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Los lugares más emblemáticos de Bogotá cuentan, en la obra de Juan Manuel Echavarría, con esculturas y obras desgarradoras que evocan la tragedia colombiana

Exposiciones

Arte explosivo

Los artistas contemporáneos cada vez reflexionan más sobre la violencia que padece Colombia. En museos y galerías ya es habitual encontrarse de frente con estas imágenes de dolor.

10 de mayo de 2008

Rosenberg Sandoval ejecuta atentados terroristas sobre su cuerpo. No se inmuta. Su objetivo es sacudir a los demás. Una pequeña ambulancia se incendia sobre su hombro y en otro acto sus llamas se elevan por sobre su cabeza rapada. La primera vez lo hizo en medio de una fila de espera, durante la hora de almuerzo de una universidad en Cali. Y lo repitió en un espacio cerrado con la ambulancia ardiendo sobre sí mismo.

Lo que otros llamarían instalación, él lo ha bautizado con el nombre de acciones políticas. Considera que el arte debe servir para hacer política y para enseñar a convivir con la barbarie y la muerte. "Hacer arte desde la marginalidad y con la marginalidad es mi único delito".

Sandoval tiene un largo historial de acciones controvertidas. Tiñó de sangre 500 periódicos; tejió una malla gigante con vísceras humanas; hizo un grafito con la lengua de un sindicalista muerto; escribió con cabello humano las maneras de suicidarse; pintó la pared de un museo con la mugre del cuerpo de un indigente; aplastó rosas rojas hasta que las espinas hicieron sangrar sus manos y se confundieron con el color de los pétalos y usó papeles sucios para reconstruir las banderas de los países más ricos del mundo.

Esta vez su protesta política fue más allá. Presentó, en la galería Casas Reigner, a la violencia como un impulso que lo transformaba a sí mismo -y destruía a la vez- para representar a la sociedad alterada por la muerte. Introdujo juguetes deteriorados en las fisuras del asfalto en la vía Panamericana; posó con el machete que les quedó a sus padres después de su desplazamiento forzado desde Cartago hacia Cali en 1960; le pidió a un indigente que se lavara en un charco con fango; se construyó una corona de miedo con juguetes arruinados e hizo bolas de mugre con la basura que flota en los ríos, inasimilable. Uno de sus actos simbólicos fue Casita de arroz, obra en la que con granos construye una casa y luego la destruye al cerrar la palma de su mano.

En la obra de Sandoval, lo grotesco está ligado con el dolor y sus acciones intentan mostrar que la violencia y la muerte se han encargado de excluir a otros. Su arte incomoda y confronta, porque parte de la realidad para construir representaciones artísticas de la violencia colombiana. No tiene paisajes, sino lenguas reales, vísceras, cadáveres, mugre, deshechos, incendios, país.

'Cuerpos gloriosos' y heridos

La exposición es oscura. Como si se acabara de atravesar la nave gótica de una catedral recargada de espiritualidad. Y la intención es que se sienta así. Que se sepa que en Cuerpos gloriosos se representa el dolor y el sacrificio. "Estoy fascinado por la visión de los cuerpos que ha hecho la religión -dice José Alejandro Restrepo a propósito de su obra-. Todas las representaciones de santidad ofrecían cabezas cortadas, lenguas arrancadas, ojos afuera. En el barroco latinoamericano lo explícito primó y se transmitía el mensaje a través del dolor. Igual a los paramilitares, que se volvieron didácticos: mostraban la barbarie para que a todos les llegara el mensaje".

Eso busca Restrepo: representar el misticismo de la muerte y las formas sagradas que parece haber adquirido la violencia en la sociedad colombiana. En su serie llamada Estigmas, es posible ver videos en los que son las heridas típicas de la santidad (pies, manos y cabeza). Pero en vez de clavos, hay imágenes sacadas de los noticieros que representan el espectáculo de la sangre en la televisión, al que a diario asisten los colombianos desde sus casas, convertido en rutinas litúrgicas sin sentido.

Lo que resulta sobrecogedor es cómo el artista relaciona los símbolos del martirio con la sociedad colombiana y encuentra que las actuales formas de salir del anonimato o alcanzar visibilidad (santificarse) están en ofrecerse en sacrificio o en victimizar a los demás. El vía crucis cotidiano en Colombia convierte al dolor en algo útil, porque vende y convence.


La monumental indiferencia

Los monumentos que engalanan las grandes ciudades (Columna de Nelson, en la plaza Trafalgar de Londres; Arco del Triunfo, en París) suelen evocar epopeyas nacionales, pero muy pronto se vuelven parte del paisaje habitual para quienes habitan esas ciudades y todos los días pasan a su lado como si no existieran. Juan Manuel Echavarría, en la exposición Monumentos, que expone en la Galería Sextante, de Bogotá, logra generar el mismo efecto. A fotografías de lugares emblemáticos de Bogotá les agregó, a manera de bustos y obeliscos, imágenes desgarradoras que evocan la tragedia de Colombia: cerros de calaveras. Como señala Echavarría, "más que monumentos a la violencia son monumentos a la indiferencia que continúa alimentando el ciclo de violencia con la que aprendimos a convivir". Echavarría, quien nació en 1947, señala que en Colombia todos los años de su vida han sido violentos y agrega que los medios de comunicación en Colombia "han transformado el sensacionalismo en rutina. A través de la fotografía periodística, de las noticias de televisión... nos hemos vuelto totalmente anestesiados por este sensacionalismo".

Y esa es la tarea que han emprendido estos artistas. Devolverles a estas imágenes su verdadero sentido, intentar por todos los medios que dejen de ser habituales, cotidianas y que sólo generen indiferencia.