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Bajo el sol

Un granjero de 40 años aprende algo sobre el amor y la envidia.

Ricardo Silva
4 de diciembre de 2000

Los cortos vaticinan la trama, el conflicto y los giros de Bajo el sol: Olaf es un granjero noble, gordo, analfabeta, cuarentón y solitario —así es: todo eso al tiempo—, y desde que su mamá murió, hace nueve años, vive y trabaja en una granja a punto de caerse. Su único contacto con el mundo —y quizás no se trate del puente ideal— es Erik, un joven que se peina como Elvis Presley y que, como si quisiera subrayarle su aislamiento, presume de sus viajes por Norteamérica, sus numerosas conquistas y su profundo conocimiento de la naturaleza femenina. Y no, no es eso: el tipo tiene una novia y su afecto por Olaf es, en gran parte, una forma de conseguir el dinero que le falta.

Olaf, cansado de su virginidad, pone un anuncio en el periódico. Solicita una mujer para cuidar la finca pero en realidad quiere, como cualquiera podría imaginarse, vivir su primera experiencia amorosa. Ellen —de lejos podría confundirse con una Sharon Stone en zapatos de tacón— es la única que responde bien al aviso y, en consecuencia, se queda con el puesto. Y aunque el público comparte con Erik todas las preguntas iniciales —¿quién es esa mujer?, ¿de dónde viene?, ¿será un ángel o una bruja?—, después, un par de minutos más tarde, cuando ella despliega sus buenas intenciones y la tensión desaparece para siempre, deplora el cinismo, la frialdad y la envidia del supuesto amigo del granjero.

Los cortos cuentan cómo se resuelven casi todos los hechos de la historia. ¿Por qué razones, entonces, valdría la pena ver esta película? ¿Qué se puede hallar en ella que no se encuentre en los comerciales que la promocionan? ¿Por qué no daría lo mismo que un amigo fuera a verla y nos contara la resolución? Porque cada persona recibe el relato desde su experiencia y hay quienes no van al cine a buscar tramas, conflictos y giros —en Bajo el sol son débiles e inútiles— sino a disfrutar de los paisajes delicados, las buenas actuaciones y las frases musicales.

Bajo el sol requiere, de parte del espectador, un poco de paciencia. Pero, si la obtiene, expresa, al menos, una sensibilidad. Está basada en un cuento de Herbet Ernest Bates y es el resultado del oficio de Colin Nutley —un director inglés que desde hace más de 20 años vive, escribe y filma en Suecia—, de la pacífica y melancólica música de Paddy Moloney —el maestro de The Chieftains—, de las actuaciones de Rolf Lassgärd, Johan Widerberg y Helena Bergström y, sobre todo, de unas imágenes apacibles, nostálgicas y nórdicas —así es: todo eso al tiempo— que riman con la idea de que, aunque Elvis Presley mueva el cuerpo y Estados Unidos se tome la tierra, nunca hay nada nuevo bajo el sol. Es una frase del Eclesiastés: significa que la vida ocurre en una granja, en un barco o en una ciudad de 20 millones de habitantes. Y que el hombre vive y muere por dos sentimientos: el amor y la envidia.