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AL OTRO LADO DEL ESPEJO

Cristóbal Toral se atreve a pintar bonito y se decide por la figura en un momento en que para muchos estos recursos están pasados de moda.

23 de junio de 1997

El debate que dejó en el tapete un crítico local sobre la paradoja que representaba que el Museo Nacional exhibiera la gran exposición del escultor abstracto Henry Moore en sus salas, mientras el Museo de Arte Moderno apenasse conformaba con abrirle sus puertas a un artista tan 'poco contemporáneo' como Cristóbal Toral, pone el dedo en la llaga sobre lo que hoy se considera moderno o no. Y sobre el gran reto que representa seguir pintando en pleno siglo XX según los cánones tradicionales de la perspectiva renacentista como supuestamente lo hace este prolífico pintor español. Para el arte de la época posmoderna que busca su esencia en la imagen fragmentada, que rompe con los compromisos del figurativismo, que se ha decidido muchas veces por la estética de la fealdad, la agresión a las convenciones pictóricas, el desprecio por la forma, no deja de sonar herético una propuesta que, al contrario, le apunta sin pudores a la pulcritud del dibujo y la técnica. Cristóbal Toral lo hace con fuerza, con saña, con obsesión, y decide pintar bellamente, en el sentido tradicional del término. Sin embargo, en él este planteamiento no significa necesariamente una caída en decorativismos superficiales y estetizantes. Al contrario, lo que se ve en la vigorosa pintura de Toral es el uso depurado de un lenguaje clásico, enraizado en el gran arte de Velázquez y Goya, pero que se ocupa del mundo moderno desde la perspectiva de un hombre de fin de siglo.De esta tensión entre la exigencia artesanal de su técnica y la conciencia moderna surge la perturbadora obra de Cristóbal Toral, un artista que pinta con referencia en los clásicos en un mundo que ha perdido la ingenuidad y tiene los sueños rotos. Y para hacerlo no pierde los buenos modales de una gramática estricta y precisa aunque lo que pinta a veces no tiene un referente en la realidad sino en mundos imaginados o paralelos.La obra de Toral tiene cuatro grandes leit motiv que se encuentran y desencuentran en impresionantes cuadros de grandes formatos o en pequeños y conmovedores lienzos. Estos temas son los bodegones, los paisajes, los interiores y los equipajes. A través de ellos Toral hace un apasionante viaje por el mundo del objeto cotidiano, de su aventura sin nombre, de su comentario callado de la fragilidad humana. En sus naturalezas muertas las manzanas, las sandías, los membrillos, sirven de excusa para depurar un lenguaje en el que la física tiene otras leyes, el espacio otras posibilidades y las cosas otras maneras de relacionarse entre sí. Pero la parte de su obra que realmente impacta son sus grandes formatos, en los cuales mujeres provincianas deben agarrarse desnudas a carteras raídas, sábanas sucias o fotografías viejas para no olvidar que ocupan un lugar en un planeta que definitivamente ha decidido ignorarlas. También están los cuadros donde paisajes escatológicos se regodean en catástrofes tal vez nucleares, tal vez emocionales, de las que apenas son testigos esos residuos culturales que son los objetos sin importancia. Pero esta galaxia doméstica de muñecas rotas, pedazos de computador, zapatos o televisores anticuados, tal vez como las cucarachas, serán los únicos sobrevivientes a un holocausto atómico. Y finalmente están los equipajes, el gran tema de Toral, ese en el que se ha empeñado obsesivamente por más de 20 años. En estas obras, en las que los protagonistas son maletas pequeñas, grandes, ajadas, de plástico, de cuero, de cartón, marcadas por tiquetes de aeropuertos, el gran tema del desarraigo contemporáneo se pasea sin teorías, sin filosofías, pero eso sí con un gran aliento poético. Jugando con estos cuatro grandes temas Toral hace barrocas y esenciales puestas en escena para dejar planteadas miles de historias sin principio, clímax, ni final, como son en realidad las historias de la vida. Las pistas del argumento no las ofrecen los protagonistas. Las claves, al contrario, están en esos objetos untados de pasado, absurdos en su inutilidad, patéticos en su abandono y envueltos por ricas atmósferas.Por todo esto la obra de Toral muestra un nuevo camino para el realismo, muy acorde con estos tiempos desencantados y que está lejos del facilismo de las formas bellas. Al contrario, sus pinturas abren un inagotable universo que permite al espectador viajar al otro lado del espejo, al igual que cualquier vanguardia que se respete.