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BAJO EL VOLCAN

Polémicas, fiestas y buen espectáculo en el Festival de Teatro, con el cual Manizales dijo que sigue con vida

8 de septiembre de 1986

Desde noviembre pasado, cuando los desastres, de Manizales el país no ha sabido nada más que de la sismicidad del Ruiz, de la fumarola inmensa y de todos aquellos datas del Centro Vulcanológico que incluyen las deformaciones del inclinómetro eléctrico y todos los demás que quieren decir expectativa y a veces alarma. Sólo eso.
Y por culpa de eso, con resignación y buen sentido del humor, los manizalitas han pasado nueve meses bajo la sensación de ser considerados unos suicidas. "Para el país somos trescientos mil suicidas", dicen con una sonrisa que es la misma sonrisa que usan para decir que las pocas personas que se fueron de la ciudad en la cresta del pánico han regresado. Pero también por culpa de eso han surgido incomodidades económicas, empezando por el campo comercial: los plazos de crédito a los comerciantes de Manizales no son los mismos que se otorgan al resto del país, porque una buena parte del resto del país piensa que la ciudad puede desaparecer de aquí a mañana por la mañana.
Por todo eso, el Festival Internacional de Teatro que se hizo la semana pasada fue más importante que los anteriores. Posiblemente no en el número de agrupaciones y tal vez tampoco en la calidad de las representaciones, pero sí porque sirvió para que de Manizales se conociera algo más que la sismicidad, para que el país supiera que allí sigue la vida. Para -como dice el título de una película de Herzog- "mostrarle al mundo que uno aún sigue ahí".
Y sigue allí. Los filos de las montañas ariscas sobre las cuales fue asentada la ciudad, se han poblado más. Ha crecido todo en una ciudad cuya vocación cultural es su señal particular. Seis universidades (un siete por ciento del total de la población es universitaria), revistas literarias, exposiciones permanentes y diez grupos de teatro que, junto a 17 más llegados del exterior y de otras ciudades, coparon los espacios cerrados disponibles para sus presentaciones, pero además fueron copando poco a poco parques y plazas en una fiesta de actores, músicos, bailarines y público, que por las noches se volvía rumba en la Plaza de Bolívar y en la de Caldas.
TEATRO REPRESENTATIVO
Esos ocho días de fiesta teatral y de rumba callejera (con esos rumberos de mochila, pelo crespo, cerveza enlatada, salsa tenaz y bacanería regada, que son los mismos rumberos del Festival de Música del Caribe, que son los mismos del Festival de Cine), costaron quince millones de pesos conseguidos por una asociación creada por las llamadas fuerzas vivas de la ciudad. A ese presupuesto contribuyeron Colcultura y el Banco de la República y, con afiche elaborado por Santiago Cárdenas, el Festival tomó cuerpo y durante una semana se vio, se habló y se hizo mucho teatro.
"Lo que siempre hemos buscado es que en el Festival estén presentes todas las tendencias teatrales de hoy", dice Octavio Arbeláez, el director del evento, que, también este año, debió ver muchos grupos, viajar a muchas partes y tomar muchas decisiones, para preseleccionar las 27 agrupaciones que llegaron a la cita. "Y eso es difícil en un país como el nuestro donde hay por lo menos 200 grupos". Esa labor de escogimiento se fue al exterior, claro, porque esta vez llegaron a Manizales representantes de seis países.
Y en el Festival se logró la representatividad, por lo menos en cuanto a las tendencias. Aparte de la inclinación hacia un teatro que elimine esa relación de jerarquía entre el público y los actores, a través del teatro callejero y de montajes que involucren a los espectadores (caso Taller de Artes, de Medellín, y Fronterizo, de España), se mostró la tendencia hacia el ensamble del teatro con otra actividad cultural: el grupo uruguayo Teatro Circular se acercó al cine al montar una obra basada en una película de Ettore Scola. El mexicano Las Dos Fridas se inclinó hacia las artes plásticas con la obra "Frida". Los peruanos de Yuyachkani con "Encuentro de zorros" se fueron hacia la mezcla del teatro con la música popular y el español combinó teatro y literatura al representar un texto de Samuel Beckett.
Algunos grupos colombianos se inclinaron por montajes de clásicos teatrales. De los que optaron por esta línea, el más esperado de todos fue el del Taller de Artes con "Severa vigilancia", de Jean Genet, que se frustró -y de paso frustró al público- por un desgarre muscular a última hora del principal actor. Y, dentro de montajes colectivos y creación aplaudida, apareció "La libélula dorada", de Bogotá, con un trabajo en títeres que recibió elogios porque deja a un lado el concepto de títeres anquilosados, con diálogos de matiriales infantiles.
Como experimentación, lo que más expectativa recibió fue el intento de Juan Carlos Moyano para ensamblar circo y teatro.
Muchas tendencias, pues, varios montajes brillantes y otros opacos, como suele suceder en un festival. Y también como suele suceder, la polémica entre quienes defienden la modalidad de convocatoria y quienes no están de acuerdo con ella. Pero más allá de esas discrepancias y de esas críticas, el Festival de Manizales sir vió en esta oportunidad no solo para que los teatreros del país (que son más de lo imaginado) y el público pudieran apreciar qué se hace aquí y en otros países. Sirvió también para demostrar que esa ciudad sigue viva. Bajo el volcán, pero muy viva.-