Home

Cultura

Artículo

30 años de soledad

Planeada como la ciudad del futuro, completa tres décadas de frustaciones.

4 de junio de 1990

Considerada "magnífica y única en el mundo" por el padre de la arquitectura moderna, Le Corbusier, y símbolo de "La opresión del poder", por el polémico escritor Tom Walffe, Brasilia, capital política y centro de poder del más grande país latinoamericano cumple 30 años, época en que se pueden hacer balances tanto positivos como negativos de un proyecto arquitectónico que tenía como objetivo crear la "ciudad del futuro".
Construida a ritmo vertiginoso en sólo 41 meses por el entonces presidente Juscelino Kubitschek, transformada en síntesis de su política desarrollista, la inauguración de la nueva capital en plenos años 60 no podía esperar. Brasilia era la concretización del sueño brasileño de conquistar tierras salvajes. Representaba un país nuevo, moderno, en pleno desarrollo. En medio de las tierras secas y polvorientas del grande y subdesarrollado sertao, lejos del mar, "el novo El Dorado" brasileño nacía con sus grandes edificios, monumentos, sin límites de costo. La oposición criticaba la rapidez de las obras que no paraban a ninguna hora del día y el presidente respondía que "entre más rapido más barato". Brasilia consumió así 500 millones de dólares. Los números impresionan: un millón de metros cúbicos de concreto, 2 mil kilómetros de cables y 500 mil metros cúbicos de arena fueron usados. Al fin de cuentas, como el propio presidente lo decía, "es preferible hacer lo supérfluo, porque lo necesario será hecho de cualquier forma".
Más allá de las obras más famosas, como el Palacio del Planalto, Congreso, Catedral Metropolitana, Teatro Nacional, Memorial JK, sembrados a lo largo del eje monumental, según las formas creadas por sus inventores, los arquitectos Oscar Niemeyer y Lucio Costa, cuyos espacios, dimensiones y formas no se ven en ninguna otra parte del mundo, Brasilia es también la ciudad donde el brasileño percibe la embriagante sensación de que el poder está allí. La clase política y empresarial tiene sus ojos y necesariamente un pie en la capital del país. Si alguien cuenta en Brasil, tiene que vivir allí.
Brasilia tambien es una ciudad que provoca sensaciones. Desde hace algún tiempo los habitantes de esa ciudad proyectada para ser "la capital del siglo XXI" y declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco en 1987 , sienten la falta de esquinas y aceras al punto de que en determinados momentos esos detalles producen angustias, tedio y soledad. Y también problemas menos existencialistas, como la falta de un peatón para pedir cualquier información. La impresión de un visitante recién llegado es que fue olvidado. Nadie pensó en él.
La ciudad planeada por Lucio Costa con base en las claves urbanísticas elaboradas por Le Corbusier, que consistían en que las necesidades del hombre se dividen en trabajar, vivir, circular y recrearse, está dividida radicalmente a través de inmensos espacios vacíos entre una parte y otra. Costa, siguiendo los conceptos urbanísticos de Le Corbusier, creó dos ejes que se cruzan. En el eje vertical, conocido como Eje Monumental, fueron dispuestos los monumentos, palacios, así como reparticiones públicas, cuarteles y el amplio sector deportivo. Sobre el eje transversal, llamado Eje Rodoviario, fueron creadas manzanas gigantes, formadas por apartamentos y minicentros comerciales.
En verdad muchos sueñan con hacer inmensos salones y clubes cerrados para unos pocos privilegiados. Con sus 400 mil habitantes, cifra oficial, casi un millón y medio si se suman los habitantes de los alrededores y la mayor concentración de periodistas, políticos, diplomáticos acreditados en el país, la capital federal de Brasil refleja también todos los males del Brasil de hoy.
La crítica más común y divertida que se le hace es que las manzanas, "las supermanzanas", son tan largas que no permiten el surgimiento de los populares bares de esquina. La verdad es que ahora, 30 años despues, presenta problemas comunes a todo el país. Y no podría ser distinto. El crecimiento desordenado y desigual de la ciudad, unido al empobrecimiento del país junto con la migración del campesino pobre del nordeste del país a la capital con la lógica instauración de enormes favelas, pesan. La red de transporte de superficie es bastante precaria.
Sin embargo, cuando se observa el panorama de esa ciudad blanca, luminosa, adornada por edificios magníficamente proyectados, como una esposa que promete un futuro maravilloso, es cautivante.
Como dijera el mismo Niemeyer, "la arquitectura está hecha para conmover el pueblo". Aunque advierte, con el peso de sus casi 80 años, que para él está claro que "Brasilia todavía no es la ciudad del futuro, pero tendrá que serlo un día, cuando los más pobres sentirán que la tierra, los mares y los ríos "nos deben pertenecer a todos".-