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Crecimiento hacia afuera

Cuando la producción depende del gasto agregado, la demanda externa neta puede hacer la diferencia entre el desarrollo y el estancamiento.

21 de enero de 2005

Todavía no se sabe cuánto creció Colombia el año pasado pero, con seguridad, no fue mucho más de la proyección media de los analistas, 3,7%. Que ese fuera, con 2003, el mejor año desde 1997, es un pobre consuelo pues la verdad es que Colombia sigue gateando en comparación con la mayoría de los países emergentes. En una lista de 25 países de América Latina, Asia y Europa Oriental para los que Credit Suisse First Boston acaba de publicar estimaciones para el año 2004, veinte crecieron por encima de 5% y nueve crecieron por encima de 7%. Lo curioso es que el mediocre desempeño de Colombia no tuvo nada qué ver con un ambiente externo desfavorable. En 2004 las condiciones externas, como el crecimiento de Estados Unidos, de Venezuela y del mundo, y los precios de lo que exportamos, fueron mejores que lo que nos habríamos atrevido a soñar un año atrás.

Tampoco se puede culpar a la política macroeconómica, que fue expansiva hasta la imprudencia. Forzado por la presión para adquirir reservas e impedir que el tipo de cambio real cayera hasta el sótano, el Emisor emitió pesos como no lo había hecho desde los años de Gaviria. Y el gobierno, por sus propias razones, gastó y gastó. La paradoja fue despejada por la última información de Cuentas Nacionales: buena parte de la demanda local no se tradujo en compras a nuestros productores, sino que se desvió a compras netas al resto del mundo.

Creo que el contraste entre el pobre crecimiento económico de Colombia y el disparo de la producción de Argentina y Brasil en los últimos dos años, es muy ilustrativo por tratarse de países más cercanos geográfica y culturalmente a nosotros que los asiáticos, respecto a los cuales las diferencias suelen ser excesivas y susceptibles de diversas interpretaciones.

Mi examen de lo ocurrido sugiere que el cambio más importante detrás de la aceleración económica de Argentina y Brasil en 2004 no radica en la reducción de la inflación, pues ambos países tuvieron inflaciones mayores que la colombiana, ni en la mejora de la situación fiscal, pues el déficit fiscal consolidado de Brasil fue mayor que el colombiano y el superávit argentino debió demasiado a su reciente moratoria de la deuda externa. La diferencia crítica consistió en que, mientras hace unos años en Argentina y Brasil las exportaciones eran muy inferiores a las importaciones de bienes y servicios, desde 2003 hay un amplio superávit comercial. Eso, desde luego, no fue un accidente sino el resultado de las grandes devaluaciones reales que esos dos países "sufrieron" hace varios años, y contra las cuales el FMI y los gobiernos batallaron hasta el último minuto. Mientras tanto en Colombia, como resultado de la revaluación del peso, el balance externo está deteriorándose, aunque la desmejora ha quedado transitoriamente mimetizada tras los altos precios de las exportaciones.

La idea de que un país puede mejorar el bienestar de su población, mediante el logro de un superávit prolongado en su balanza comercial con el resto del mundo fue objeto, hace siglos, de una crítica inteligente y, hasta el aporte keynesiano de hace siete décadas, considerada devastadora, por parte de dos grandes filósofos del siglo XVIII, David Hume y Adam Smith. Ambos destacaron que el bienestar material de la población depende de los bienes y servicios a su disposición, no del oro o de las reservas internacionales en las arcas del Estado y que, para colmo, todo superávit importante de la balanza de pagos acaba por generar fuerzas que tienden a eliminarlo. Desde entonces suele descalificarse como "mercantilismo primitivo" la búsqueda de un superávit duradero de la balanza comercial. Sin embargo, no deja de sorprender la resistencia de muchos a reconocer que el mundo moderno es bien distinto del mundo clásico de Hume y Smith, porque la demanda no está garantizada aunque sea un prerrequisito para la producción.

La historia de las últimas décadas confirma que los países que logran que la demanda externa neta sea positiva y apoye su producción, en lugar de reducirla, crecen más rápido que los demás y acaban obteniendo más bienes y servicios para su población, así durante años buena parte de la producción se acumule indirectamente en la forma de derechos contra el extranjero. Eso hizo China en los últimos años, al acumular más de US$600.000 millones en reservas internacionales, y es lo que por fin comenzó a hacer Argentina, después de coquetear durante años con la estrategia de consumir al debe y apoyar, con su deuda, la producción del resto del mundo.

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