Un conjunto de nueve edificios conforman el Centro Empresarial Santa Bárbara, en la Séptima con Pepe Sierra. | Foto: Daniel Segura

DESARROLLO

Este es el potencial del norte de Bogotá

La profesora Patricia Acosta Restrepo asegura que sí es posible soñar con un crecimiento urbano de calidad en la región Bogotá-Sabana.

Patricia Acosta Restrepo*
17 de noviembre de 2017

Desde el año 2000 los debates públicos sobre el manejo de los territorios sin urbanizar, al norte de Bogotá, han estado enmarcados por polémicas ambientales de gran interés mediático. Estas polémicas parecen haber polarizado las posturas sobre cómo intervenirlos y haber contribuido a nublar los difíciles escenarios reales de configuración regional que tenemos en el horizonte de largo plazo.

La política de ocupación que surgió de la revisión del Plan de Ordenamiento Territorial (POT) de Bogotá en 2004, se centró en contener la urbanización del Distrito a partir de diversas estrategias de gestión y programación del desarrollo de sus áreas de expansión, así como de la reclasificación de suelos para delimitar un borde en el norte. Se hizo así para tratar de cumplir con los acuerdos regionales que apuntaban a un modelo de ocupación desconcentrado y estructurado por nodos urbanos compactos articulados en red.

Sin embargo, el crecimiento de los municipios durante los 13 años siguientes promovió todo lo contrario: un desarrollo depredador, fragmentado, disperso y sin estructuras de soporte de calidad. Esta situación se agudizó con la imposibilidad de implementar un sistema de transporte regional conforme con el modelo territorial al que se aspiraba.

Durante los últimos años lo que se ha hecho evidente es que la demanda de vivienda, por parte de varios segmentos de ingresos medios, continúa impulsando el proceso de urbanización y suburbanización de la sabana. Los mercados de los diferentes municipios operan como vasos comunicantes con los de Bogotá. Es así como a escala regional, el vacío que dejó la escasa oferta de suelo programado por la capital durante varios años, sumado a la carrera de fondo en la que se embarcaron los municipios vecinos para atenderla, desató un proceso que nos deja hoy con precariedades territoriales e impactos ambientales de una magnitud insospechada.

A pesar de ello, muchos ciudadanos bien intencionados consideran que los debates sobre el manejo diferenciado de las zonas del norte de Bogotá, se ocupan únicamente de la preservación de una reserva ambiental. Es cierto que los sectores de protección y las zonas rurales al occidente de la futura prolongación de la Avenida Boyacá han sido históricamente de gran interés inmobiliario; también que la conectividad ecológica que se quiso lograr con la delimitación intuitiva de una reserva forestal de borde por parte de unos expertos, de acuerdo con la opinión de otros, puede lograrse de una mejor manera con estrategias de ecourbanismo.

¿Quién podría estar en contra de preservar los valores ecológicos de una reserva forestal? Nadie. En un país en donde no hay presupuesto ni siquiera para proteger los relictos ambientales más valiosos, ¿de dónde saldría el presupuesto para cultivar uno artificialmente? Muy seguramente, de ninguna parte. El desafío, por muy buenas intenciones que se tengan, es que la gestión ambiental en Colombia trascienda el papel. Por eso es necesario implementar estrategias de financiación de la acción ambiental articuladas, cuando se pueda, a las rentas significativas derivadas de los procesos de desarrollo urbano.

Replantear el modelo

De otra parte, los demás territorios en cuestión sin urbanizar son las zonas ya urbanas, de expansión y protegidas, previstas por el POT de 2004, para ser ordenadas en detalle mediante el Plan Zonal del Norte. De su adopción dependía la incorporación de una buena parte del suelo previsto para el crecimiento de la ciudad, pero solo recientemente pudo ser adoptado por la administración distrital.

Las 1.800 hectáreas de Lagos de Torca alojan más de 667 de áreas ya urbanas, sin infraestructura adecuada, y 336,5 de suelos de protección. No obstante, para el desarrollo de las 550 hectáreas potenciales de área neta urbanizable de suelo de expansión, se han incorporado al plan estrategias urbanísticas y de financiación que abren la puerta a nuevos esquemas de desarrollo urbano que aún debemos explorar.

Por un lado, prometen instaurar modelos de infraestructura con principios de ecourbanismo, financiados mediante el reparto equilibrado de costos y aprovechamientos urbanísticos entre todos los predios de la zona. Por otro, prometen financiar la recuperación ambiental del humedal de Torca-Guaymaral, elevando la actual Autopista Norte para garantizar la verdadera conectividad ecológica; así como generar otros bienes públicos necesarios, incluyendo las Viviendas de Interés Social (VIS).

Esta aproximación a la gestión urbanística de Bogotá, sugiere la posibilidad de replantear el actual modelo precario de urbanización de la región sabana. No solamente porque podría demostrar que es financieramente viable hacer crecimiento urbano compacto, ambientalmente responsable y de calidad, sino porque podría a su vez evidenciar que es posible lograr la necesaria transición hacia un enfoque integrado de la gestión urbanística y la ambiental, que permita revaluar la tendencia depredadora del desarrollo disperso sobre los suelos rurales en toda la región.

No obstante, es importante tener presente que aunque no sea aún explícito, los proyectos de Bogotá y lo que actualmente está acordando aisladamente con cada municipio, con la Gobernación y con la CAR, podrían en conjunto impulsar la consolidación del proceso ad hoc de metropolización que se ha estado desenvolviendo. Conviene por tanto sentarse a dialogar abiertamente sobre el tema y realizar algunos análisis que permitan evaluar si la visión de una región de ciudades compactas en red, es aún un escenario de desarrollo regional alcanzable y sobre el cual es preciso insistir; o si por el contrario no queda otra opción realista distinta a consolidar la tendencia mediante la implementación prioritaria de los proyectos acordados.

Lo crucial es que las condiciones resultantes de la sumatoria de lógicas aisladas, no continúen determinando la configuración de esta región geoestratégica del país. ¿Puede redefinirse la visión regional formalmente concertada al inicio de los 2000, como resultante de las estrategias específicas de manejo acordadas sobre los bordes de Bogotá? En este momento, todo parece indicar que podría suceder así.

*Profesora e investigadora del Programa de Gestión y Desarrollo Urbanos de la Facultad de Ciencia Política, Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario.