Home

Cultura

Artículo

El coronel Hans Landa (Christoph Waltz), tan lejano al estereotipo del alemán, ha sido llamado “el cazador de judíos” por su olfato de detective privado

CINE

Bastardos sin gloria

El norteamericano Quentin Tarantino prueba, una vez más, que es un autor de escenas de antología.***

Ricardo Silva Romero
31 de octubre de 2009

Título original: Inglourious Basterds.
Año de estreno: 2009.
Guión y dirección: Quentin Tarantino.
Actores: Brad Pitt, Melanie Laurent, Christoph Waltz, Eli Roth, Michael Fassbender, Diane Kruger, Daniel Bruhl, Til Schweiger, B.J. Novak, Omar Doom.

La película nueva de Quentin Tarantino, un divertido juego cinéfilo titulado Bastardos sin gloria, comienza igual que esos extraordinarios 'espagueti westerns' (aquellos largometrajes de vaqueros que se filmaron en Italia en los años 60) dirigidos por Sergio Leone. Primero que todo aparece la frase "Érase una vez en la Francia ocupada por los nazis". Después, para advertir que durante la película sonarán fragmentos de bandas sonoras de clásicos menores del cine, se oye la música que Dimitri Tiomkin compuso para El Álamo (1960). Y así, con ese tono nostálgico, y a punta de planos largos, se da inicio a una primera secuencia maravillosa que es un homenaje a uno de los momentos más tensos de El bueno, el malo y el feo (1966).

El coronel nazi Hans Landa, un hombre astuto, amanerado y escalofriante que prefiere los vasos de leche a las jarras de cerveza, llega a una pequeña casa en la campiña francesa dispuesto a probar que allí se oculta una familia judía. Y se dedica a hacer sus deducciones de investigador privado, y sus reflexiones perversas ("si tuviera que comparar a los judíos con una bestia, los compararía con las ratas:-dice-, uno no sabe por qué no le gustan, pero tiene claro que los encuentra repugnantes"), hasta que crea un suspenso tan abrumador, que sólo un cineasta del tamaño de Tarantino sería capaz de resolverlo. No diré qué sigue. Sólo que, como al comienzo de un gran 'espagueti western', al principio de Bastardos sin gloria se alcanza a pensar "esto va a ser una obra maestra".

Sin embargo, las siguientes escenas nos recuerdan que Tarantino, autor de Perros de la reserva (1992), Tiempos violentos (1994) y Jackie Brown (1997), está mucho más interesado en lograr momentos de antología que en lograr películas que nos traigan noticias del mundo: vendrá el entretenido monólogo del teniente Aldo Raine, el líder demasiado gringo de un escuadrón entrenado para matar alemanes, a aclararnos que Bastardos sin gloria sólo va a tomarse en serio el amor por el cine; aparecerán unos nazis caricaturescos, que no le llegarán a los tobillos a los de Ser o no ser (1942) de Ernst Lubitsch, a decirnos "esta es una sátira antiguerra"; y después hará su entrada la judía francesa Shosanna Dreyfus, valiente dueña de una sala de cine, a burlarse de esas sofisticadas películas de propaganda como las que Leni Riefenstahl filmó para la gloria de Hitler.

Todo eso ha querido ser Bastardos sin gloria: un 'espagueti western' cruzado con superproducción de la Segunda Guerra Mundial, una sátira política que reduzca el nazismo a un chiste de mal gusto, y una parodia relevante de las escalofriantes películas de propaganda. Creo que ha fallado en lo primero, en lo segundo y en lo tercero. Pero que su director le ha sido fiel a ese género que inventó: ha conseguido hacer otra divertida película de Quentin Tarantino.