años de fundación hispánica y eso es una oportunidad para hablar de algunas de sus tradiciones y costumbres.

13 de agosto de 2017

Por: Indalecio Castellanos

Dicen que el perro da tres vueltas y se acuesta y en Tunja, la tranquila capital  boyacense, hay una tradición que se mantiene a pesar del paso del tiempo y que consiste en ir al centro para dar varias vueltas antes de acostarse, como lo hace el perro.

Bien sea por tedio y aburrimiento o por costumbre, caminar por el centro de la fría ciudad se ha convertido en un ritual, especialmente antes de que termine la noche.

En algunos casos los habitantes de la ciudad caminan inconscientemente sobre los pasos trazados  por los tunjanos de otros tiempos,  como quien va por la carrera Séptima de Bogotá, sin saber que se están dando un “septimazo”.

La tradición de caminar eternamente en contravía de las manecillas del reloj, parece ser tan antigua como las historias contadas por el cronista de Indias Juan de Castellanos, quien describió a Tunja como “tierra de bendición, clara y serena, tierra que pone fin a nuestra pena".

La canina costumbre estar retratada en algún lugar de los libros de Don Próspero Morales Pradilla, quien contó las historias de casquivana Inés de Hinojosa, quien luego de asesinar a sus dos maridos, fue colgada de un árbol ubicado a una cuadra de La Plaza de Bolívar.

Nadie sabe con precisión si hubo alguna referencia de La Vuelta al Perro durante los actos conmemorativos del cuarto centenario de la fundación de la capital boyacense en 1939, cuando el poeta boyacense Jorge Rojas estrenó su "Ciudad Sumergida" y hablaba  de una Tunja "hecha bosque de viento" y en dónde "se arrebata de rumbos su violenta arquitectura".

Desde ‘La Esquina de la Pulmonía‘

Sentir en la cara las ráfagas de viento que cruzan por "La Esquina de la Pulmonía" en Tunja, indica de repente que estamos en el sitio escogido al azar para iniciar la denominada Vuelta al Perro.

Esta esquina está en el costado nororiental de la Plaza de Bolívar, en diagonal al Palacio de La Torre, sede de la gobernación de Boyacá.

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Uno de los tantos vendedores de perros y hamburguesas que se apoderan en las noches de esta esquina para retar el viento de una manera increíble, dice que mucha gente pasa por ahí sin darse cuenta que la esquina tiene su nombre y es un homenaje a ese castigo inmemorial a la que se ha visto sometido el lugar en el que los vientos soplan con crudeza desde todos los costados.

El hombre nos cuenta que "la gente pasa sin darse cuenta que las esquinas tienen su nombre y cuando ven que ahí está escrito en piedra Esquina de la Pulmonía, dicen que es el lugar mejor bautizado de todo el mundo".

En esta esquina en la que hubo un nicho en la pared para poder prender el cigarrillo y los más pervertidos se paraban para ver el vuelo de las faldas de las colegialas, mucha gente sube, da la vuelta, se devuelve, come algo y al final decide que ya es hora de dormir y se va después de varias vueltas.

El ritual de caminar, especialmente por la noche, se puede iniciar en la esquina de La Pulmonía para seguir hasta la droguería Mundial, pasando por el frente de la iglesia de Santo Domingo, bajando por un costado del centenario Colegio de Boyacá y ya en la plaza de Bolívar, pasar por debajo del que es considerado el balcón más largo de América Latina, ubicado en la sede del Instituto de Cultura y Bellas Artes de Boyacá y en la que se dice inicio el periódico La Linterna del recordado Calibán.

Cuando el día termina y con el acaban las consejas, los desocupados, los pensionados, los politólogos de oficio y los lagartos que han estado asoleándose durante el día, inevitablemente se preparan para el ritual.

Una cuadra a la redonda de la plaza central de Tunja, que se recorre interminablemente, como quien va detrás de su propio destino.

Perro que ladra no muerde

Muchas de las historias de la capital boyacense han sido contadas desde la Vuelta al Perro y este nombre es muy popular en Boyacá.

El periodista tunjano Orlando García Moreno publicó los libros "Nostalgias de la Vuelta al Perro" y la "Segunda Vuelta al perro", en el que recoge historias de lo que él denomina como "las alegrías, quimeras y amores de una Tunja sana y acogedora, de una ciudad colonial con ínfulas de modernismo".

Hay un programa de radio que tiene ese nombre y varias cuentas de twitter  insinúan el carácter de este ritual tunjano,  en el que la gente “ve cosas y cuenta cosas”.

Y no es que el tema de andar por el centro de la capital boyacense tenga algo que ver con el chisme, pero hay quienes aseguran que tunjano que se respete tiene que dar diariamente por lo menos tres "Vueltas al Perro".

Rafael Cetárez es un contador público que alguna vez dijo que esa tradición es "sinónimo de parroquia, de costumbres pueblerinas, de encuentros inevitables, paseos vespertinos y retozos amorosos para unos y de chismes para otros".

El ladrido como tradición

El perro ha marcado muchos de los instantes de la historia de popular de la capital boyacense, porque, por ejemplo, en la novela de Los Pecados de Doña Inés de Hinojosa se cuenta la historia de uno que aulló hasta que los chulos acabaron con el cuerpo de la mestiza venezolana colgada para pagar por los crímenes urdidos por infiel.

Y para hablar de otro perro, está el de San Francisco, que según relata la tradición popular, salía a altas horas de la noche arrastrando sus cadenas y lanzando ladridos lastimeros, mientras sus ojos ardían como bolas de fuego perdidas en la noche.

Mientras al perro de San Francisco le atraían los lugares en dónde se realizaban velorios, el Espanto del Sombrerón prefería perseguir y asustar a los borrachos de la noche tunjana, que existirán por siempre.

Pero la historia de esos fantasmas que debieron recorrer los mismos lugares del centro de Tunja por dónde actualmente se realiza La Vuelta al Perro, no está completa sin esa luz suspendida que era el fantasma del Farol de Las Nieves, el monje sin cabeza que salía del antiguo Panóptico en el claustro de San Agustín y desde luego el Judío Errante.

Al final de su novela "Los Pecados de Doña Inés de Hinojosa" hay una referencia a su presencia, cuando Morales Pradilla narra que "en las casas, entre fogones y lechos, se advertía el acre olor del Judío Errante, como si la ciudad anduviera hacia el infierno, empujada por buena parte de los siete pecados capitales".

Dicen que el Judío Errante hizo una visita a Tunja a finales del siglo 16 y como fue condenado a caminar eternamente por el mundo, es posible que de tarde en tarde salga para darse su "Vuelta al Perro".

Dos mujeres de la vuelta al perro

Como en la historia de "la bella, inteligente y perversa Inés de Hinojosa", contada primero en el Carnero por el cronista Juan Rodríguez Freile y luego en Los Pecados por Próspero Morales Pradilla, en esta Vuelta al Perro no pueden faltar los excesos, especialmente los de trago y comida.

Allí fueron protagonistas doña Alicita en su cigarrería Maiporé y doña Celia Parada en su puestico de fritanga, que la gente llamaba cariñosamente el Wimpy, ubicados los dos en ese círculo imaginario de La Vuelta al Perro.

Cuando terminaba la tarde de tinto en los tertuliaderos del Pasaje Vargas era inevitable pasar a comprar la botella de ron o aguardiente de la licorera local en la cigarrería que atendió por más de treinta años doña Alicia.

Pícara y sonriente alguna vez habló de la fama de esta vuelta y de sus recuerdos de esta rutina citadina e incluso le puso dirección a la costumbre, para decir que comprende entre la carrera décima por la calle 19 y 20 y la carrera once.

Sólo alguien que despachó tanto trago desde el mostrador de este pequeño local, sabía porque uno se emborrachaba "de dar tantas Vueltas al Perro".

Y cuando uno ya estaba borracho entonces salía al quite doña Celia Parada en su puestico de fritanga ubicado durante más de 40 años en la entrada del Pasaje Vargas.

Para levantar a los muertos ella estaba religiosamente con su dosis de fritanga, salchicha roja, longaniza, papa criolla, rellena, asadura y música popular hasta un poco más de las cuatro de la madrugada, "porque no le gusta ver amanecer".

Los más agradecidos clientes de doña Celia vinieron durante muchos años de cantinas tan famosas como El Fogón Boyacense y El Canelazo, ubicadas entre el Mono de la Pila y la Plaza de Bolívar, en pleno centro de la capital.

Pero como en las canciones que escuchaba doña Celia en su radio sintonizada eternamente en la desaparecida Radio Boyacá y luego en Radio Recuerdos, estos negocios y otros del centro de la capital se volvieron "Sombras nada más".

La noche tiende sus trampas y muchas cosas se acaban. Lo único que ha sobrevivido a pesar del tiempo, es la tradición de caminar esta cuadra en círculos, como en la imagen de un perro rabioso que gira eternamente tratando de morderse el rabo.

La eterna Vuelta al Perro de los tunjanos, que no es más que un ritual inventado para no acostarse, para usar otro animal, como las gallinas.