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"En el tema de los ‘hackers’ todos quedan un poco mal". Rodrigo Pérez. Cartagena

26 de noviembre de 2016

Sobre la desaparición

El artículo de la edición n.° 1803 de SEMANA sobre la desaparición forzada en Colombia, elaborado con base en el informe del Centro de Memoria Histórica, es un aporte sustancial al conocimiento y divulgación de la dramática realidad que se ha vivido en nuestro país. Las decisiones de la Sala de Conocimiento de Justicia y Paz del Tribunal Superior de Medellín ya habían constado y puesto de presente ese y otros fenómenos que se presentaron en el contexto del conflicto armado y sus incalculables dimensiones, que superaban en mucho las violaciones a los derechos humanos y al derecho internacional humanitario ocurridas durante las dictaduras militares en los países del Cono Sur, solo que las nuestras habían sucedido en medio de una aparente democracia.

Pero que lo haga una revista como SEMANA no solo revela el compromiso de su publicación con los valores y principios que inspiran la democracia, digno de encomio, sino que constituye una contribución esencial a la memoria histórica y a nuestra conciencia como sociedad. Solo lamento que no haya sido el tema central de la revista, porque esa realidad merece ser el centro de nuestras preocupaciones colectivas. Pero permítanme felicitarlos por ese esfuerzo.

Rubén Darío Pinilla Cogollo, magistrado de la Sala de Justicia y Paz del Tribunal de Medellín
Medellín

Latinos en Estados Unidos

Primero que todo quiero anticipar que soy un admirador de Daniel Coronell.   Dicho esto, tengo que llamarle la atención por algo que escribió en la edición n.° 1802 cuando contaba que su hijo dijo: “Ma, si esa señora te vuelve a decir latina contéstale que ella es la ducha”.

Este fenómeno le ocurre a muchos colombianos, no solo en Estados Unidos sino en otras partes. Cualquier alusión a su etnia la toman como denigrante, cuando, en la mayoría de los casos no es así. Lo puedo afirmar ya que viví en Estados Unidos por más de 50 años, y nadie me discriminó o me  insulto por mi origen latino.

Nosotros nos vamos a vivir a otros países, pero seguimos viviendo en Chapinero. Por lo general, los colombianos viven en áreas en donde proliferan otros colombianos, y pocos hacen el esfuerzo para integrarse a la sociedad en que viven. Pero no toleran cuando alguien los identifica como “latinos” Y nos quejamos cuando nos identifican como “la latina” o “el hispano”, siendo eso exactamente lo que somos.

Pero una actitud diferente solo se alcanza cuando uno no solo aprende el idioma, sino que también se involucra con la gente norteamericana, o los nativos del país en que vivamos. Uno tiene el deber de adaptarse al medio en que vive, no solo para ser aceptados, sino también para saber aprovechar todo lo que se ofrece para mejorar el modus vivendi.

José Ignacio Villegas A.
Manizales

De nada valen

La foto en la página 23 de su edición de noviembre 20 muestra el perfil y la calaña de nuestra clase política, que solo por mirar su puesto en el poder para 2018 nada le valen los 131 días de paz con apenas dos muertos entre Ejército y guerrilla. Para esa clase de políticos eso no tiene valor, solo lo que para ellos importa es lo que buscan lograr del poder que se disputan: presupuesto, inversiones tipo Reficar, Isagén o Electricaribe, que es lo que se puede obtener oponiéndose a la firma de los acuerdos.

Los colombianos no podemos seguir de cómplices con nuestro voto en la destrucción y saqueo del país, con la sucia política a la que nos quieren acostumbrar quienes tienen adicción al poder y quieren mantener la pita rota. Ella ya lo está, y no se rompe dos veces, solo que está pegada con babas como lo desean y necesitan quienes pierden argumentos políticos con la firma de los imperfectos acuerdos entre el gobierno y las Farc. Acuerdos de los cuales hoy nadie puede afirmar cuántos más o cuántos menos aceptan su maquillaje en aras de un mejor país.

León Aguirre
Medellín

El componente humano

A raíz de la libertad bajo fianza que un juez del sur de la Florida le concedió a Andrés Felipe Arias, SEMANA n.° 1803, se ha dicho de todo a favor y en contra de la condena a 17 años de prisión que le impuso la Corte Suprema de Justicia por el caso de Agro Ingreso Seguro. En ese balance, para un sector de la opinión es inocente; para el otro, culpable. Desde esa perspectiva, no cabe duda de que, en presencia de hechos de reconocido impacto social, la reacción mediática y la correlación de fuerzas en las más altas esferas de poder, en no pocos casos, entran a terciar en el contenido de las decisiones judiciales.

Con todo, más allá de los que opinan que se le condenó por ser uribista; o que a los señores de las Farc, cuestionados por crímenes atroces, en duro contraste, se les impartirán penas puramente simbólicas en la justicia transicional, el caso de Andrés Felipe sirve para poner al desnudo un hecho que –debiendo ser uno de los factores de mayor relevancia para juzgar a un hombre en el ámbito penal– ha sido subestimado por jueces y magistrados de las altas cortes, como lo es, sin duda, el componente humano.

Ese componente no está a la vista porque se mueve en el interior de cada quien. Con todo, en la tarea de aproximarse a él, basta con descartar al delincuente habitual, para encontrarlo en sus antecedentes y su entorno en general. La semblanza de Andrés Felipe –a quien solo percibo por los medios– parece entrañar todos esos valores ausentes en el delincuente perverso y consuetudinario.

Siendo entonces esa esfera de la personalidad, la primera parte que resulta afectada por una investigación penal en contra, bien vale el esfuerzo por revisar su caso, por lo menos en lo que tiene que ver con la severidad de la condena; máxime si como es sabido, la verdad judicial no siempre coincide con la verdad real.

Arnedys Payares Pérez
Bogotá

Es dinamita

‘La historia verdadera’, de Antonio Caballero, SEMANA n.° 1788, es dinamita. “En Colombia se puede decir y escribir todo, menos la verdad”, dijo el preclaro historiador y periodista Germán Arciniegas. La fecha de iniciación de la hoy llamada guerra, digo yo, es el 7 de febrero de 1948. Cuando el jefe liberal Jorge Eliécer Gaitán, habiendo ya denunciado los asesinatos en todo el territorio por parte de la Policía, le pide al presidente Ospina Pérez, en las 700 palabras de su oración por la paz:
“ …detener la violencia, cesar la persecución de las autoridades, respetar la vida humana, lo mínimo que puede pedir un pueblo”. La respuesta: su magnicidio 62 días después, 4.000 muertos en Bogotá.

Monseñor Germán Guzmán Campos, párroco del Líbano, principal del documento sobre la violencia  política, entregado al gobierno de Lleras Camargo, perseguido por el Congreso, tuvo que exiliarse en México.  La Iglesia no ha traído sus huesos.

La historia verdadera nuestra está en la memoria colectiva,  no es fantasía por lo atroz que ha sido, no la podemos enterrar, como se entierran los muertos, o prohibiéndole  a los medios de comunicación publicar hechos, fechas y culpables.  Negar la verdad y la historia lo hizo el Frente Nacional en 1958, pero ningún poder puede matar la verdad ni la historia.

Isaac Vargas Córdoba
Bogotá

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