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Adiós Cantinflas

Mario Moreno filmó su primera película antes de "Lo que el viento se llevó" y la última después de "Rambo". En este medio siglo prácticamente forjó la cultura popular latinoamericana.

24 de mayo de 1993

A MARIO MORENO "CANTINFLAS", muchos mexicanos lo querían enterrar en el único sitio que creen se merece: al lado de Pancho Villa, en el Monumento a la Revolución. Otros, como el presidente Carlos Salinas, plantearon que su cuerpo ocupara una cripta en la Rotonda de los Hombres Ilustres, al lado de Amado Nervo. Pero no lo lograron, pues el último deseo del actor fue que sus restos descansaran al lado de los de su única esposa reconocida. Sin embargo, el hecho muestra a las claras lo que los mexicanos sienten por este hombre.
Y es que antes de que Hollywood produjera "Lo que el viento se llevó" y "El ciudadano Kane", dos de las más grandes realizaciones de la historia del cine, ya el cómico mexicano había filmado cuatro películas. Más aún. Dos años antes de que el director Michael Curtiz estrenara "Casablanca", para muchos la mejor película de todos los tiempos, Cantinflas había saltado al estrellato internacional en 1940 con "Ahí está el detalle". Este disparatado comediante, identificado por su peculiar forma de expresarse, su camisón andrajoso y sus pantalones caídos a media cadera, fue famoso antes que Ingrid Bergman y Humphrey Bogard. Y cuando a comienzos de los 80, producciones como Rocky III y Rambo inundaban las pantallas de todos los países, Cantinflas todavía seguía dando batalla con El barrendero, la que se convertiría a la postre en su última realización.
Mario Moreno Reyes, que había logrado en su amplia trayectoria artística ser contemporáneo al mismo tiempo de Clark Gable y de Silvester Stallone, iba a cumplir 82 años el 12 de agosto de 1993. Pero un cáncer en el pulmón, detectado hace un mes, se encargó de arrebatarle la vida la semana pasada, después de haber caído en un rápido y definitivo resquebrajamiento físico, que lo hizo incluso perder sus facultades mentales. Según las declaraciones de su propio hijo, Mario Moreno Ivanova, minutos antes de expirar Cantinflas no reconoció ni siquiera a su familia.
A BELLAS ARTES
El mismo martes 20 de abril, poco después de que se conociera la noticia de su fallecimiento ocurrido a las 9:25 de la noche, cientos de ciudadanos comenzaron a desfilar por la funeraria Galloso, en Ciudad de México, donde se velaban los restos del ídolo nacional. Sin embargo, la conmoción real causada por la muerte de Cantinflas sólo empezó a insinuarse en la madrugada del miércoles, cuando el propio presidente Salinas de Gortari encabezó el que ha sido uno de los mayores desfiles de figuras de la sociedad, la política, el arte, la literatura, el cine y la televisión mexicanos en los últimos años, con el objetivo de despedir a quien se había convertido desde años atrás en símbolo de toda Latinoamérica.
Algo debía tener Cantinflas para que el propio Salinas de Gortari lo mencionara en tres discursos la semana pasada, y permaneciera de estricto luto durante más de 48 horas. Algo debía tener para que el caucus de senadores hispanos del Congreso norteamericano hubiera propuesto un minuto de silencio, con la aprobación de toda la sala, en honor de su nombre y para que los diferentes representantes de los Estados latinoamericanos, incluido el presidente César Gaviria, expidieran mociones de condolencia tanto a la familia como al gobierno mexicano, por su muerte.
El jueves pasado, mientras el cuerpo inerte de Mario Moreno era conducido por la avenida Félix Cuevas rumbo al Palacio de Bellas Artes, donde se le tenía preparado un solemne homenaje antes de su entierro, la sensación generalizada era la de que en México se habían juntado en un solo acto dos cultos sagrados: el culto a la muerte y el culto a Cantinflas. Una vez llegado a la sede de Bellas Artes, uno de los lugares más bellos, imponentes y elegantes de México, más de 350 mil personas desfilaron ante el sarcófago de su ídolo, de a dos por segundo para que las 48 horas de velación alcanzaran. Un pequeño porcentaje lo conformaban el presidente Carlos Salinas, sus ministros y personajes de la farándula mexicana. Los demás pertenecían al sector popular que jamás había ingresado al Palacio de Bellas Artes, pero que ese día sintieron que con Cantinflas, habían ganado ese derecho.
Al día siguiente, cuando por fin la familia había decidido que, según los propios deseos de Cantinflas, sus cenizas debían ser depositadas en el Panteón Español, al lado de su esposa, la multitud de seguidores era tal, que no faltó quien comparara sus exequias con las de Mao Tse Tung o Rodolfo Valentino.
EL PELAITO
¿Qué tenía Cantinflas para haber hecho de su muerte un acontecimiento de tan amplias dimensiones? En primer lugar, el célebre comediante descubrió, casi sin saberlo, la forma de integrar la idiosincrasia de su pueblo -el pueblo mexicano primero, y luego el de buena parte de Latinoamérica- en una sola figura. Basado en la imagen de los jóvenes cargadores de bultos del México de los años 30 y 40, popularmente conocidos como "pelaítos", Mario Moreno creó aquel personaje que lo había de lanzar a la cumbre artística de su país y del exterior: el pelaíto de sombrero triangular, camisón largo y sucio, pantalones remendados amarrados a la cintura con una cabuya, pañuelo anudado al cuello y bigote ralo; de hablar enrevesado e irracional, que en medio de su ignorancia y pobreza trataba por igual a ricos y a mendigos, y cuya única meta era sobrevivir de la manera más optimista posible.
La lucha ante la adversidad que Cantinflas representaba en cada una de sus películas y su manera de hacer reír por medio de parlamentos desprovistos de sentido pero útiles para salir airoso en todas las discusiones, hicieron que el pueblo mexicano -después toda Latinoamérica- se identificara con él y con sus situaciones. En corto tiempo, desde sus inicios como actor en 1936, Mario Moreno logró con Cantinflas, en la América hispana, lo que Chaplin con Charlot en el mundo.
En segundo lugar, Cantinflas surgió, como muchos otros comediantes, de los barrios bajos de Ciudad de México. Hijo de un agente postal ambulante y el cuarto de 13 hermanos, desde su temprana infancia convivió con el hambre y el rebusque económico, lo cual le permitió estar en contacto directo con ese tipo de gente que años más tarde llevaría a la pantalla gigante en sus interpretaciones, y que todo el mundo aplaudiría por su fidelidad a la vida real.
Con cierta dificultad logró estudiar primaria y matricularse en el bachillerato. Pero la educación regular la abandonó muy pronto, movido por las ganas de trabajar y hacer su propio dinero. En esos tiempos realizó todo tipo de labores. Con escasos 15 años ya había sido monaguillo, empleado de billar, ayudante de peluquería, zapatero, cartero, embolador, taxista, aprendiz de torero y hasta boxeador en el teatro Frontón, donde se alcanzó a ganar de 30 a 40 pesos por pelea. Eran los tiempos del abandono, pero también los de la esperanza de hallar algún oficio que lo sacara de la miseria.
Fue cuando decidió enrolarse en una de las tantas carpas de comedia barata que por ese entonces habían surgido en todo México. En el poblado de Jalapa tuvo su primera oportunidad en el escenario. Ofreció al dueño de la carpa Ofelia sus servicios como bailarín y cantante, de tal suerte que esa misma noche se encontró frente al público bailando charleston, cantando tangos y haciendo pequeñas imitacioes de artistas norteamericanos. Pero su verdadero éxito llegaría varios meses después, cuando se dio cuenta de que su interpretación de borracho tonto era la causa de que las carpas se colmaran de espectadores en cada pueblo que visitaba. Contaba apenas con 16 años.
Así fue conociendo otras carpas, más grandes e importantes, a comienzos de los años 30. En la compañía Valentina conoció a la que más tarde sería su esposa, la bailarina Valentina Subarow. En el escenario del Follies de Santa María de Rivera, tuvo la oportunidad de alternar con otra de las grandes glorias de México, también en pleno ascenso: Agustín Lara. El público ya lo había bautizado con el nombre de Cantinflas, surgido de la contracción de una pregunta recurrente de los espectadores al celebrado personaje del borracho tonto: "¿Cuanto inflas?", le gritaban, refiriéndose a su embriaguez.
Sus dotes de improvisador innato surgieron por casualidad. Una noche el maestro de ceremonias no se presentó y Cantinflas fue prácticamente obligado a abrir el show. Los nervios impidieron que hilvanara alguna frase coherente y optó por aprovechar su poca elocuencia a su favor. A partir de entonces, Cantinflas contó con otra de sus características esenciales: hablar mucho, sin pausa y sin decir absolutamente nada.
DE LA CARPA AL CINE
No obstante, hasta ese momento Mario Moreno no pasaba de ser un simple comediante pueblerino, con unos pesos de más en el bolsillo, mucha creatividad, pero pocos resultados en grande. Los mejores años estaban por venir, a partir de 1936, cuando el director de cine Miguel Contreras Torres lo contrató para que realizara un pequeño papel en su película "No te engañes, corazón", al lado de un célebre humorista de la época: Don Catarino. La película, aunque no muy exitosa, marcó el inicio de la que sería una carrera única en la historia delcine.
Un itinerario de 46 años de vida cinematográfica, más de 4.500 minutos en pantalla y un total de 49 películas, había comenzado a recorrer aquel torero y boxeador fracasado, semipayaso de circo, que encontró en el celuloide la mejor forma de expresión humorística. En escasos cuatro años el nombre de Cantinflas ya había traspasado las fronteras mexicanas. "Ahí está el detalle", estrenada en 1940 y uno de sus grandes éxitos, fue traducida al inglés y al francés, mientras el público latinoamericano comenzaba a divertirse con sus improvisaciones, su forma de abordar las más calamitosas situaciones, su manera enredada de hablar y su gracia para sacar provecho de la adversidad. Películas como El gendarme desconocido, Ni sangre ni arena, Romeo y Julieta, A volar joven, El bombero atómico, El siete machos y El señor fotógrafo, registraban, cada una a su manera, la esencia de su estilo: saber calcar la sociedad de su época a través de la comedia blanca.
Al igual que Chaplin, nunca necesitó de la obscenidad, la violencia y la grosería para producir humor. Por el contrario, la comicidad nacía de la ingenuidad de sus personajes y de la gracia con que los representaba. Y al igual que Charlot, fueron muy pocos los oficios que Cantinflas no desempeñó en pantalla. Hizo el papel de torero, boxeador, cartero, bombero, aviador, jinete de carreras, barrendero, policía, ladrón, embolador, marino, soldado, sacerdote, profesor, portero y otra gran cantidad de profesiones.
Esto, unido a la irreverencia que demostraba frente a sus superiores y en general frente a cualquier tipo de autoridad en cada una de sus caracterizaciones, lo hacían ver como un personaje solidario con las clases menos favorecidas. Sin lugar a dudas, su figura y su personalidad lo convirtieron en el paradigma de la cultura popular latinoamericana.
Su inconfundible estilo de diálogo era una parodia de la demagogia política. Tanto que mientras eran velados sus restos el jueves de la semana pasada, el escritor Carlos Fuentes comparó estas parrafadas con los discursos de un Perón o un Batista. Y ese estilo llevó a penetrar a tal punto las costumbres latinoamericanas, que la Academia de la Lengua Española, en su más reciente edición, incluyó dentro de sus neologismos las palabras "cantinflada", "cantinflesco" y "cantinflear", para describir las diversas formas de expresarse con muchas palabras y ninguna idea.
A pesar de que la gran mayoría de su producción cinematográfica la realizó bajo el nombre de su propia casa productora en México, su efímero pasó por Hollywood fue todo un acontecimiento. En las dos ocasiones que filmó en tierras estadounidenses, tuvo la fortuna de alternar con varias de las más célebres estrellas del momento. Primero en 1956, cuando el director Michael Anderson lo invitó a protagonizar "La vuelta al mundo en ochenta días" y trabajó al lado de David Niven, Shirley MacLaine, Charles Boyer, Marlene Dietrich, Buster Keaton, Frank Sinatra y Trevor Howard. Luego en 1960, bajo la dirección de George Sidney, cuando participó en "Pepe", acompañado de Bing Crosby, Sammy Davis Jr., Judy Garland, Jack Lemmon, Kim Novack, Tony Curtis y Dean Martin.
LA LEYENDA NEGRA
Para entonces, la vida de Mario Moreno Reyes había cambiado para siempre. Aunque muchos críticos consideraban que la calidad de sus películas había descendido notablemente a partir de la segunda mitad de los años 60, Cantinflas se iba transformando cada vez más en una leyenda viva. A los ojos de muchos, una leyenda no del todo blanca.
Durante varios años se mantuvo la idea, dentro de las clases populares, de que Cantinflas era un mecenas, dedicado plenamente a surtir de dinero a gentes de los sectores pobres de la población mexicana. Muchos lo consideraban un filántropo. Otros, por el contrario, aseguran que la fortuna acumulada por el comediante en el transcurso de su carrera lo convirtió en un individuo ambicioso y egoista, cuya ostentación de riqueza llegaba a límites inimaginables. La verdad es que, de la misma forma que Charles Chaplin fue apartándose de la personalidad humilde de Charlot, Mario Moreno hizo lo propio con Cantinflas. Los últimos 10 años de su vida los pasó separado del público, que continuamente lo tildaba de oligarca. En declaraciones recientes ofrecidas a la prensa, se justificó advirtiendo que lo que él se había propuesto con Cantinflas era ante todo su superación social. Ahora que lo había conseguido, no podía echarse para atrás.
Y algo de razón debía tener. Un hombre que logra lo que Cantinflas alcanzó a punta de trabajo honesto y de genialidad, tiene derecho a disfrutar su fortuna como le venga en gana. Además, más allá de sus excentricidades o de sus lujos, su legado, el de los valores de la humildad, la irreverencia y la alegría, es ya patrimonio de millones de latinoamericanos.

Asi lo vieron
CESAR GAVIRIA
Mario Moreno Cantinflas entendió el alma popular como muy pocos artistas de nuestra cultura latinoamericana han logrado hacerlo. No se limitó a reproducirla de una manera mecánica y limitada. Por el contrario, ensanchó la visión de nosotros mismos a través de su mirada perspicaz e inteligente.
Es, quizás, la solidaridad una característica de su personalidad que le imprime a toda la obra cinematográfica de Cantinflas una originalidad sólo compartida por los mejores cómicos del mundo. Y es que a veces se usa el humor como algo destructor y corrosivo cuando, en realidad, los que creemos en la infinita poesía del humor, como lo hizo él, reivindicamos su naturaleza constructiva.
Mario Moreno y el nombre que lo hace legendario, Cantinflas, no sólo fue el único latinoamericano que logró ocupar un lugar importante en el universo del cine, sino un humanista que puso la cara ante el mundo por todos nosotros.
GABRIEL GARCIA MARQUEZ
Nada más merecido que los homenajes que ha recibido Cantinflas en estos días, por su genio creativo y su arraigo popular. Yo pienso en él todos los días, cuando llego a mi oficina del taller de cine que dirijo en los Estudios Churubusco. Esa oficina fue, hace muchos años, de Cantinflas. Dentro de la leyenda negra de este hombre se llegó a decir que en el baño de esa oficina había un inodoro de oro. Eso no es cierto, pero aún hoy todo el mundo me pregunta si ese baño tiene un inodoro de oro.
ALVARO MUTIS
En realidad yo nunca fui admirador de Cantinflas. Nunca me pareció nada distinto de un mimo. El patrocinaba esa plaga latinoamericana de hablar mucho sin decir nada. Pero los latinoamericanos no somos así. Y menos el mexicano. Cantinflas acertó en la descripción de la clase popular de su país en los años 40. Sin embargo, este cómico continuó utilizando su personaje durante muchos años más, cuando la situación de su país había cambiado por completo.
Conocí a Mario Moreno en 1962, porque yo trabajaba en la compañía que distribuía sus películas. Y me dio la impresión de que era un hombre frío, antipático y artificial, sin calor humano. Lo que más me impactó al llegar a su casa fue su presunción de nuevo rico. No quiero demeritarlo, ahora que está muerto, pero confieso que nunca entendí su éxito, pues su vena humorística se agotó muy pronto.
JAIME GARZON
No hay duda de que mi generación se salvó gracias a Cantinflas. ¡Qué tal haber crecido educado por MacGyver y Schwarzenegger! La mayoría de los colombianos fuimos educados por Cantinflas. Incluso la clase política, que practica la misma lógica del humorista mexicano.
Claro que en el ámbito profesional yo represento a otra escuela. Mi gran aspiración es poder llegar a ser como Cantinflas. El fue ante todo un luchador de la clase social. Si no las dos, por lo menos me gustaría poseer una de estas cualidades: tener un mensaje y la gracia para transmitirlo.
Grandes amigos
Amparo Grisales y Cantinflas llegaron a ser muy amigos. En el Festival de Cine de Cartagena de 1985 se convirtieron en la pareja del certamen, pues iban juntos a todas partes. Cuando se enteró de su muerte, la reina de la actuación colombiana llamó a SEMANA para pedir que le copiaran una de las fotos que les fueron tomadas ese año en Cartagena, pues ella no tenía ninguna y quería conservar una en la intimidad de su hogar.