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Una vergüenza

Luis Orozko<br>Cartagena
23 de mayo de 2004

Soy de Cartagena, y con la autoridad moral que siento que eso me da, puedo decir que, como dice SEMANA #1.149, lo que ocurre en esa ciudad es una vergüenza de proporciones épicas; siendo una de las ciudades que más ingresos recibe por cuenta de los organismos multilaterales, y de las que reciben mayor cantidad de dineros para inversión, es más que evidente, y es posible dilucidarlo entre líneas en el artículo, que toda esa plata no hacen sino robársela la buena cantidad de ladrones de cuello blanco que pululan en la ciudad y que de lo único que viven es del erario público y de aparecer en las páginas sociales de El Universal. La inversión no se ve por ninguna parte; el tráfico es un caos, porque los transportistas tienen más poder y capacidad de coacción que los alcaldes, y la policía de tránsito es una farsa ambulante; la cultura ciudadana es nula, pero qué se puede pedir cuando las personas no tienen ni con qué comer; es una tristeza realmente.

Todo se resume en lo curioso que es llegar en avión a Cartagena: uno ve al principio la península de Bocagrande y parece que estuviera llegando a Miami; luego ve el centro amurallado y parece que estuviera aterrizando en Andalucía, pero cuando el avión está a punto de tocar pista uno ve la infinita miseria de la parte trasera de la Popa y de la Ciénaga y no es más que ver a Haití.

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