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6 de enero de 2018

De lesa humanidad
La calificación de “lesa humanidad” para el asesinato del doctor Álvaro Gómez Hurtado, q. e. p. d., SEMANA edición n.° 1860, basada en las características del homicidio que los expertos del derecho penal han fijado para determinar la gravedad de cada expresión criminal, reconoce como delito de lesa humanidad todo asesinato contra víctima indefensa. Y este ha sido el proceso de inhumanidad al que hemos llegado, por la irresponsabilidad y brutalidad primitiva de incitar al pueblo a enfrentamientos fratricidas.
¿Acaso en este genocidio de 300.000 muertos, sin memoria por ser pueblo humilde, hombres y mujeres, niños y ancianos, ni registro en la historia como corresponde a su dignidad de seres humanos inocentes, consumado por el poder, llamado la violencia política, se dejó de cometer algún delito de bestialidad inimaginable, que sobrepasa el espanto de lesa humanidad?
En la esquina nororiental del Capitolio Nacional, la placa en mármol dice: “La nación agradecida a los fundadores de paz en el cuadragésimo año, aniversario de la firma de Wisconsin que puso fin a la última guerra civil. Bogotá, 21 de noviembre de 1942”.  Cuatro años después, el torrente de sangre llegaría hasta hoy, y hoy, a cambio de placa de gratitud por la paz, los políticos insensibles a las atrocidades de lesa humanidad padecidas durante 70 años y del estado mental crítico del pueblo por el respeto a la vida patalean por continuar en el exterminio fratricida, de lesa humanidad.
Isaac Vargas Córdoba
Bogotá

Acoso sexual o macartismo moderno
La primera nota de Caballero (SEMANA n.° 1860) me pareció que reflejaba cierta valentía, pero en la segunda, pidiendo como una disculpa en búsqueda de una “coexistencia pacífica”, me inspiró a escribirles. Ahora que está tan de moda atacar a personalidades como Harvey Weinstein o Kevin Spacey, ¿habrá alguna voz contracorriente que las defienda? Pareciera que el tan mentado ‘acoso sexual’ es una pandemia en la cual ningún periodista quiere decir nada en contra, cuando se vislumbra con evidencia la farsa del tinglado. Weinstein es vapuleado por sus conexiones políticas, está más que probado.
Es una falaz caza de brujas, en un mundo donde se consume pornografía masivamente. Acoso sexual es un término demasiado amplio del cual se abusa sin medida hasta grados risibles y peligrosos. ¿Quién sostiene esa campaña que destruye sin piedad y sin medida? En gran medida, el público feminista. Pareciera que por decir estas palabras uno es machista. O que no se puede decir nada a las feministas. ¡Y cuántas injusticias y tropelías se cometen bajo su bandera! En su avidez de venganza por el machismo, han entronizado una guerra sucia contra los hombres, al precio que sea.
Una amiga abogada me comentaba que en Madrid veía todos los días cómo hombres inocentes se iban a la cárcel injustamente por “chorradas de sus ex”, pero así son las cosas hoy,y ponen el grito en el cielo al que ose decir algo en contra. El resultado no va a ser la igualdad. Ni va a ser la mejora de la mujer. Ni más derechos, ni más privilegios, ni mejores salarios. El resultado es el terror. El terror a preguntarle a una compañera de trabajo si quiere ir a tomar algo por miedo a ser denunciado. El terror a decirle un piropo a una mujer por temor a ser tildado de presunto violador… Aquí no se pone en duda que la mujer tiene los mismos derechos del hombre. Ni que se ha de castigar con todo el peso de la ley a violadores, golpeadores y pedófilos. En el caso específico de Weinstein, se trata en el fondo de atacar a Hillary Clinton: más de un cuarto de millón de dólares que le donó Weinstein. Salió la excandidata a pregonar que era “intolerable” semejante comportamiento, no vaya a ser que otra mácula manche el sobresaliente nombre de aquellos que hace unos años fueron juzgados por una manchita de esperma presidencial en la ropa de una becaria.
Alexander Katzowicz
Bogotá
¿Todos ignorantes?
Acertada radiografía de nuestro presidente la que realizó la periodista Vicky Dávila en su columna ‘Santos, el pobre nobel’ (SEMANA n.°1856). Sin embargo, su afirmación de que “este gobierno es responsable” porque al fin y al cabo “volvió adictos a sus congresistas a la mermelada y esta ya se agotó. La olla está raspada”, es tendenciosa y mal intencionada. O la periodista no conoce la historia política de Colombia, o asume que los lectores somos los ignorantes, pues pretende hacer creer que fue el actual gobierno el que creó la mermelada. Desde que -con las mejores intenciones- el presidente Carlos Lleras Restrepo creó los auxilios parlamentarios hasta 1991 cuando supuestamente fueron prohibidos por la nueva Constitución Política, y en todos los gobiernos posteriores, siempre han sido el modo de sostener la gobernabilidad. Así que nuestros congresistas vienen adictos desde toda la vida. Como bien lo dice el periodista Hernando Gómez Buendía, en una columna en esta misma revista SEMANA de 2003: “...Por eso la misma Constitución que en una parte prohíbe los auxilios parlamentarios, en otra parte manda que el parlamentario consiga auxilios: ‘El elegido es responsable ante la sociedad y frente a sus electores’ (artículo 133). El otro lado del cuento es igual de sencillo. Así lo hayan elegido para acabar la politiquería y la corrupción, un presidente necesita que el Congreso le pase sus leyes. Es lo que llaman ‘gobernabilidad’...”...Y como al congresista de Maicao o de Cali no lo eligen para que pase leyes sino para que traiga auxilios, el presidente tiene que dar auxilios para que el Congreso le pase las leyes. Es lo que han hecho los doctores Gaviria, Samper, Pastrana y Uribe, con la grandísima diferencia de que el primero los llamó “fondos de cofinanciación”; el segundo, “auxilios regionales”; el tercero, “cupos indicativos” y el cuarto se transó por “partidas regionales”.
El sesgo per se no es malo, pues todos tenemos derecho a tomar partido, pero traspasar la débil línea entre el sesgo y la calumnia, para desinformar y profundizar la polarización, es algo que periodistas de este nivel deben evitar a toda costa.
Carlos Gerardo Orjuela Betancourt
Cali

En la era de la posverdad
Una lectura atenta de su artículo ‘Batalla sobre la memoria’ (SEMANA edición n.° 1857) respecto de la verdad en torno a la masacre de las  bananeras advierte sobre los riesgos de las alocuciones de personas como la representante Fernanda Cabal. Parece que sus opiniones son una prueba nuclear en la era de la posverdad, que busca arrasar con hechos sustanciales de la historia reciente del país y que obligan a  tener mucho cuidado con los desatinos que a diestra y siniestra dice la representante.
El artículo devela un espectro tan amplio como enigmático. Si esto es así, los dislates que a los cuatro vientos dice la representante no se dan por casualidad, sino que, además de acaparar los reflectores de la opinión pública, desatar una tormenta y disparar la indignación de amplios sectores intelectuales del país, conllevaría un plan quirúrgicamente pensado para tergiversar hechos capitales de la historia de la nación.
Ante tales circunstancias es apenas natural  que se levante la voz no solo de los intelectuales, sino de amplios sectores de la opinión, pues  el silencio de los historiadores o una contestación elusiva o ambigua de estos sectores podría interpretarse como aceptación de esa versión revisionista de la historia.
Sergio Quiñones Rodríguez
Pasto

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