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24 de junio de 2017

Debe ser punible

En referencia al artículo ‘Se le fue la mano’ (SEMANA n.º 1832) quiero expresar un comentario: sí, al señor Uribe se le fue la mano y no solo la mano, ya se le fue la cabeza; y es justo que ya se le llame a esta actitud (que en realidad es su política personal) por su nombre: apátrida. Pero lo reprochable no es que con su accionar refleja y desnuda siempre sus intereses personales y de partido ‘sacrificando’, sin importarle en lo más mínimo, los del país, eso ya está establecido.

En realidad lo reprochable es la actitud de los colombianos que con pocas excepciones se pronuncian al respecto con la seriedad que el tema lo merece (como la del embajador Osorio), pues pareciera que a escasos compatriotas les importa que una persona, aprovechándose de que el país lo envía en su representación (no sé por qué motivo o dignidad), no solo se salga de la agenda para desentonar totalmente en el espíritu de la cumbre (que irónicamente se denominó Concordia), sino que valiéndose de la condición de expresidente recitó en su jerga de posverdades sus cacareadas denuncias propias de su congregación, logrando expresar en el trasfondo solamente animosidades, malquerencias, sañas y repulsiones, que en últimas denigran de su propia condición de colombiano.

Qué vergüenza que un selecto grupo de representantes de la comunidad internacional llegase a pensar que este colombiano y su actitud nos representan. Pienso que esta conducta serial debe ser punible y exhorto a los miles de abogados que hay en este país para que encuentren una norma que la castigue; o si no, al resto de compatriotas decentes que es hora de una sanción moral ejemplarizante contra quienes, como él, creen que por haber ostentado cargos públicos de alta dignidad tienen patente de corso para comportarse como apátridas y que nada pase.
Bernardo Gamboa Bolaños
Cali

El último refugio

Me parece oportuno, a raíz de la columna de León Valencia, (SEMANA n.º 1833) citar la frase de Vargas Llosa en su novela El sueño del celta: “El patriotismo es el último refugio de los canallas”.
Héctor Ortega
Medellín


Las palabras en su sitio
El artículo de SEMANA (edición n.º 1832), que trata de responder al insensato temor de caer en un especie de dictadura comunista, confunde más que aclara. El término castrochavismo es una burda invención propagandística de los sectores más reaccionarios para sembrar miedo y desconcierto. 
El así calificado ‘castrochavismo’ es, conceptualmente hablando, una versión de cesarismo, cuya primera figura moderna fue Napoleón. Se trata de un dominio personalista sin misión teológica expresa. Es una forma de la secularización política, que en América Latina se ha confundido con los populismos. El populismo se ha dado en contextos de movilización de masas, con contenidos antioligárquicos. Su simbología (como en Gaitán o Chávez) ha sido de indiscutible riqueza. Históricamente, lo ha facilitado (como la corrupción = clientelismo = mermelada) la tremenda injusticia social, la inexistencia de una estabilidad política derivada de una racionalización de la burocracia del Estado y la incompetencia empresarial. Las palabras en su sitio.
Juan Guillermo Gómez García
Medellín 

De un docente

Por lo general considero que el tratamiento dado a los diferentes temas analizados en la revista tiene un criterio amplio, serio y documentado. Por tal motivo me sorprende el análisis hecho de los resultados del Paro Nacional del Magisterio (edición n.º 1833). El subtítulo dice –sesgadamente– que durante el desarrollo del mismo se “silenciaron a las escuelas y colegios del país”. Por todo lo contrario, las escuelas y colegios, en vez de silenciarse, se hicieron escuchar en otros escenarios como la calle y las asambleas con estudiantes y padres. El paro no fue una pataleta o una improvisación, y en vez de silenciar a las instituciones, nos convertimos en portavoces de un problema existente pero postergado, que las afecta gravemente.

De otro lado y sin citar la fuente, aludiendo a un “reconocido (¡!) asesor educativo”, el artículo menciona que el verdadero interés del gremio estaba centrado en lo salarial, pero que esta exigencia se maquilló adicionándole otras reivindicaciones para que, de alguna manera, la opinión pública se sintiera identificada con el sector docente. Una afirmación de este estilo desconoce el ya largo proceso que se ha venido adelantando desde el paro anterior y en el que se han buscado soluciones a diferentes problemáticas asociadas a la educación (carrera docente, unificación de regímenes, ampliación de los grados del preescolar, etcétera). ¿No son importantes, pregunto, la deficiente asignación de recursos, los problemas de infraestructura, la corrupción vergonzosa en la alimentación (cuando la hay), el hacinamiento, y otro amplio conjunto de situaciones insatisfactorias? ¿Resulta hipócrita que lo mencionemos cuando como docentes nos vemos afectados directamente por estos temas?
Si el autor del artículo hubiese hecho un seguimiento más juicioso al desarrollo del paro, habría podido ver que el tema estrictamente salarial había tenido atención, pero no siendo el eje de la negociación, tal y como lo manifestó el presidente de Fecode, en entrevista sostenida con Caracol Radio el día 9 de junio, al afirmar que “si fuera solo por temas salariales ya habríamos levantado el paro”, según se oye en el audio, conociéndose ya el 8,75 por ciento correspondiente al incremento a nuestro sector. Pero en gracia de la discusión, lo salarial tampoco puede verse de manera vergonzante y es claro que es un tema que no se puede soslayar. El artículo lo menciona, reconociendo la precaria situación económica de los docentes en este ítem, pero antes ha dejado un manto de duda cuando pone en tela de juicio los intereses estratégicos del gremio y su sindicato.

Finalmente considero que sería deseable que al hacer un análisis de los resultados de este paro se hubiesen buscado las opiniones de los intervinientes, o sea el ministerio y los maestros en un primer momento. Invito a este importante medio a que continúe haciéndole un seguimiento a la educación en su conjunto, pero en forma más objetiva y con mejores elementos de juicio.
Fabián Barragán Bernal
Bogotá

Una ingente labor

Con su proverbial erudición política se dedica Antonio Caballero en su columna ‘Enterrar la historia’ (edición n.º 1833) a derribar las estatuas habidas y por haber según el histórico sentir de cada quien. Pero se le olvidó una ingente labor: averiguar quién ha derribado la estatua a la estupidez humana y dónde se encuentra su autor para ir a rendirle homenaje. ¿O será que habría que someter esa tarea a una encuesta?
Pedro Aja Castaño
Bogotá

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