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Arte y violencia

La obra de Germán Londoño gira en torno a un tema que ya es clásico en el arte colombiano.

Fernando Gomez
15 de octubre de 2001

Cual es el encanto que producen en los artistas la violencia, la miseria y los problemas sociales? ¿Compromiso? ¿Atractivo estético? ¿Cuál es la reacción que produce en el público? El escritor inglés John Berger, en su libro Exito y ruina de Picasso, presentaba una respuesta cínica hasta la saciedad. Al justificar la venta de una obra de Picasso por una suma astronómica anotaba: “Bien es verdad que esta obra fue pintada en 1905, durante la llamada época azul, que, por haber tenido como tema patético a los pobres, ha sido siempre la predilecta de los ricos“. En Colombia es mejor dejarse arrastrar por la sensación de compromiso de los artistas frente a los problemas que por la sensación de afán comercial o reconocimiento internacional, de lo contrario Doris Salcedo no merecería estar en el lugar en donde está y las últimas pinturas de Fernando Botero tendrían que ser censuradas. La violencia y la miseria son pan de cada día.

Y cada artista, a su manera, asume esta realidad. En el Museo de Arte Moderno de Bogotá hay dos exposiciones que siguen la misma línea.

En la primera la fotógrafa Rosario Fandiño realiza un estudio de una prostituta del centro de la ciudad, su miseria, sus colchones, sus desnudos patéticos. En la segunda, una de las muestras más importantes de Bogotá por estos días, el artista antioqueño Germán Londoño presenta una macromuestra, básicamente de escultura y pintura, que alcanza a conmover por momentos. Sobre todo en sus esculturas y, especialmente, en el efecto que logra crear con el juego que hace entre la obra y sus títulos. En el pabellón de esculturas hay un caso exacto. Se trata de una obra pequeña en la que un niño, como todas sus figuras, de rostro monstruoso y la boca abierta en un grito prolongado, carga una pierna casi de su tamaño. ¿Su título? Padre e hijo vuelven a casa. Las referencias de esta obra, para los que vivimos aquí, son bastante evidentes, bastante chocantes, son una confrontación. En ese caso no se necesita ver los noticieros ni hacer un curso para entenderlo. Londoño, sin duda, se refiere a los conflictos de la población civil en sus encuentros con paramilitares y guerrilleros en las regiones rurales, así como en Hombre muerto a través de una ventana, en la que una de sus figuras tiene varios vidrios clavados en el rostro. La referencia se dispara a las grandes ciudades y a los atentados terroristas con bombas y petardos. La muestra también tiene pintura, una pintura extraña, Londoño utiliza colores pastel, unos colores inofensivos que, en otro contexto, se relacionan más con una pintura decorativa que con el rojo y el negro clásico de violencia.

Sin embargo sus temas hablan de lo mismo, sus figuras viven situaciones extremas, como en Hombre en llamas cruzando un río, y el peso documental es bastante poderoso, como en Gran tríptico colombiano, en el que, en tres cuadros, cada uno dominado por los colores de la bandera, varios personajes mutilados navegan sobre un río de sangre. Pese a ese juego cromático tal vez el caso más logrado no tiene tanto color, es un poco más sencillo y menos pretencioso en sus connotaciones políticas: Niña mostrando su herida. Se trata de un dibujo en blanco y negro en el que su protagonista se levanta el vestido y, en esa parte del lienzo, hay un roto hecho con bisturí y pintado de rojo. La muestra, seguramente, tendrá un éxito moderado dentro del público porque, nos guste o no, mientras existan la violencia, las injusticias y la miseria serán un tema fundamental de las artes plásticas. Ya lo hizo Goya cuando pintó Los fusilamientos del 3 de mayo y Los desastres de la guerra. Ya lo hizo el pop art cuando Andy Warhol pintó una silla eléctrica y Roy Lichtenstein recreó la Guerra de Corea. En Colombia, por desgracia, porque este país no cambia, la violencia ya es un tema clásico de los museos. Y Londoño se suma a una larga lista de autores de la guerra.