Después de la abolición de la esclavitud, quienes tenían el capital para invertir en la zona y hacerla progresar lo evitaron, y en buena parte lo hicieron porque temían y desconfiaban de la mano de obra negra. | Foto: Iván Valencia

CRÓNICA

Peter Wade, el antropólogo inglés que más conoce la historia del Chocó

El antropólogo inglés Peter Wade conoce el Pacífico colombiano como pocos. Estas son sus impresiones sobre la desigualdad en la zona.

Peter Wade*
15 de diciembre de 2017

A principios de los ochenta, cuando realizaba un trabajo de campo en el pueblo de Unguía, Chocó, llevé a cabo mi primera investigación en el Pacífico colombiano. En ese momento, los habitantes del pueblo eran principalmente inmigrantes de tres regiones: el propio Chocó (del Atrato río arriba), la zona del Sinú y la zona alta de Antioquia. Pronto quedó claro que los chocoanos, en promedio, eran las personas más pobres del pueblo. Aunque también había antioqueños de escasos recursos, la gente de esta región dominaba el comercio y la tenencia de la tierra. También había muchos costeños pobres, de la región del Caribe, pero entre ellos había muchos comerciantes y terratenientes medianos. Y aunque los chocoanos dominaban el empleo en el servicio público (los maestros, las enfermeras, los empleados del gobierno local, la Policía), no había duda de que, en general, eran el grupo menos acomodado.

Luego realicé trabajo de campo entre inmigrantes chocoanos en la ciudad de Medellín. Allí también era obvio que, a pesar de la presencia de una pequeña clase media negra y muchos estudiantes del Chocó, la mayor parte de migrantes de ese departamento trabajaba en el servicio doméstico, la construcción y la venta de comida callejera. El análisis de las estadísticas del Dane, a partir de una encuesta de hogares, mostró que los chocoanos estaban sobrerrepresentados en el servicio doméstico y la construcción, en comparación con los inmigrantes de las zonas rurales de Antioquia.

¿Por qué existían estas desigualdades? En parte, por la discriminación racial directa. En Unguía conocí varios casos de ricos antioqueños que habían sido pobres cuando llegaron por primera vez al pueblo. Fueron ayudados con préstamos y cooperación por parte de sus paisanos más ricos, quienes no les brindaron la misma asistencia a los chocoanos porque desconfiaban de los negros y pensaban que eran vagos e incompetentes. En Medellín, varias estudiantes universitarias del Chocó contaban cómo las abordaban en la calle para ofrecerles trabajo de empleadas domésticas, lo que deja en evidencia la permanencia de los estereotipos racistas. También realicé un experimento en el que personas blancas y de color intentaron alquilar habitaciones seleccionadas al azar de los anuncios clasificados de un periódico local. Los solicitantes negros tuvieron el doble de rechazo que los demás.

Para Peter Wade, "la pobreza del Chocó es el resultado de procesos históricos que han perjudicado el crecimiento económico al estar ligados con la identidad racial de quienes viven ahí". Foto: Iván Valencia.

Pero esta discriminación racial directa no explicaba toda la desigualdad. Un factor importante fue que los chocoanos en Unguía y Medellín provenían de una región que era una de las menos desarrolladas en Colombia en términos de infraestructura económica y educativa. Por lo tanto no podían competir con los demás en igualdad de condiciones. Pero, ¿por qué esta región era tan pobre y desfavorecida?

Fue por razones históricas, que estaban sutil pero innegablemente ligadas al estatus racial de sus habitantes. La región había sido explotada solo por el oro y otros recursos primarios durante el periodo colonial: los blancos apenas se establecieron allí mientras que los negros y africanos esclavizados hicieron la mayor parte del trabajo.

Al obtener su libertad, a través de la autocompra o la fuga, u ocasionalmente cuando fueron liberados por sus dueños, subsistieron en el bosque, protegiendo su independencia ganada a pulso. Estos factores propiciaron que el mestizaje, común en otras áreas, fuese mínimo en esta región, asegurando que la población permaneciera predominantemente negra.

Después de la abolición de la esclavitud, quienes tenían el capital para invertir en la zona y hacerla progresar lo evitaron, y en buena parte lo hicieron porque temían y desconfiaban de la mano de obra negra, que era calificada de difícil, perezosa y terca. Incluso cuando las compañías invirtieron en operaciones mineras, que no hicieron más que extraer riqueza de la región, sin devolver casi nada y sin crear mucho empleo, a menudo trajeron trabajadores negros de las islas caribeñas angloparlantes, porque los consideraban más disciplinados.

Cuando, a mediados o finales del siglo XX, el Estado comenzó a interesarse en la región y diseñó planes de desarrollo, estos se basaron principalmente en la construcción de carreteras para permitir un mejor acceso para los migrantes del interior y admitir una extracción más fácil de recursos: el ‘desarrollo’ consistió en economías de enclave (minería, camaroneras, tala de bosque), que son altamente destructivas con el medioambiente y no crean riqueza e inversión para la población local. Es en este contexto que ocurrieron las violentas incursiones que comenzaron en la década de 1990, impulsadas por la guerrilla y los paramilitares, que luchaban por las tierras y los recursos que la región aún conservaba y que podían ser explotados de manera desenfrenada.

En resumen, la pobreza del Chocó y de la región del Pacífico en general, es el resultado de estos procesos históricos que han perjudicado el crecimiento económico al estar ligados con la identidad racial de quienes viven ahí. Este ‘racismo estructural’ se alimenta y reproduce suposiciones profundamente arraigadas e implícitas de que algunas categorías de personas (negros e indígenas) y los lugares típicamente asociados con ellas, son menos dignas de cuidado y atención que otras. Por lo tanto, importa menos cuando los habitantes de estas regiones sufren pobreza, privaciones y violencia.

Hoy, en la Colombia multicultural, los restaurantes de moda en Bogotá rinden homenaje a la región de la costa del Pacífico en sus menúes, mientras que muchas de las personas que intentan vivir en los territorios que les han titulado en cumplimiento de la Ley 70 de 1993 han sido forzadas a abandonar estas tierras y migrar a las ciudades del interior, donde luchan por ganarse la vida. Lo que se necesita para frenar este proceso y comenzar a desmantelar los efectos del racismo estructural y repararlos es canalizar la inversión y los fondos hacia la región, promover su desarrollo de manera sostenible, siempre sujeto a las consultas previas con las comunidades locales para asegurarse de que los beneficios del desarrollo lleguen a todas las personas de la zona.

Designar al Atrato como sujeto de derechos es un paso valioso (aunque aún está por verse si, y hasta dónde, pueden protegerse los derechos legales del río), pero debe ir acompañado de acciones reparadoras diseñadas para beneficiar a las comunidades que viven alrededor, y más allá, del río.

*Profesor de Antropología Social de la Universidad de Mánchester.

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