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AL POR MAYOR

EL VI FESTIVAL INTERNACIONAL DE POESIA DE MEDELLIN, CON POETAS DE TODO EL MUNDO, LE DEVUELVE EL PUBLICO LA PALABRA.

24 de junio de 1996

Medellín es quizá la ciudad colombiana que más prensa ha mojado durante la última década, tanto en Colombia como en el exterior. Y no es para menos. No todos los días los periodistas del mundo se encuentran una ciudad que produce niños asesinos de mirada dulce y devotos a la Virgen del Perpetuo Socorro. Un lugar con calles manchadas de sangre y con un alto índice de narcotraficantes y monjas. No en todas partes surgen míticos criminales que construyen barrios, ponen bombas que destruyen otros y vuelven a regalar más barrios. Al menos esa fue la leyenda negra que hizo la delicia de los mercenarios de la imagen y de las historias confusas y calientes que alimentan las rotativas. Sin embargo esa crónica universalmente difundida con estos personajes de tez café y alma negra ha empezado a salpicarse de otros comentarios. En un periódico brasileño alguien escribe con mayúsculas: "Algo muy importante está ocurriendo en Medellín. Algo muy importante para el futuro de una vida realmente digna de ser vivida" . En el ABC de España otro añade: "Medellín se está convirtiendo en un símbolo positivo de nuestro tiempo". Y El Nacional de Caracas resume: "Lo que sucede allí durante estos días está más allá de lo posible y lo creíble". El rey Midas que, al menos en estas páginas citadas, transformó el sino sangriento de una ciudad destrozada en otro cargado de futuro, tiene nombre propio: la poesía. Pero no la de los libros que nadie lee ni la de las palabras huecas que se intercambian en silencio ni la de los restos de dorados y muertos banquetes académicos. La loca que echó a andar el Festival Internacional de Poesía de Medellín hace seis años por las calles empinadas de las comunas, la cúpula del planetario, que se sienta en el caballo de Simón Bolívar y en las bancas del Parque del Obrero es otra cosa. Una poesía viva, que se habla, se respira, se dispara en códigos herzegovinos, se baila al son de tambores zulúes o se grita siguiendo ritmos siberianos. Y no precisamente en círculos cerrados. El circuito que se ha logrado establecer misteriosamente en Medellín es entre todos los poetas del mundo (hay representantes de cuatro continentes) y todos los habitantes de Medellín, o al menos muchos. Esa asistencia masiva que llena todos los escenarios, que aplaude por igual la poesía concreta que los poemas para sordos y que hizo sentir a la húngara Eva Troth como una estrella de rock, es el fenómeno que desconcierta al mundo. Algunos lo interpretan simplemente como novelería, espectáculo o feria de las concesiones. Pero otros afirman que es uno de los reencuentros más importantes del momento entre el poeta, la poesía y el público. Incluso un cronista venezolano llegó a comparar este inusitado fenómeno de masas con la concurrencia que tenían los griegos cuando se reunían a escuchar a sus vates. Deseosos de reafirmar la vida en un mundo violento, resultado de las tareas formativas durante todo el año de los encuentros literarios de la revista Prometeo, organizadora del evento... cada cual se inventa una teoría. Pero quizá nada podrá explicar nunca porqué durante esos días muchachitos de las comunas, señoras de costurero, ejecutivos juiciosos o estudiantes de bolsillos rotos llenen a rabiar los espacios del certamen. Del 13 al 20 de junio, poetas como la argentina Olga Orozco, Abdulah Sidran de Bosnia-Herzegovina, la poeta Anne Waldaman de la generación beat, entre otros, echarán a andar esta original máquina de palabras y silencios que en esta ocasión inaugura también la primera Escuela de Poesía de Latinoamérica.