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William Turner, Fort Vimieux (1831).

HISTORIA

El año que no tuvo verano

Hace 200 años el hemisferio norte sufrió una de las tragedias climáticas más grandes de los últimos 500 años. Una historia que parece sacada de una película de Hollywood.

22 de abril de 2016

‘El día después del mañana’, película de 2004 dirigida por Roland Emmerich, cuenta la historia de cómo el calentamiento global lleva a una nueva era glacial que sepulta bajo toneladas de nieve a Nueva York, un hecho apocalíptico, que muchos consideran inminente. Sin embargo, la humanidad ha vivido ya escenarios parecidos que si bien no han puesto en riesgo la supervivencia de la humanidad, sí causaron hambrunas, muerte, desolación y pánico.

El más reciente ocurrió en 1816, año en el que durante el verano, el sol no brilló en los países del hemisferio norte. Un año en el que los europeos y norteamericanos creyeron que mundo se iba a acabar. Y había razones de sobra para pensar así. El descenso en tres grados de la temperatura promedio del globo estropeó buena parte de las cosechas de Europa y Estados Unidos, el cielo cambió de color y el calor del verano fue remplazado por tormentas de nieve, torrenciales lluvias y fuertes heladas.

La hambruna se apoderó del hemisferio norte. En Francia el poco trigo que había logrado sobrevivir a las heladas era transportado por el ejército para evitar que el pueblo hambriento lo robara. En Londres, los trabajadores fabriles pasaban días sin recibir una ración de comida y en el noroeste de Estados Unidos la nieve arruinó los cultivos de frijol, maíz y trigo.

El sol, opacado por nubes de color terroso y rojizo, fue plasmado en las pinturas de William Turner, e incluso muchos críticos de arte afirman que este fenómeno influyó en su estilo. El año sin verano fue la inspiración de Lord Bayron para escribir su poema ‘Oscuridad’: Tuve un sueño, que no era del todo un sueño. / El brillante sol se apagaba, y los astros / vagaban diluyéndose en el espacio eterno / sin rayos, sin senderos, y la helada tierra / oscilaba ciega y oscureciéndose en el aire sin luna / la mañana llegó, y se fue, y llegó, y no trajo consigo el día”.

El efecto mariposa

Los científicos y la gente del común culparon a las manchas que aparecieron en el sol y que en algunas ocasiones podían ser vistas sin necesidad de un telescopio. Se creyó que estas impedían la llegada de los rayos solares a la tierra. Una idea que hoy no tiene sustento pues las manchas solares son un fenómeno común en el astro.

Lo que nunca supo la gente de aquella época fue que el verdadero causante de sus desgracias había sido un volcán ubicado al otro extremo del mundo, en la isla de Sumbawa, Indonesia, que había hecho erupción el 11 de abril de 1815.

La erupción del Tambora ha sido catalogada como el mayor cataclismo volcánico de los últimos 10.000 años. Fue tal la furia de su explosión que la altura de este volcán, que era de más de cuatro mil metros, se redujo a menos de tres mil. La columna conformada por millones de toneladas de polvo, ceniza y gases superó los diez kilómetros de alto, llegó hasta la estratósfera, mantuvo en penumbras a la región de Indonesia durante días y causó la muerte de alrededor de cien mil personas.

Semanas después, los europeos y norteamericanos se enteraron de la noticia, pero consideraron que la erupción del Tambora era un hecho lejano a sus vidas. Sin embargo, en la estratosfera, las partículas livianas de polvo y de ceniza que no se precipitaron a la tierra, comenzaron a esparcirse por todo el mundo. En septiembre los astrónomos observaron que la luz de las estrellas era más tenue, pero no relacionaron el fenómeno con la erupción. Incluso en la época en que la que las temperaturas bajaron y el clima se enfrió, nadie en el mundo ató los cabos.

Pasó un siglo en el que los culpables del cataclismo climático en el hemisferio norte eran las manchas solares y la furia de Dios, hasta que en 1920, el físico y meteorólogo norteamericano, William J. Humphreys, encontró que el año sin verano había sido causado por la erupción del Tambora y por la capa de ceniza, polvo y gases que se formó en la estratósfera y que reflejó los rayos del sol.