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Conclusión ineludible

Si bien es cierto que los escritos políticos de Antonio Caballero nos traen desde hace tiempo por la senda de la amargura,

Andres Hoyos
18 de diciembre de 2000

Si bien es cierto que los escritos políticos de Antonio Caballero nos traen desde hace tiempo por la senda de la amargura, todavía uno no espera que caiga tan abajo como cayó con su última columna, titulada ‘La democracia’ (SEMANA #967).Para Antonio la democracia es “el gobierno de los ricos, por los ricos, y para los ricos” y por si quedaban dudas dice que “es solamente plutocracia”. Así, sin atenuantes, sin salvedades, sin condolencias, sin compasión. Al comienzo, el columnista duda y dice que el problema es con la democracia de hoy pero luego, ya en pleno desenfreno retórico, desecha este ínfimo matiz y asegura que “así ha sido siempre, desde que se inventó la cosa”. No hay manera, pues, de eludir la conclusión de que para Caballero, como en el famoso tango Cambalache, Hitler es lo mismo que Churchill, Pol Pot lo mismo que Mandela y Franco lo mismo que Adolfo Suárez, ni hay manera de justificar nada distinto de una capitulación inmediata ante los enemigos de la democracia. Claro, una exageración de esa magnitud trivializa lo que toca, pero esto importa muy poco al caricaturista que confundió los papeles con el columnista.

De publicarse la columna, por ejemplo en Estados Unidos que le sirven de punto de partida a Antonio esta vez, la cosa no ameritaría comentarios; sería una voz destemplada más, a lo mejor divertida, entre otras muchas que se refieren a un fenómeno consolidado que padece de crisis ocasionales. Pero en Colombia, donde extremistas sádicos de derecha e izquierda, armados hasta los dientes y ayudados por una minoría de fanáticos incrustados en el aparato del Estado, asesinan, masacran y secuestran con el propósito de liquidar la poca democracia que hemos logrado sostener, un ataque tan burdo contra la democracia se me antoja no sólo ridículo, sino francamente inmoral.

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