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AZUL DE METILENO

Con sus columnas azul de metileno, Juan Diego Jaramillo iza la bandera de la derecha tradicional.

20 de junio de 1988

Alvaro Gómez se describe a sí mismo como el último liberal que queda en Colombia. Su exprotegido y pupilo favorito, de otra época, Juan Diego Jaramillo se define a sí mismo como el último conservador. Mientras la frase de Gómez puede sonar más sarcástica que real la de Jaramillo es ciento por ciento en serio en momentos en que en Colombia los conceptos de "derecha", e inclusive "conservador" se han convertido en términos algo vergonzantes que nadie defiende públicamente. Por esto, Juan Diego Jaramillo se considera el defensor de una especie en vía de extinción: la de los conservadores filosóficamente convencidos.
Este convencimiento lo ha convertido en uno de los columnistas más originales, audaces y coherentes del momento. Su trabajo de columnista, en cierta forma, ha representado una resurrección para este brillante y polémico politólogo-historiador de 37 años, quien después de ser, durante una época, la estrella en el firmamento politico del alvarismo, a través de su trabajo en el periódico El Siglo y de su paso por el Concejo de Bogotá, desapareció súbitamente del escenario político y periodístico.
Jaramillo se había destacado como subdirector de El Siglo, en la época en que él, junto con Gómez Hurtado y María Isabel Rueda, llevaron al diario de Laureano a su cenit. Cuando Alvaro Gómez fue nombrado en el gobierno de Betancur como embajador en Washington, Juan Diego ansiaba abierta e intensamente ser nombrado director del periódico. Sin embargo, su reputación de "enfant terrible" y su exceso de independencia fueron considerados como un riesgo demasiado grande para el diario conservador en los días de los gobiernos compartidos. Por lo lanto, se escogió como director de El Siglo a Gabriel Melo Guevara, menos buen periodista pero más realista para cumplir con los requisitos políticos del alvarismo en ese momento. Para dorarle la pildora a Jaramillo, por solicitud de Gómez, el gobierno de Betancur le dio el cargo de ministro plenipotenciario en Washington.
A su regreso a Colombia, Jaramillo comenzó a vivir un período de marginamiento que duró varios años. Políticamente se volvió conflictivo y hasta odioso para sus propios copartidarios, quienes no dejaban de considerarlo demasiado arrogante. Su tránsito por el mundo de los gremios, como presidente de ANIF, fue más bien opaco, sobre todo si se compara con el de otro joven también de 37 años, con las mismas ambiciones políticas, llamado Ernesto Samper. En esa época, se comenzó a hablar más de su neura que de su talento y sus días como joven con futuro o como personaje parecian estar llegando a su fin.
Todo ha cambiado últimamente, y el cambio se produjo a través de la pasión de Jaramillo de toda la vida: el periodismo. Curiosamente, excluido de la prensa de su partido, la liberal le abrió las puertas, a tal punto que es el único colombiano con columna fija en El Tiempo y en El Espectador. ¿Cómo logró esta dupleta en periódicos con rivalidades tan ostensibles? Primero, entró al Espectador y luego, El Tiempo decidió aceptarlo, "tal vez por ser el único colombiano tan godo como don Enrique", comentó con tono un poco irónico un periodista del diario de los Santos.
Y godo, sin duda, es. Y ahí ha radicado su taquilla. En momentos en que el país se está polarizando más y más ideológicamente, el estandarte de la derecha bien portado atrae. Gómez monopolizaba esta actitud en el pasado, pero la necesidad de combinar el periodismo con la política no le permite tener la libertad absoluta que está mostrando Jaramillo.
Los temas recurrentes de sus columnas son las críticas implacables a Belisario por entregarle el país a la guerrilla y a sus copartidarios por dárselas de liberales. Por otro lado, se ha erigido en defensor de oficio de la mano dura en materia de orden público alegando que Turbay había derrotado militarmente a los grupos armados y que Betancur, inexplicablemente, reversó esta victoria. Para Jaramillo esta actitud no fue más que un proceso inmoral que destruyó la integridad legal del establecimiento.
Todo esto no es que sea muy original pues al fin y al cabo así hablan los empresarios, los gremios, los militares, etc. Sin embargo, la diferencia de Jaramillo es que da la impresión de no estar defendiendo un interés propio sino una convicción doctrinaria. Y todos sus planteamientos están respaldados por conceptos filosóficos, históricos y sociológicos presentados con lucidez.
A pesar de todo esto, curiosamente, Jaramillo no es un columnista muy leído ni sus escritos han gozado de gran eco o resonancia. Posiblemente sea por la reserva que los lectores imponen a los políticos que se lanzan al ruedo del periodismo o, inclusive, por la ubicación de sus columnas que no se encuentran en las posiciones privilegiadas de las páginas editoriales de los periódicos. Sin embargo, gradualmente, sus planteamientos están calando y poco a poco crece su auditorio. Se podría decir parodiando el eslogan de la HJCK, que Jaramillo es el columnista de la inmensa minoría.