'Juan Diego', con ese cariño personal llaman al tenor lírico oriundo de Lima. | Foto: Ernst Kainerstorfer

Íconos culturales

Juan Diego Flórez: el elegido

El 'lirico-leggiero' peruano tiene al público siempre de su lado.

Emilio Sanmiguel*
14 de julio de 2017

Primero fue Luigi Alva (Paita, 1927). Cantó tantas veces el Conde de Almaviva del Barbero de Sevilla, de Rossini, que lo llamaban ‘Alvaviva’. Su carrera brilló en los cincuenta, los sesenta y parte de los setenta; su discografía es monumental.

Después vino Ernesto Palacio (Lima, 1946). Tuvo su época de esplendor desde los setenta hasta comienzos de los noventa. De su categoría hablan más de 60 grabaciones y su Italiana en Argel, de Rossini, es una incuestionable referencia.

A Palacio lo sucedió  Juan Diego Flórez (Lima, 1973) que se coronó en el Festival Rossini de Pésaro en 1996. Desde ese momento, hasta hoy, es el primero de los de su cuerda en el mundo y parece no tener rival; si lo tuviese no debe preocuparse demasiado pues cuenta con el respaldo de un público que lo adora.

Los lirico leggiero (una voz típica del repertorio de finales del siglo XVIII y el primer tercio del XIX) se caracterizan por su facilidad para remontar las notas más altas de la tesitura y poseer una técnica muy sólida en dos campos específicos: los pasajes de velocidad y una respiración casi sobrehumana. En escena suelen ser muy admirados, pero generalmente no desatan locura en los tendidos.

Flórez posee esas cualidades, desde luego. Pero aventaja a sus predecesores, y a la mayoría de sus colegas, por el carisma que emana su presencia en el escenario, eso que diferencia al buen cantante de la gran ‘estrella’. El público agota el aforo de las salas donde se presenta y ‘Juan Diego’, lo llaman como si lo conocieran personalmente, no los decepciona.

¿Dónde está el secreto? Difícil pregunta. Pero nunca antes un lirico leggiero fue adorado de esa manera. Quizá en su adolescencia, cuando en el negocio donde trabajaba su madre acariciaba la idea de una carrera en la música popular y hacía covers de The Beatles y Elvis Presley, debió desarrollar la necesidad de “echarse el mundo entre el bolsillo”. Luego todo fue de prisa y con 23 años sedujo a los ‘rossinianos’de Pésaro.

Al contrario de Alba y Palacio, Flórez empieza a salirse del territorio natural de su voz. Con mucha cautela ha ido abandonando los terrenos del ‘bel canto’ para aventurarse en ciertas óperas de Verdi y hasta en el Werther de Massenet. Él sabe perfectamente que debe ir con cuidado para no equivocarse y no arruinar su instrumento.

Si la fracción más ortodoxa del medio lírico lo aprueba o no, ese es otro asunto, porque tiene lo que no tienen sus colegas: al público de su lado.

*Crítico musical.