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ALTA TEMPORADA

Con dos obras para un público ansioso se abre el año teatral.

1 de junio de 1987

Después de unos primeros meses de recesos -o, cuando más, de repeticiones-, la temporada teatral se abrió en Colombia. Dentro de esa apertura, dos montajes acaparan ahora la atención del público: "Entretelones", del Teatro Libre y "Hay que deshacer la casa", del Teatro Nacional. La calidad de estas obras, el esfuerzo hecho por esos grupos para acertar y las actuaciones que en ellas se ven, prometen un 1987 con buena calidad y buen público. Público que, además, parece ávido de ver teatro, como lo demostro hace dos semanas cuando en Bogotá se presentó "País Paisa", del grupo El Aguila Descalza, de Medellín. La boletería agotada para lleno hasta las banderas, fue el resultado de esa incursión paisa en la capital. La temporada, pues, ha comenzado y SEMANA cuenta aquí cómo son, como fueron hechas, qué tienen por dentro y por fuera las dos obras que acaparan en estos días la atención de los aficionados al teatro.
Con la puesta en escena de "Entretelones", del inglés Michael Frayn, el Teatro Libre de Bogotá presenta una obra llena de humor que descubre para el espectador las relaciones que se mueven en el interior de una humilde compañía de teatro.
La obra comienza con los problemas que se plantean durante el ensayo general que antecede al estreno de una ligera pieza de humor -"Entretelas"- tomando por sorpresa a los espectadores que no están acostumbrados a ver una obra que trata de la representación de otra obra ni a un elenco que desempeña dos roles al mismo tiempo. La tensión, los celos profesionales y amorosos acompañados de las carencias de orden profesional y técnico presagian una desastrosa presentación, como se puede apreciar en el segundo acto en el que se asiste, tras bambalinas, a la representación de la obra; esta perspectiva permite apreciar las vicisitudes que se viven durante la función y convierte al espectador en un confidente del fracaso, quien solo gracias al humor supera la compasión que inspira el elenco. El tercer acto es la representación que se hace tres meses después del estreno, cuando la mediocridad ya se ha tomado totalmente la compañía y las peleas internas priman sobre el interés artístico, lo que aparece en escena es un galimatías que nada tiene que ver con lo insinuado en el ensayo del primer acto, a la vez que conjuga los dos papeles que representa cada actor.
El humor, en la mayoría de las veces sarcástico, y el trato irónico entre los personajes poblan toda la obra, representada por un elenco equilibrado que, a diferencia del de "Entretelas", mezcla afortunadamente la veteranía y la juventud bajo la dirección de Julio Luzardo. Entre los veteranos se destaca Jorge Plata quien da muestras de su gran versatilidad representando a un actor alcohólico para el que los días de gloria están lejanos, si es que existieron; entre los nuevos está Mercedes Aldana representando a la joven actriz Brooke Ashton quien despierta la pasión de sus compañeros provocando con ello más de un altercado. La posibilidad de explorar en la intimidad de un grupo de teatro, compartir sus dificultades y disfrutar de las situaciones que acompaña un montaje de ese tipo, cautivan al espectador y le permiten conocer (y gozar) de un proceso al que tradicionalmente no tiene acceso. El espectador crítico, pendiente del más mínimo detalle, da paso a un espectador flexible que llega a preocuparse porque el otro público, el imaginario, no vea los defectos que acompañan a esa obra "interna".
Con "Entretelones" los amigos del teatro tienen la oportunidad de apreciar una obra novedosa y agradable respaldada por un acertado montaje.
Pasado de moda o no el feminismo, como fuente de inspiración artística, sigue haciéndose presente en la literatura, el cine, la televisión y el teatro. Y es dentro de esta corriente que se ubica la obra del español Sebastián Junyent, el reciente estreno del Teatro Nacional, después de haber roto todos los récords de taquilla en la Península Ibérica.
La idea provino de Fanny Mickey, quien vio la obra y se enamoró de ella. Y consiguió que el Ministerio de la Cultura española la apoyara y montó con dos veteranas actrices colombianas "Hay que deshacer la casa", bajo la dirección del reconocido director de cine, colombiano también, Manuel José Alvarez. La escenografía corre por cuenta del popular hombre de teatro, David Anton, quien se trasladó desde México, para la realización; Guillermo Restrepo, como asistente de dirección y Juliana Bonilla, en el vestuario, se reunieron y por espacio de dos meses trabajaron afanosa y pulcramente, para presentar un espectáculo, en donde lo predominante es el drama que conmueve hasta al más frío de los espectadores, pero, sin dejar de lado el humor, que se entremezcla con la emotividad de la historia, hasta obtener un montaje, en el que no se descuida ningún detalle.
La historia que parece al comienzo simple y sencilla, adquiere minuto a minuto dimensiones de gran tragedia. Dos hermanas, Ana, interpretada por Margalida Castro, y Laura, a cargo de Vicky Hernández, se reúnen después de 17 años de no verse -coincidencialmente las artistas tampoco trabajan juntas desde hace más o menos el mismo tiempo- para desmontar la casa que las vio crecer, ya que sus padres han muerto.
Ana, la hermana menor, aunque la actriz es mayor, dejó su casa a los 17 años para casarse y estudiar medicina y Laura, la mayor, se quedó con los padres y se casó con el primer partido que tocó a su puerta. La partida de Ana ocasionó el caos y Laura siempre pensó que su hermana habia logrado la independencia y buena vida que ella nunca obtuvo. El encuentro es, al comienzo, como el de dos amigas que dejan de verse por mucho tiempo y que de reojo se observan. Sin embargo, el ambiente familiar y todo lo que cada una tiene guardado dentro sale a flote por obra de los recuerdos: la ronda infantil, "Arroz con leche" , que tantas veces jugaron juntas, la canción Singing in the rain de la película que tantas veces repitieron, las arrodilladas en el colegio de monjas que les echaron a perder las piernas; el amor que profesaron a Spencer Tracy y a Betty Davis; el odio hacia el padre que siempre las vio como objetos de decoración y la compasión hacia la madre, que nunca fue capaz de emitir un concepto por si misma, logran la intimidad. Y por arte de la magia del teatro, mediante una escenografía prodigiosa, que en momentos pasa a un segundo lugar ante la fuerza de la actuación, los recuerdos se hacen realidad y aparece la figura del padre y las hijas, los actores de cine adorados, el colegio de monjas, todos presentes en el escenario. Y junto a ellos, los objetos con que crecieron: el tapete, la licorera del padre, los muebles, los tendidos de cama, los baúles, la loza, en fin, un pedazo de sus vidas.
Y en este ambiente transcurre una hora de reencuentro de estas dos hermanas, de dos mujeres que se desnudan espíritualmente y muestran sus insatisfacciones, sus penas, sus ilusiones frustradas, sus pequeños goces y que se preguntan, finalmente, cómo habrian sido sus vidas si en vez de mujeres hubieran sido hombres. El drama, el juego, el canto y la añoranza convierten a "Hay que deshacer la casa" en uno de los mejores montajes de este año y consagran a dos actrices, un director, un escenógrafo y al escenario inmejorable del Teatro Nacional, en una obra para recordar.