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Asesino antes del alba

Las secuelas de la violencia política son el tema de la nueva novela de Edwidge Danticat.

Luis Fernando Afanador
29 de mayo de 2005

Edwidge Danticat
El quebrantador
Norma, 2005
256 páginas
Ka, una joven escultora norteamericana de origen haitiano, emprende un viaje en auto desde Nueva York a Miami. La acompaña su padre, un discreto barbero. El objetivo del viaje es venderle a una famosa presentadora de televisión haitiana una escultura. Es importante aclarar que el tema único y obsesivo de Ka es su padre. Ella sólo talla en madera la imagen atormentada de su padre, quien trabajaba en la cárcel de Puerto Príncipe en la época sangrienta y atroz del dictador Duvalier, hijo. Pero, cuando llegan a Lakeland, repentinamente su padre desaparece.

Así, con visos de literatura policíaca, comienza la novela que, muy pronto, se convierte en otra cosa. Su padre aparece y las revelaciones que hace son impresionantes. Le cuenta a Ka que ha arrojado su trabajo en un lago cercano porque él no merece ninguna escultura. Ha estado mintiendo durante toda su vida: "Verás, Ka, tu padre fue el cazador, no la presa". En realidad, su padre en Haití era un torturador y un asesino. Un miliciano de la temible Seguridad Nacional, más conocidos como los 'macoutes'. De esos que llegaban por sus víctimas antes del amanecer, cuando apenas se estaba formando el rocío. The dew breaker es el título de la novela en inglés y eso era su padre: el quebrador del rocío.

El falso mito familiar se ha hecho trizas. Ahora Ka entiende por qué no tenían amigos, por qué evitaban hablarle de Haití y enseñarle creole. "¿Manman, cómo puedes amarlo?", le reclama a su madre por teléfono. Ella trata de justificarlo: "Lo que te dijo, te lo ha querido decir por mucho tiempo". El padre la calma: nunca haría nada de eso ahora. No por azar su nombre es Ka: para los antiguos egipcios ka es el doble del cuerpo, el compañero que lo guiará a través del reino de los muertos. Ka es entonces su ángel bueno, su parte buena. "Tú y yo lo salvamos. Al conocerlo, eso lo hizo dejar de lastimar a las personas", insiste su madre.

El quebrantador es una obra sobre la redención. Sin embargo la redención no es un asunto fácil (o al menos no es algo tan fácil como se cree en Colombia). El padre torturador puede estar sinceramente arrepentido e incluso podemos llegar a comprender su drama, pero nuestras acciones tienen consecuencias. A su paso el torturador ha arrasado con sueños y esperanzas, ha destruido vidas concretas. Y esto último es lo que va a indagar la novela: la secuela de sus crímenes y los de la dictadura de la cual hacía parte. Algo que no se borra con simples golpes de pecho ni con amnistías. Hasta los antiguos egipcios lo supieron. Ponían el corazón de la persona en una balanza y, si pesaba demasiado, no la dejaban entrar al reino de los muertos.

En los capítulos siguientes el foco narrativo se desplazará a otros personajes, a otras historias que tienen en común traumas originados por el régimen de Duvalier y en los que, como un fantasma imbatible, aparecen siempre las huellas del torturador. Uno de los casos más conmovedores es el de una costurera llamada Beatrice, quien vive en Nueva York exiliada. Tuvo la desgracia de haberle gustado al torturador y de haberlo rechazado: la ataron a un potro en la cárcel, le azotaron las plantas de los pies hasta hacerlas sangrar y luego la hicieron caminar descalza a su casa bajo un ardiente sol. Ella ve al torturador en todas partes. Varias veces se ha mudado de barrio, pero él siempre reaparece viviendo en alguna casa de la cuadra. Tal vez está loca; no obstante su dolor es real: "Y nunca había imaginado que existiera gente como Beatrice, hombres y mujeres cuyas inmensas agonías llenaban todos los espacios en blanco de sus vidas. Quizás existieran cientos, incluso miles de personas así. Quizá fuera una de cada dos personas entre nosotros, uno de cada dos hombres o mujeres, persiguiendo sombras en busca de fragmentos de sí mismos hace tiempo perdidos a manos de otro".

Danticat continúa fiel a sus obsesiones que no aburren y sigue sorprendiendo por su calidad narrativa. Ya no es sólo una promesa sino una realidad literaria.