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APRENDIZ DE MAGA

El libro de Isabel Allende no logra superar el snobismo y la sequedad.

6 de junio de 1983


Isabel Allende, "La Casa de los Espíritus", Plaza & Janés, Barcelona 1982, 380 páginas.

No hay duda de que Isabel Allende haya leído, y muy bien, "Cien Años de Soledad", y tampoco la hay de que admira la obra de García Márquez. A su vez ella quiso escribir su libro mágico. Extrajo los ingredientes principales de este plato fuerte y cocinó "La Casa de los Espíritus".

Pensó que bastaba mezclar personajes irreales, magia, fantasmagoría, clarividencia, divagaciones, amor, odio, sexo, injusticia social y buen humor para lograrlo. Lo intentó, hay que aplaudirla por eso. Desfortunadamente, para escribir un libro mágico hay que ser mago y no aprendiz de mago.

"La Casa de los Espíritus" empieza con personajes que evocan a Melquíades, José Arcadio Buendía, Remedios la bella, Pilar Ternera y, más adelante, a Pietro Crespi en la persona del conde francés.

Es así como vemos al tío Marcos (mezcla de Melquíades y José Arcadio) elevarse hacia el cielo como Remedios, la bella, sin sábana, sino por medio de un gigante pájaro, armado por él mismo; Rosa la bella, tan extraordinariamente hermosa, indiferente e inaccesible como Remedios, la bella, con un mismo destino inexplicable pero más trágico: muere virgen y por equivocación.

Los otros miembros de la familia Del Valle son mujeres inverosímiles, entre las cuales sobresale Clara, la clarividente, que utiliza sus dones privilegiados para rodearse de espíritus, predecir temblores, el sexo de sus hijos y nieta. Es de temperamento dulce y sumiso pero capaz de inspirar un amor desorbitado y eterno a su cruel marido, sin que él lo entendiera ni nosotros tampoco.

El malo del cuento es Esteban Trueba, marido de Clara, hombre brutal, pero capaz de las ternuras más inexplicables cuando nace su nieta, hija del campesino odiado.

Así van desenvolviéndose los otros miembros de la familia, personajes falsos, sin coherencia psicológica.

Toda la trama gira alrededor de Esteban y Clara, sus hijos y nieta, en relación con su medio ambiente dentro del gran conflicto social que culmina con el golpe militar que derroca a Salvador Allende.

La narración ágil y suelta no alcanza a salvar este libro interminable y deprimente donde el snobismo y la sequedad sobresalen de un contenido que pretendió abarcar mucho más de lo que pudo.

Sorprende gratamente el último capítulo (La hora de la verdad) donde Isabel Allende, auténtica, dándole grandeza y patetismo a los dos últimos miembros de la familia, en una narración sobria, conmovedora, se vislumbra como la gran escritora que puede llegar a ser. -

Lydia Ramírez