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AMOR A LOS LIBROS

Entre las conclusiones de Hermann Hesse: "Nadie escribe mejor de lo que lee"

27 de mayo de 1985

HERMANN HESSE, "Escritos sobre literatura", Vol. 2. Trad. Genoveva y Anton Dieterich. Alianza 3, N° 128. Madrid: Alianza Editorial, 1984. 663 págs.
"La misión del escritor, escribió alguna vez Wilhem Schatter, no es decir lo sencillo de manera importante, sino decir lo importante de manera sencilla". Después de hacer mil variaciones sobre el mismo tema, Hesse terminó dándole vuelta a la frase y con ello se aproximó de verdad al fondo del problema: "La misión del escritor no es decir lo importante de manera sencilla, sino lo sencillo de manera importante". El resultado final cambió el producto al cambiar el orden de los factores. La importancia de una obra literaria no reside en la escogencia de temas enormes o trascendentales, lo significativo está en ver en lo insignificante el tesoro de belleza y verdad que allí alienta.
Esta sencilla verdad fue la que permitió a Hesse entender que en la auténtica obra literaria no existe elección consciente del tema. El tema, es decir, los personajes y los problemas tratados por el escritor no son elegidos libremente sino que conforman la sustancia original arraigada en su experiencia psíquica. Igual cosa ocurre con el auténtico lector. Si como advierte este autor nadie escribe mejor de lo que lee, se deducirá que la inspiración de leer algo no brota de una escogencia puramente racional sino que obedece a los secretos vericuetos inconscientes que han ido configurando el gusto estético. Si nadie ama lo que no conoce, como decían los antiguos, también es cierto que nadie conoce lo que no ama. Por eso en cuestiones de arte las personas no se entienden mientras no se quieren. Y al decir de este genuino esteta, no se aman los objetivos, sino que éstos son un motivo feliz para que el alma deje fluir y jugar sus fuerzas más cálidas: las del amor.
Los libros llegan a amarse tanto como las personas y sólo se dejan leer con gusto en el instante en que a uno lo afectan. Sólo así se está dispuesto a escucharle, a dejarse invadir por su corriente interna. Nadie, pues, descifrará el tono secreto y cálido de una obra si se acerca a ella con la misma actitud del colegial asustado ante su maestro o del bebedor empedernido a la botella de aguardiente. Más bien lo que aconseja este experto narrador es acceder al texto como se accede a la montaña por parte del escalador o como el guerrero acude a su arsenal.
Estos maravillosos escritos nos han mostrado no sólo el por qué existe la magia del libro sino el cómo existen diferentes modos de acercarse a él. Así el primer tipo de lector, el llamado ingenuo, toma un libro como el que ingiere una comida, esto es, como el simple receptor de alimento.
Tal como la criada con la novela rosa o el estudiante con el libro de texto, aquí el lector come y se llena. No es persona sino que busca simplemente lo que le interesa de inmediato sea esto humor, erotismo o simplemente entretención. Pero cuando el lector se deja guiar más por su naturaleza que por un afán falso de cultura, entonces surge el segundo tipo de lector ávido de emociones estéticas en el puro juego de su genio lúdico. Aquí el lector no sigue al autor como el caballo a su cochero, sino como el cazador al rastro y se deja sorprender más por el encanto de una emoción súbita que por el refinamiento de la técnica. Pero existe todavía un tercer tipo de lector que alcanza la entera libertad en la lectura. Para éste la lectura es un estímulo. En en el fondo le da igual lo que lee. El mismo se lo interpreta. Es el niño puro que juega con todo y desde este punto de vista nada es mejor que jugar con todo. Nadie es más productivo que aquel que es capaz de encontrar una verdad, una sentencia sabia o hermosa y la vuelve al revés porque sabe que cada opinión tiene su polo opuesto.
Este último lector ha alcanzado la cima de la capacidad asociativa. Cuando se alcanza este grado, se puede leer lo que se quiera porque en este momento nuestra capacidad de asociación nos lleva más allá del papel escrito que tenemos delante y nos arrastra por su corriente de sugerencias e ideas. Este es el momento en que un lector puede ser completamente feliz. Cuando su fantasía sintoniza con la ajena y se deja llevar libremente por su cadena asociativa encontrando en una palabra indiferente una revelación que hace de su mente un mosaico de impresiones.
Sólo aquel que alcance este nivel de libertad en la lectura llega a ser un lector maduro. Este adquiere por fin alas para su imaginación y es capaz de asimilar la infinita riqueza e impenetrabilidad de una obra de arte genuina. Es este el momento en que uno en más sí mismo. Ya el lector abandonó al colegial o al ser juguetón que lleva adentro y como el buen artista se mueve en las fronteras del aquí y del allá, esto es, entre su superficie consciente y la corriente inconsciente que lo recorre y lo hace sentir en su verdadera casa.--
Ciro Roldán