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EXIGIR LA RENUNCIA

31 de marzo de 2007

Los contenidos de su revista y sus investigaciones nos mantienen informados y permiten que los colombianos conozcamos los graves problemas que azotan a nuestro país.

La gran preocupación radica en que a pesar de la seriedad de sus denuncias, tendremos que llegar a la triste conclusión de que no pasará absolutamente nada. Los escándalos de la para-política que inclusive beneficiaron al Presidente con el presunto fraude electoral denunciado por el señor García, sumado al pago de prebendas y puestos para reformar la Constitución en su provecho, hacen de por sí, de esta presidencia, un mandato seriamente cuestionado y en cualquier otro país, habría sido un motivo más que suficiente para realizar un juicio político y exigir la renuncia del primer mandatario. El horroroso caso de Jamundí y otros protagonizados por personal del Ejército Nacional, los vínculos del DAS con el paramilitarismo, el llamamiento a juicio de algunos parlamentarios por nexos con estos grupos armados ilegales que tanto dolor y sangre han derramado en nuestra patria, el nombramiento del señor Noguera como cónsul en Italia para blindarlo de investigación alguna, así como del señor Arana en la Embajada de Chile, los niveles de corrupción en el Incoder, el Instituto Nacional de Estupefacientes, la laxa actuación de la Fiscalía, etcétera, muestran la catadura de un gobierno que engañó a su pueblo con una campaña supuestamente en contra de la corrupción y la politiquería.

Lo más grave de todo el asunto radica en que aquí la justicia funciona a favor de quienes detentan el poder, los procesos se precluyen en la mayoría de los casos por vencimiento de términos, y las cosas terminan sin llegar al fondo del asunto.

Pobre Colombia, pueblo sometido, que perdió por completo su capacidad de reacción y que marcha cual cordero a la piedra del sacrificio, dispuesto a soportar toda clase de desmanes y atropellos en su contra, mientras se concentra el poder y la riqueza, aumenta la pobreza y el desempleo y las protestas sociales y sus líderes son perseguidos sin cuartel por el Estado inmisericorde con sus compatriotas, pero diligente a la hora de hincar la rodilla ante el poderoso amo del norte.

Sólo deseo que esa excelente revista nos siga mostrando esa otra realidad que no quieren conocer los demás colombianos y que, Dios no lo quiera, se vaya a aplicar una tenaza a publicaciones que, como SEMANA, hacen posible que hechos de esta naturaleza lleguen a quienes realmente tenemos dolor de patria por todos esos acontecimientos, en un mandato que políticamente nos llevó a 1886, y socialmente, a 1930.

Luis Adolfo Cañas Camargo
Pamplona

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