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BESOS QUE MATAN

Un clásico suspense alrededor de un enigmático sicópata al que le gusta coleccionar mujeres.

23 de marzo de 1998

Quienes hayan visto Seven no podrán evitar comparar el Morgan Freeman de la reciente película de Gary Fleder, con aquel astuto policía que desenmascara el misterio del perverso sicópata que jugaba a la venganza basado en los siete pecados capitales. El personaje parece el mismo, sólo que en esta ocasión, Freeman tiene que lidiar con un perturbado mental que se hace llamar Casanova y al que le gusta secuestrar mujeres para aumentar su exclusiva colección de amantes, entre ellas la sobrina del propio Freeman, quien terminará involucrado sentimentalmente con tan atroz caso. Con la perversidad de El silencio de los inocentes y las pistas enigmáticas de Seven, Besos que matan va atrapando al espectador con un suspenso que hace recordar a los clásicos del género. Sólo que la película concentra la tensión casi exclusivamente en ocultar la identidad del sicópata, un efecto que da resultado en la medida en que transcurren los minutos, pero que bien puede llevar a la decepción en el desenlace, tal y como suele ocurrir con muchas cintas análogas. La forma de actuar del criminal y el palacete subterráneo de doncellas donde el secuestrador esconde a sus víctimas, son dos poderosas armas con las que cuenta el director para transmitir la magnitud del drama y la terrorífica mente que se esconde detrás de él. Pero ocultar la identidad del enemigo, más que alimentar el suspenso, termina por restarle encanto a una película cuyo desarrollo argumental _libre de trucos_ era suficiente para causar el efecto deseado.