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Belisario Betancur decidió seguir el ejemplo de tres coleccionistas de libros que hicieron historia: Alfonso Palacio Rudas, Nicolás Gómez Dávila y Pilar Moreno de Ángel

FILANTROPÍA

Al alcance de todos

Belisario Betancur, quien acaba de donarle sus libros a la Universidad Bolivariana de Medellín, se une a una tradición que hace posible que las grandes bibliotecas tengan mejores colecciones

9 de septiembre de 2006

La obsesión por un libro ha llevado a cientos de seres humanos a hacer cosas insospechadas. Cuántos no han sido robados por personas que ni siquiera serían capaces de apuntarle a un conejo que se ha comido las plantas del jardín. Cuántos asesinatos, intrigas y engaños ha impulsado el deseo de conseguir una edición limitada. Cuántos miles de dólares no ha llegado a pagar un enamorado de los libros sólo por tener en sus manos una edición que lo desvela. Coleccionarlos es un vicio. Algunas de estas personas lo hacen movidas sólo por el deseo de comprar y comprar con el único fin de acumularlos. De ver cómo su biblioteca cada vez tiene más títulos. Otras lo han hecho a partir de sus inquietudes intelectuales, gustos literarios, criterios estéticos...

Este amor, esta obsesión, esta pasión -llámesele como se llame- ha llevado a que en el mundo se hayan creado colecciones maravillosas que generalmente terminan por donarse o venderse a las bibliotecas más importantes de cada país. Ante el temor de que estos tesoros terminen dispersos por ahí, la opción de venderlos o donarlos como una unidad es la mejor. "Los coleccionistas son los que construyen las grandes colecciones de arte y literatura de un museo o una biblioteca", explica Jorge Orlando Melo, historiador y ex director de la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República. Los libros más valiosos y raros están en manos de coleccionistas particulares porque los Estados no tienen los mecanismos, ni muchas veces fondos destinados para dicho rubro, que les permita estar en la búsqueda permanente de esas joyas. Por esa razón, sólo terminan siendo parte del patrimonio cultural de un país gracias a la iniciativa de un coleccionista privado.

Colombia, por poner un ejemplo, tiene acceso a los artículos de prensa y volúmenes de historia colombiana producidos desde 1838 hasta 1870 porque Anselmo Pineda, un soldado de la guerra de la Independencia, regaló su colección a la Biblioteca Nacional. El Estado no se la quiso comprar. Pineda, quien pedía que le enviaran desde todas las ciudades cuanto folleto, afiche, volantes, entre otros, fuera publicado, realizó en 1851 y luego en 1870 una de las donaciones más grandes, si no la más, que se han hecho en el país. Y si la Biblioteca Nacional tiene este fondo bibliográfico de prensa gracias a Pineda, la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República lo tiene gracias a que en 1944 compró la colección de Laureano Gómez Ortiz, que constaba de 25.000 ejemplares. "Sin los coleccionistas, muchos papeles viejos, muchos libros, muchas obras de arte poco valoradas terminarían convertidas en cartón o papel reciclable, o simplemente abandonadas", explica Melo.

Nadie las separará

En el afán porque nadie divida lo que se ha tratado de agrupar con tanto esfuerzo, son muchos los intelectuales colombianos que han vendido o donado sus colecciones. Esto sucedió con el ex presidente Belisario Betancur, quien el viernes anterior hizo oficial la donación de su colección de más o menos 20.000 volúmenes a la Universidad Bolivariana de Medellín, donde estudió y fue profesor. "Quiero hacer participe a la comunidad en general de todos los libros que he acumulado a lo largo de mi vida", dijo el ex presidente, quien asegura que sus libros son sus amigos íntimos. "La colección del Presidente es la de un intelectual que ha estado ligado al mundo editorial. Tiene muchísimas obras de valor para los bibliógrafos", cuenta Melo. Esto quiere decir que hay muchas primeras ediciones, libros firmados o colecciones especiales. Su biblioteca, además de ser rica en literatura, también está conformada por volúmenes de filosofía, derecho y economía.

Entre las donaciones importantes que ha habido Colombia a lo largo de la historia se encuentran las de José Celestino Mutis. En 1808 se cedió a la Biblioteca Nacional su colección de libros de ciencias naturales y botánica, que es una de las joyas bibliográficas que hay en el país. Esta selección no era tan grande, pero sí era especial. Y es que hay colecciones que son importantes no por ser extensas, sino porque son dedicadas a un tema específico, lo que les da un valor agregado a las grandes colecciones de las bibliotecas.

Algunos coleccionistas como Alfonso Palacio Rudas pusieron condiciones a la hora de donar. Su biblioteca, tal vez una de las más completas del país, fue donada también a la Luis Ángel Arango, con la condición de que estuviera abierta al público en un sector específico del norte de Bogotá. Por tal motivo, el Banco de la República, que tiene en comodato la casa que perteneció al maestro Ricardo Gómez Campuzano, decidió que además de exhibir allí las obras del autor, la adecuaría para consulta de este material bibliográfico. La colección de Palacio Rudas es muy fuerte en economía (especialmente en ediciones extranjeras sobre el tema), política, política inglesa, historia y literatura. Pero aun más grande que ésta (31.000 volúmenes) era la colección de Jorge Ortega Torres (41.000) que compró la Luis Ángel Arango en 2000 y que es fuerte en literatura colombiana y temas jurídicos.

Otra de las buenas colecciones que se compraron últimamente es la de Pilar Moreno de Ángel. La Universidad Eafit y la Luis Ángel Arango la adquirieron en compañía, con el compromiso de que la biblioteca de la universidad se quedaría con todo el material que no tuviera la Luis Ángel, aproximadamente unos 1.300 ejemplares, de un total de 8.000. Esta biblioteca es muy importante no sólo por sus libros de viajeros en Latinoamérica y de historia colombiana, sino por su cuidada conservación.

No todas las bibliotecas importantes del país tienen definido su destino. Una de las más importantes, profundas y rigurosas era la de Nicolás Gómez Dávila, cuyo destino aún es incierto. Esto se debe, según explica su hija Rosa Emilia Gómez, a que es una biblioteca de lector especializada en filosofía y con muy pocos libros en español. Es más, sólo hay traducción en toda la colección: Kierkegaard traducido al alemán. Es por eso que la familia de Gómez Dávila está a la espera de quien desee comprarla, aunque aseguran que aspiran que se quede en el país. Hans Ungar también tenía, en opinión de Melo, una de las bibliotecas mejor construidas del país aunque más pequeña comparada con otras: 8.000 volúmenes. Esta es una colección más que todo europea, la mayoría en alemán, y que tenía algunas primeras ediciones extraordinarias y libros raros. Por el momento, los herederos no han decidido qué hacer con ella, aunque tienen la certeza de que no la dividirán. Otra biblioteca que también está a la espera de que se decida su futuro es la del filósofo Estanislao Zuleta.

Estas iniciativas de personas enamoradas de los libros logran el milagro de que un lector inquieto en un tema determinado pueda acceder a un ejemplar que de otra manera jamás llegaría a sus manos. Lo que el coleccionista haya tenido que hacer para conseguirlo ya no importa. Es parte del pasado.