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AUTORRETRATO DE TRES IDIOTAS

UNA PINTORESCA APOLOGIA DEL IMPERIALISMO NORTEAMERICANO Y DEL NEOLIBERALISMO

3 de junio de 1996

Manual del perfecto idiota latinoamericano Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Alvaro Vargas Llosa Plaza y Janés. Barcelona, 1996 $ 23.900 abria quedado redondo el título de este libro, si se le hubiera agregado un subtítulo que dijera: "autocrítica, compañeros". Porque resulta de verdad muy conmovedora la autocrítica dura, sarcástica y sin concesiones que se hacen los tres compadres que se asociaron para presentar al mundo la llaga ignominiosa de su pasado, esa que los empuja, en tan admirable acto de contrición, a calificarse de "perfectos idiotas latinoamericanos". Plinio Apuleyo Mendoza, representa a la perfección al mismo idiota que describe, cuyo empuje revolucionario lo comprometió con los orígenes del ELN y su castrismo lo llevó a fundar Prensa Latina, la agencia oficial informativa de la Cuba revolucionaria. Como perfecto idiota, ahora, de acuerdo siempre con el retrato que de éste traza, pontifica en su condición de alto burócrata, desde la embajada de una de las misiones diplomáticas más apetecidas. Casi lo mismo se podría decir de Carlos Alberto Montaner, compañero de lucha revolucionaria de Fidel Castro y, por ende, modelo perfecto, si lo hay, de ese idiota; luego renegado en Miami y ahora, además, acaudalado personaje, gracias a su bien explotada profesión de anticastrista. El tercero, Alvaro Vargas Llosa, accede a esta categoría por herencia que le traspasara su padre, Mario Vargas Llosa, en su juventud ilustre idiota peruano. Vale decir que el retrato es impecable y certero: corresponde a cierta juventud de los años 50 y 60 que manejaba la retórica barata marxistoide, sufría el sarampión revolucionario, despotricaba contra el imperialismo yanqui, amaba la Revolución cubana, tenía como gurú intelectual a Régis Débray y clamaba por la solidaridad de todos los pueblos y clases oprimidos. Sí, así fue en aquellas décadas. Pero lo curioso es que los autores redactan su autocrítica como si todavía subsistieran tales especímenes y ellos iluminados como Pablo en el camino de Damasco_ fueran los elegidos para hacerles ver el error y llevarlos por la senda del bien. La verdad es que, al menos en Colombia, tales idiotas son una raza extinguida, pues hoy ni los jóvenes ni sus padres se ocupan de nada distinto de sobrevivir como sea, dentro de esta sociedad desnaturalizada y salvaje. Tan cierto es lo anterior que ya ni siquiera la guerrilla piensa en revoluciones. Si, como es evidente, el libro buscaba alertar o denunciar posturas idiotas _para seguir con el término utilizado por los autores_ se publicó bastante tarde. Aunque _repito_ no puede negársele su valor como autorretrato de los tres eminentes escritores que lo firman. Líneas atrás mencioné el camino de Damasco. Y en verdad Mendoza, Montaner y Vargas piensan y escriben con el fanatismo ciego del converso. Al punto que, en su extensa y apasionada defensa del imperialismo norteamericano, llegan a justificar las intervenciones armadas de Estados Unidos durante este siglo en América Latina. Y todo porque quieren dejar muy claro que ya no son idiotas. Dentro de ese incondicional fervor proyanqui, redondean el retrato del perfecto idiota latinoamericano con el único rasgo que ellos no han compartido: la inconformidad con el neoliberalismo. A quienes cuestionan esa política como la gran y única solución para el subdesarrollo tercermundista, los ascienden a estúpidos, con la prepotencia y el desprecio de quienes se creen dueños de la verdad revelada: igualitos a San Pablo. Sin embargo ahí se metieron en un terreno que no dominan, como lo demuestran el simplismo, los lugares comunes y las torpes generalizaciones con que tratan de convencer de las bondades redentoras de dicha práctica económica. Tanto, que sus explicaciones parecen una cartilla del FMI o del Banco Mundial para adiestrar a idiotas latinoamericanos. Para comenzar intentan identificar liberalismo con neoliberalismo, lo cual es una falacia, pues cualquier principiante sabe distinguir entre el laissez-faire y el antiestatismo de Smith o de la ideología liberal del siglo XIX y el neoliberalismo actual. Atrincherados en los más burdos lugares comunes de la moda de hoy, se van contra el Estado, achacándole toda la culpa de las crisis económicas y sociales habidas y por haber. Y abogan por su extinción. Con muy mala fe identifican el Estado paternalista, macrocefálico e inoperante con el Estado racional y eficiente, planificador y administrador de las políticas sociales, regulador de las estrategias de competitividad, negociador con los grandes y voraces capitales nacionales e internacionales y controlador de las presiones externas para que las economías locales no se dirijan exclusivamente a favorecer la acumulación internacional de capital. Con igual mala fe pasan por alto que el proceso de globalización neoliberal afecta de manera diferente a los países del Tercer Mundo y a los países desarrollados. Ello les permite ignorar que la apertura indiscriminada a las importaciones en el mundo subdesarrollado ha provocado déficit en las balanzas de pagos y desajustes financieros con graves incidencias en la productividad, lo cual se ha traducido, en América Latina, en notables descensos de la calidad de vida, de los salarios, de los ingresos per cápita y del gasto público para las políticas sociales. Y en un aumento alarmante del desempleo y de la polarización entre ricos y pobres. Con igual mala fe desconocen que la trampa del alto endeudamiento externo de los países latinoamericanos en la década pasada, sirvió para empobrecerlos más y enriquecer a las instituciones crediticias, además de convertirse en un instrumento de éstas para imponer a la brava fórmulas, gracias a la cuales hoy Latinoamérica debe eliminar subsidios y protecciones arancelarias y abrir mercados, mientras Estados Unidos nos vende de todo, pero combate su enorme déficit comercial y fiscal mediante el proteccionismo que restringe las exportaciones de nuestros países a ese mercado. Y lo mismo ocurre frente a Europa como se demostró recientemente con las exportaciones de banano. Me haría interminable si continúo enumerando las falacias y las simplezas de estos tres mosqueteros, como los llama Mario Vargas Llosa en el prólogo de libro, quien por cierto tiene el atrevimiento de compararlos, por obra y gracia de este pintoresco panfleto, nada más ni nada menos que con Pascal, Voltaire y Camus. Si será idiota.