Santa Elena es un corregimiento de Medellín. Está a 3.000 metros sobre el nivel del mar y es conocido por ser la tierra de los silleteros. Foto: Pedro Londoño

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Dejar Medellín para vivir en las montañas

Muchos citadinos han decidido migrar al corregimiento de Santa Elena, a 3.000 metros sobre el nivel del mar, en busca de una vida más tranquila y en contacto con la naturaleza.

27 de octubre de 2017

El Valle de Aburrá es un cañón estrecho tallado en la roca de la cordillera Central por la acción paciente del río Medellín. En ese valle se encuentra la segunda Área Metropolitana más grande de Colombia. A lado y lado del cañón se levantan los cerros que rodean la ciudad.

Muchos de sus habitantes han vuelto su mirada hacia las montañas y al mirarlas sueñan con tener una “finquita”, una caricatura de las viejas casonas antioqueñas para levantarse con el canto de los pájaros y vivir sin prisas los años de retiro o juventud.

La capital antioqueña tiene cinco corregimientos, grandes espacios suburbanos y rurales que suman dos terceras partes de las tierras del municipio. Al occidente están San Cristóbal, Altavista y San Sebastián de Palmitas. Al suroccidente, San Antonio de Prado, y al oriente se encuentra Santa Elena. En los últimos años, todos ellos han recibido migrantes de la urbe. Esto ha provocado un auge de la construcción formal e informal, ha fragmentado los predios y causado grandes cambios económicos y culturales.

Carolina y Astrid llevan más de un año viviendo en Santa Elena. Son veganas y están aprendiendo de sus vecinos campesinos a cultivar fríjol, arveja, maíz y plantas aromáticas. Foto: Agustín Patiño.

Santa Elena es quizás el corregimiento más llamativo para la mayoría, en buena parte por la promoción del turismo durante la Feria de las Flores. Es el hogar de los silleteros, últimos exponentes de la tradición campesina de las montañas al oriente de Medellín y patrimonio cultural e inmaterial de la Nación.

Parecería que media ciudad quisiera irse a vivir a ese altiplano ubicado a 3.000 metros sobre el nivel del mar, una pequeña Suiza donde hay bosques de pinos y potreros que por la mañana huelen a hierba. Pero además del romanticismo rural, uno de los principales atractivos de Santa Elena es su posición privilegiada, en medio de dos valles. Al occidente, a menos de una hora en automóvil, está el Valle de Aburrá y en dirección opuesta se extiende el amplio Valle de San Nicolás, donde se asientan Rionegro, el Aeropuerto Internacional José María Córdova, y una decena de municipios cada vez más relevantes en la economía de la región.

Como consecuencia, la demanda de tierras y la construcción se han incrementado tanto que los depósitos de materiales viven su propia era dorada. Algunas veredas han perdido mucho de su paisaje original como los bosques de niebla, y ni siquiera parecen veredas campesinas sino suburbios como los de Llanogrande en el Oriente antioqueño. Así mismo, los precios de alquiler y venta de lotes han subido drásticamente, mientras media docena de acueductos veredales, construidos en su mayoría en la década de los noventa y sin apenas inversión desde entonces, se las ingenian para prestar el servicio ante una demanda creciente.

Santa Elena es y siempre ha sido un lugar de paso entre los dos valles. Cruzan todo su territorio senderos ancestrales entre los que se destacan el antiguo Camino de la Cuesta, el Camino de Bocaná o Tirabuzón y otros más actuales, como la vía Medellín-Rionegro y el Túnel de Oriente, todavía en construcción. Muchos han pisado su suelo y todos han dejado huella: diversos pueblos indígenas ávidos de sal y de oro, los primeros españoles y sus descendientes mestizos, los campesinos que venían del oriente a servir en las viejas casas de recreo de sus suaves colinas y los hippies que llevan medio siglo como pioneros del retorno al campo. Los jóvenes que han seguido sus pasos. Los neochamanes, curanderas y yoguis que hacen temazcales, tomas de ayahuasca y largos ayunos en los bosques más recónditos, y un considerable número de extranjeros que se enamoran de esta tierra.

Casa prefabricada para alquiler en la vereda El Plan de Santa Elena. Muchos campesinos han vendido o alquilado su tierra aprovechando la alta demanda. Foto: Agustín Patiño.

Otros se van

Algunos colonos citadinos quieren una casa de campo para pasar los fines de semana, o para descansar después de una exigente jornada en la ciudad. Otros para que sus mascotas corran libres y cultivar hortalizas mientras trabajan como independientes. Hay quienes se la juegan por vivir de la artesanía, la cocina, y un sinnúmero de pequeños negocios que buscan sacarle ganancias al creciente flujo turístico. Cientos de jóvenes, en general de clase media, ven en el campo una opción de vida e independencia, con la ventaja de no alejarse demasiado de la urbe y todo por un costo razonable en comparación con los barrios de Medellín.

Al mismo tiempo, muchos oriundos de Santa Elena buscan oportunidades de estudio y trabajo en Medellín, dejando atrás la tierra que sus abuelos sembraron de fríjol y maíz. Los que se han quedado prefieren trabajar con el turismo, el transporte y la construcción. Las tensiones son inevitables. Los habitantes de vieja data creen que el modo de vida campesino y los colonos urbanos son incompatibles. Además, si medio Medellín quiere subir a Santa Elena para huir del caos de la ciudad, terminarán por subir el caos con ellos.

Aun así, el terreno se presta para que Santa Elena y los demás corregimientos de Medellín le apuesten a conjugar lo campesino y lo moderno, por ejemplo, consolidando negocios agrícolas y turísticos de alto valor agregado para cubrir la creciente demanda del Valle de Aburrá. Los paisas seguirán mirando sus montañas con nostalgia, pero es necesario que también las miren con respeto y aprendan a habitarlas, pues también son el hogar de la mirla y el carriquí, la zarigüeya y el grillo, de la quebrada y de las nubes que todavía es posible tocar.

El campo se ha convertido en una opción de vida independiente para muchos citadinos. Foto: Agustín Patiño