Felicidad y desesperanza

En los informes acerca del desarrollo y la vida de la población infantil en nuestro país (edición #990), nos muestran aspectos que conmueven, intensamente, por un acentuado contraste entre la felicidad y la desesperanza. Por una parte, la bienandanza de algunos, como en el caso del coro infantil y juvenil La Escala que tendrá el privilegio de compartir escenario con los famosos niños cantores de Viena. O el de la niña cartagenera Cecilia Baena, pianista y ajedrecista aventajada, además de ser la número uno del mundial de patinaje de Barrancabermeja. Para nuestro pesar, apenas representan un sector privilegiado que, excepcionalmente, disfruta de la totalidad de los derechos del niño. Por otra parte, su especial, ‘Colombia de cara a sus niños’, nos revela cifras verdaderamente aterradoras de los estudios de Unicef: 6,5 millones viviendo en absoluta pobreza; 1.100.000 desplazados de sus campos por las amenazas de muerte. O incorporados a las guerrillas como víctimas o victimarios de la guerra que se libra en nuestro territorio; 2.800.000 por fuera del sistema educativo, buena parte de ellos víctimas de la vagancia, la prostitución, la delincuencia o el trabajo forzado. La sociedad, comprendida en todo su conjunto, debe cambiar su estado de indiferencia y emprender acciones de emergencia. De no actuar con prontitud, siempre estaremos condenados a vivir en un país cercado por el odio, la amargura y la desesperanza. Paradójicamente, a nuestro infortunio contribuyen países que se manifiestan amigos del proceso de paz, que estimulan, miran con indiferencia, o no impiden, como en el caso de los 10.000 fusiles Galil, la actividad de los productores de armas, en su diligente actividad por satisfacer la fiebre armamentista de los autores de una violencia que pareciera no tener fin, estimulada por el tráfico de drogas y el contrabando.