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EL COMIENZO DEL FIN

La enfermedad saca del poder, tal vez para siempre, al líder cubano en vísperas de su cumpleaños 80.

Antonio Caballero
5 de agosto de 2006

Tanto si se muere ahora como si no se muere, y recupera la salud y regresa al poder, Fidel Castro ahí sigue. Cumple 80 años. Y antes de la noticia de su repentina enfermedad ya habíamos empezado muchos periodistas a escribir este artículo, asombrándonos por el hecho de que el octogésimo cumpleaños del dictadorcito de una pobre isla perdida en el mar Caribe provocara tantos comentarios de aniversario. Cumple 80 años, lleva 47 mandando en su islita de Cuba y ahí sigue.

Sólo lo superan en antigüedad como jefes de Estado la reina Isabel II de Inglaterra, que también sigue ahí pero no manda ni siquiera sobre su propia familia, y el rey Bhumibol de Tailandia, con su reina Sirikit. ¿Recuerdan ustedes a la reina Sirikit hace 47 años? Era bellísima. En aquel entonces Tailandia todavía se llamaba Siam, y tenía -se decía- un millón de elefantes. Ya no es tan bella ella, y ya no quedan elefantes. Y aunque el rey Bhumibol también sigue ahí, tampoco él manda mucho: Tailandia está llena de generales.

En cambio Fidel sí manda. Incluso doblegado por su súbita hemorragia intestinal masiva de octogenario y por la consiguiente intervención quirúrgica de urgencia, es él mismo quien dicta (y firma "de su puño y letra") el parte facultativo que explica bajo el título pomposo de "Proclama al Pueblo de Cuba" su situación de salud. Que es más bien regular, si juzgamos, más que por lo que dice ("mi salud ha resistido todas las pruebas"), por el modo en que lo dice: pues tras abrir el primer largo párrafo con un "con motivo" en singular, lo cierra con el plural de "dieron lugar a que". Pero nadie, ni médico gastroenterólogo ni secretario político, se atrevió a corregirle la falta de concordancia: porque Fidel manda.

Hago un inciso de índole personal:

Hace 15 años intenté hacerle una entrevista periodística a Fidel Castro, y por intercesión de Gabriel García Márquez logré mantener con él un diálogo nocturno de cinco o seis horas en una "casa de protocolo" de La Habana ¿Diálogo? No. Monólogo. Yo pretendía que me hablara de la situación de Cuba, recién abandonada a la deriva por el hundimiento de la Unión Soviética, su protectora y valedora de varias décadas. Pero él sólo quiso referirse a los diversos aspectos del problema del servicio de buses -guaguas- en las ciudades de La Habana y Santiago. Seis horas. Yo trataba de sorprenderlo con hábiles interrupciones reporteriles en sus pausas de respiro:

-Pero, Comandante, en vista de que la Urss...

Y él, paternal y paciente:

-Espera, chico: ¿tú quieres saber por qué las cajas de cambios del motor de las guaguas de La Habana no son iguales a las de Santiago? Te lo voy a decir. Mira...

Y yo, impertinente:

-No, Comandante, o bueno, sí. Pero también: ¿no cree usted que...

-Espera, chico.

Fidel impone el guión.

Seis horas duró aquello. Pero hay que tener en cuenta que lleva ya 47 años imponiéndoles su guión a todos los cubanos, tanto los 10 ó 12 millones de la isla como los dos o tres millones que viven en el exilio, y que se lo ha impuesto nada menos que a 10 sucesivos presidentes de Estados Unidos, que han intentado sin cesar derrocarlo o asesinarlo, sin éxito. Ahí sigue. Porque manda.

En su proclama médica de ahora, sin embargo, delega algunos de sus poderes, aunque en cada caso advierte, eso sí, que lo hace sólo "con carácter provisional". Delega sus funciones "como Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba en el segundo Secretario, compañero Raúl Castro Ruz". Y en la prolijidad de la enumeración se reconocen los resabios burocráticos de un muy viejo "mamerto" de la ortodoxia comunista soviética. Delega sus funciones "como Comandante en Jefe de las heroicas Fuerzas Armadas Revolucionarias en el mencionado compañero, general de Ejército Raúl Castro Ruz". Comandante en Jefe: por eso manda, y no es un simple adorno de juntas militares como el anciano rey Bhumibol de Tailandia. Así conserve por coquetería el modesto rango guerrilleril de "comandante", Fidel es más general todavía que su hermano menor, el compañero Raúl. Delega sus funciones "como presidente del Consejo de Estado y del Gobierno de la República de Cuba en el primer vicepresidente, compañero Raúl" etc. Delega además, aunque siempre "con carácter provisional", sus funciones "como impulsor principal del Programa Nacional e Internacional de Salud Pública en el miembro del Buró Político y ministro...": en fin: en algún burócrata. Y sus funciones "como impulsor principal" de otra cosa en otros dos burócratas, compañeros tal y cual. Y sus otras funciones como "impulsor principal" de algún otro programa revolucionario en otros cuantos burócratas más. Y así sucesivamente.

Muchas funciones de jefe y de "impulsor principal" delega -con carácter provisional- el achacoso Comandante. Pero hay una que no puede delegar, ni aunque quisiera, que es la función de ser Fidel Castro. Y es probable que, a causa de esa imposibilidad biológica y burocrática, si se muere Fidel la cosa no va a durar mucho en Cuba.

Pues se trata de una función política. Fidel Castro es mucho más que la suma de todas esas funciones que ahora pretende delegar: Él encarna el espíritu de la revolución cubana. Y la revolución cubana, a su vez, es mucho más -y, sobre todo, es otra cosa- que una suma aritmética de programas más o menos revolucionarios, más o menos exitosos, más o menos fallidos. La esencia de la revolución cubana no consiste en ser revolucionaria, sino en ser cubana. O, más exactamente, en ser antinorteamericana. Antiimperialista. Se le podrán criticar a Fidel Castro las faltas de concordancia gramatical de su última proclama. Pero no la concordancia y la coherencia con toda su vida que sigue habiendo en ella. Se la dirige "al pueblo de Cuba" y la termina diciendo con escueta confianza: "El imperialismo jamás podrá aplastar a Cuba".

Y gritando (por escrito) "¡Viva la patria!" antes que viva la revolución o que viva el socialismo.

Porque resulta evidente que la importancia histórica de Fidel Castro no estriba en los motivos que le suelen atribuir sus enemigos, ni tampoco en los logros que le alaban sus amigos, movidos unos y otros más por el interés que por la intención de objetividad. No viene de que haya durado mucho tiempo en el poder: otros han durado más, demasiado numerosos para enumerarlos aquí, desde los tiempos del faraón Ramsés II. Ni viene de que haya sido un tirano particularmente feroz. La guerrilla triunfante en 1959 estrenó su victoria con las ejecuciones de los soldados y policías de Fulgencio Batista en el paredón, y nunca el régimen castrista ha dejado de practicar la represión, tanto con la prisión como con la pena de muerte. Pero su historial de sangre no se puede comparar con los de otras dictaduras contemporáneas dentro de la propia América Latina, como la de Chile o las de Argentina. Ni viene tampoco de que haya sido un gobernante especialmente benéfico: son ciertas, sí, las conquistas en la salud y la educación, sin parangón en el mundo pobre (e inclusive en el rico); pero son igualmente notables los fracasos en lo económico (la escasez, aunque no exista la verdadera miseria como en el resto del continente), y en lo social, como lo muestra el inatajable, aunque prohibido, flujo del exilio: casi una quinta parte de la población cubana ha abandonado la isla en este medio siglo del castrismo desafiando tanto a los policías como a los tiburones. Ni viene tampoco del ejemplo romántico, pero de consecuencias nefastas, que fue para la izquierda de la América Latina la lucha armada de los rebeldes de la Sierra Maestra, que triunfó en un par de años (y, no sobra recordarlo, con la simpatía del gobierno de Estados Unidos).

La importancia histórica de Fidel Castro viene justamente de que esa simpatía duró muy poco. El gobierno norteamericano fue el primero en reconocer, en enero de 1959, la legitimidad del régimen castrista (que todavía no se llamaba "revolucionario", sino sólo "rebelde") en Cuba, tras el derrocamiento del dictador (hasta entonces apoyado por Estados Unidos) Fulgencio Batista. Pero al cabo de un año fue también el primero en romper relaciones con él, a raíz de las primeras medidas revolucionarias (pues lo eran) de nacionalización y expropiación de latifundios y empresas extranjeras. Unos meses más tarde (en abril de 1961), la CIA norteamericana organizó la fallida invasión a Cuba de Playa Girón, cuya consecuencia más importante fue la de llevar el régimen castrista al manto protector de la Unión Soviética. Y a continuación empezó el bloqueo económico, político y diplomático que dura hasta hoy día: un día en el que el Departamento de Estado norteamericano anuncia que está dispuesto a "ayudar" a los cubanos a desembarazarse del valetudinario Fidel Castro, al que en 47 años no ha conseguido ni asesinar ni derrocar, y cuya importancia histórica consiste precisamente en eso: en que ha sido el enemigo invicto del imperio norteamericano.

Esa importancia personal, nacida de la terquedad y del carácter, del carisma y del talento político, es la que a su vez ha hecho de Cuba en este medio siglo un país de primera importancia en el mundo, sin proporción ninguna con su población, con su riqueza, ni con su situación geoestratégica. Desde hace medio milenio, desde el descubrimiento y la conquista de América, Cuba tuvo siempre interés como lugar de paso y como tierra de placer: el primer mercado de esclavos negros del Nuevo Mundo, y el último burdel de la mafia norteamericana en su continente trasero. Tuvo importancia económica -el azúcar- y literaria (que decayó notablemente con Fidel). Y, por supuesto, musical: en Cuba nació toda la fusión, del danzón al son, y hasta la salsa de exportación, pasando por el bolero. Pero en lo político carecía de consistencia. Hasta que entonces (como dice la canción) "entonces llegó Fidel".

Añado otra canción (que quizás es la misma, pues la música cubana es un continuum espacio-temporal que cubre desde Angola hasta Nueva York, pasando por Bola de Nieve y los Bam Bam), que "llegó el Comandante y mandó a parar".

¿Mandó a parar que? Lo repite el propio Comandante en su proclama semiagónica: llegó para parar el imperialismo.

Y ha sido capaz de pararlo durante casi medio siglo. Contra todas la leyes que gobiernan la teoría de las posibilidades, Estados Unidos no ha conseguido en medio siglo tragarse a Cuba de un bocado, habiéndolo intentado sin cesar y por todos los medios: desde la invasión armada de Playa Girón hasta el bloqueo económico de los últimos 43 años. Esa ha sido la verdadera función de Fidel Castro, su misión en la historia.

A ver si el compañero Raúl y los demás burócratas consiguen mantener la caña.