Este año los empleados del puerto concursaron por contar la mejor historia en la bahía. Esta es la ganadora. | Foto: Jorge Serrato

CRÓNICA

A salvo del mar

El autor de estas líneas recuerda uno de los momentos más inquietantes de su vida frente a las aguas de la bahía: cuando su hermanita cayó al mar.

Andrés Bejarano Randazzo*
9 de noviembre de 2017

Me tomó la mitad de mi vida volver a ti. Me fui lejos, al sur, al norte, incluso al oriente, pero siempre a ciudades rodeadas por cuerpos acuáticos; pero nunca pude encontrar nada como tú.

Nací hace 27 años entre el mar Caribe y la bahía de las Ánimas, me crié en tus costas donde aprendí a navegar y a pescar, me sumergí en tus profundidades y me quemé bajo tu sol abrasador. En tus aguas estuve a punto de perder a mi hermanita en una tarde de enero de 1997. Ella llevaba flotadores en sus brazos y mi abuela me pidió que la sacara del agua porque era hora de almorzar, yo la agarré de un tobillo y la jalé hasta la orilla. De repente todo el mundo corría y gritaba. Su cuerpo yacía inerte en la arena. Un médico que pescaba sobre los espolones del Club Naval se acercó a toda prisa y la reanimó, mi hermana vomitó un líquido rosado, una mezcla de agua de mar con frescoleche (bebida a base de Kola Román y leche condensada). Sin querer casi provoco una tragedia.

Un año y medio después la vida me dejó compensarla. Mi padre tenía un catamarán de 15 pies que navegábamos desde la isla de Manzanillo, donde vivíamos, hasta el Club Naval. En esa travesía de dos kilómetros pasábamos por el canal interno de la bahía, lugar por el que transitan los buques portacontenedores y embarcaciones de gran calado, aquel día, justo cuando pasábamos por ese punto, entre la boya 35 y la 33, mi hermana se cayó por la borda. Mi padre no podía virar el bote debido a las fuertes corrientes que se generan ahí y porque estaba al pairo (en jerga marinera eso corresponde a que la embarcación mira hacia al viento y no puede moverse), un gran buque venía entrando por el canal y era cuestión de minutos para que mi hermana quedara en rumbo de colisión por estar flotando a la deriva.

Fue entonces cuando le dije a mi padre que yo me tiraba e iba por ella, tenía 8 años y era del equipo de natación, él me miró fijamente, me tomó por el chaleco salvavidas y preguntó: “¿Estás seguro?”. Yo le dije que sí sin vacilar. Amarró a mi cuerpo una cuerda con un as de guía (nudo náutico que puede soportar una gran tensión sin deslizarse) entonces yo me lancé al rescate. Al final todo llegó a buen puerto.

Ahora que he vuelto a Cartagena, 13 años después, salgo a navegar por la bahía, y cuando paso por el bajo de la Virgen miro a mi alrededor y veo mi vida resumida en cinco puntos cardinales. Al sur la Escuela Naval donde viví mi infancia; al norte el Hospital Naval de Bocagrande en el que nací; al noroccidente la Base Naval en la cual mi padre trabajó durante años; al oeste el Club Naval donde aprendí a navegar; y al oriente la Sociedad Portuaria, lugar desde el que escribo esto.

*Analista de comunicaciones de la Organización Puerto de Cartagena.

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