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Argo

Esta cinta de estética setentera, protagonizada y dirigida por el carismático Ben Affleck, explora la absurda relación entre Hollywood y la política exterior de Estados Unidos.

Manuel Kalmanovitz G.
20 de octubre de 2012

Título original: Argo
Año: 2012
Director: Ben Affleck
Escritor: Chris Terrio
Actores: Ben Affleck, Alan Arkin, Kerry Bishé, Bryan Cranston, John Goodman.

Esta película tiene un aire a las cosas serias y comprometidas que Hollywood hacía en los años setenta, tanto visualmente (los peinados de las mujeres, los bigotes y barbas de los hombres, los anteojos de ambos) como por los temas grandes e importantes que trata. Pero el parecido, aunque claro en un principio, es superficial. Después de todo, vivimos en otro mundo.

Está basada en una historia real, de seis estadounidenses que lograron escapar de la embajada de su país en Irán cuando militantes islamistas se la tomaron en 1979, reclamando la extradición del Sha. Sin saber a dónde ir, los cuatro hombres y dos mujeres terminan escondidos en la casa del embajador de Canadá, esperando a ver cómo salen del país.

Su fuga, como la cuenta Argo, es más absurda de lo que uno podría imaginarse e incluye la unión de dos mundos paralelos que raramente se tocan abiertamente: el de Hollywood y el de la política exterior de Estados Unidos.

La película teje hábilmente varias historias para maximizar el suspenso. De un lado está la vida de los prófugos y lo que sucede en la embajada, de otro la CIA y el Departamento de Estado tratando de sacarlos. Ahí entra otro protagonista barbado, Tony Méndez (Ben Affleck, que también dirige), un experto en 'extracciones' y el encargado de sugerir un plan.

Tras varias posibilidades absurdas (hacerlos pasar por maestros invitados o por trabajadores de una ONG agrícola o darles bicicletas para que recorran los 1.000 kilómetros que los separan de Afganistán) escoge otra igualmente descabellada, aunque más viable: armar una película de ciencia ficción inexistente (titulada Argo) que debería rodarse en Irán, financiada por una compañía canadiense y en la que supuestamente trabajarían estos seis.

"¿No tiene una mejor mala idea que esta?", le preguntan en el Departamento de Estado al oír la sugerencia. "Es la mejor mala idea que tenemos", responde por Méndez su superior en la CIA. Ese humor negro es lo que la diferencia de las películas de los setenta como Network o The China Syndrome o The Parallax View, que se tomaban tan en serio a sí mismas; todas trataban grandes temas y se les notaba la aspiración de hacer una diferencia.

Al ver Argo quedamos con la idea de que detrás del caos del mundo no hay grandes conspiraciones y que hacer una diferencia es imposible. Al contrario, lo que vemos es que el mundo no tiene ni pies ni cabeza y que estamos condenados a escoger la mejor (o menos peor) de las malas ideas a nuestra disposición.

El Hollywood donde se crea la película en la película es un reino aislado que no hace sino mirarse el ombligo y que se cree importantísimo. Y ahí la historia nos muestra un contraste cómico con el desorden y la incertidumbre del mundo real.

Affleck como actor tiene algo de cachorro regañado, una melancolía no muy convincente que con el tiempo se ha atenuado. Como director ha sabido escoger muy bien su material. Aunque el suspenso al final es excesivo y casi risible, es un pequeño lunar en una película que funciona muy bien.