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Francisco Vergara, barítono colombiano establecido en Alemania, fue una figura clave en la consolidación de la ópera de Colombia

HOMENAJE

30 años es mucho

El libro 'Ópera de Colombia' hace un recuento crítico del desarrollo de esta expresión lírica en el país, en particular sus últimas tres décadas, y recopila un muy valioso testimonio gráfico.

24 de noviembre de 2007

Para celebrar los 30 años de la Ópera de Colombia (que en realidad se llevaron a cabo en 2006), el melómano Francisco Barragán se encargó de escribir los textos de un libro que, ante todo, le rinde homenaje a una empresa cultural que desde el estado y luego fuera de él ha liderado Gloria Zea.

Pero escribir un libro sobre la ópera en Colombia no es una tarea fácil. Rastrear los orígenes de la ópera en Colombia, un capítulo indispensable para abordar estos 30 años del proyecto, fue poco menos que una odisea para los editores. Como señalan en el prólogo, "nuestro ejercicio investigativo adquirió un talante casi arqueológico". Sin fuentes periodísticas confiables ni registros impresos disponibles en archivos estables. Fue sólo en las postrimerías del siglo XIX, con la creación de la Academia Nacional de Música y la inauguración de escenarios aptos para la ópera como los teatros Colón y Municipal, ambos en Bogotá, se hizo posible la llegada al país de compañías extranjeras.

El libro recorre esta larga y a ratos penosa historia, los primeros intentos por establecer compañías nacionales hacia los años 30 (no sólo en Bogotá), las visitas de reconocidas figuras de talla mundial hasta cuando, en 1976, nació la Ópera de Colombia, como se la conoce en nuestros días.

Mucho tuvo que ver la llegada de Gloria Zea a la dirección de Colcultura en 1974 y el empeño de su equipo de colaboradores por darle a la cultura la importancia que parecía haber perdido. Más que inventarse la ópera, lo que se hizo en esos años fue reunir en un proyecto a un grupo de cantantes de trayectoria y reorganizar la Orquesta Sinfónica de Colombia. Así, el 20 de agosto de 1976 se presentó La bohème, de Giaccomo Puccini, y La Traviata, de Giuseppe Verdi. Con la creación de la ópera no se le dio un impulso sólo a la música, sino también a diversos oficios igual de exigentes, como la escenografía, el manejo de las luces y el diseño de vestuario.

Desde entonces, la Ópera le ha ofrecido al público bogotano y de otras ciudades del país una buena cantidad de títulos (Rigoletto, Turandot, Carmen, Madama Butterfly, La Cenicienta, Fidelio, Don Giovanni, Las Bodas de Fígaro, El barbero de Sevilla, por citar algunas) y ha avanzado a pesar de las dificultades. Que no han sido pocas.

Con el cambio de gobierno en 1982 y la salida de Gloria Zea, la Ópera de Colombia estuvo a punto de asfixiarse por falta de apoyo económico e institucional, que recién regresó en 1984 con la llegada de Amparo Sinisterra de Carvajal a la dirección de Colcultura. Entre 1986 y 1991 desapareció por completo y sólo reapareció en 1992, gracias a la Fundación Camarín del Carmen, una entidad privada sin ánimo de lucro, y con ella una nueva generación de cantantes colombianos que han mantenido la tradición.

Barragán, lejos de quedarse en los elogios fáciles, les da una mirada crítica a los distintos montajes y temporadas. Así como destaca los grandes momentos, también señala los errores y los altibajos, y analiza el papel de los medios y las instituciones del Estado y privadas en el desarrollo de una empresa cultural que, además de recortes de prensa y buenos recuerdos, ha dejado escuela en diversas disciplinas de las artes escénicas.