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BLANCO

La segunda película de la trilogía de Kieslowski es una parábola sobre la venganza.

9 de diciembre de 1996

Director: Krzystof Kieslowski Protagonistas: Zbiegniew Zamachowsky y Julie Delpy El refrán popular dice que la venganza es dulce. Y ciertamente algo tiene de dulzura la venganza que plantea el fallecido director polaco Krzystof Kieslowski en la segunda película de su trilogía Azul, Blanco, Rojo. La dulzura, por supuesto, es patética y más que trágica; la venganza adquiere el delicado tono de la tristeza. Según los principios de la Revolución Francesa, si Azul trata de la libertad, a Blanco le corresponde la igualdad. Sin embargo en Blanco se trata de una igualdad trazada bajo los lineamientos ambiguos de la ley del Talión. La película es la historia de amor entre Karol, un peluquero polaco, y Dominique, su colega francesa, que decide abandonarlo por la incapacidad de su marido de satisfacerla en la cama. Apasionado pero impotente, Karol hará todo lo posible por hacerle pagar a Dominique su desprecio. De alguna manera Blanco recrea la fantasía de cualquier amante despechado con ansias de desquite. Al fin y al cabo quién no ha imaginado, por ejemplo, morirse sólo para advertir la reacción de su pareja en el funeral. Sin embargo, más allá de la trama _una comedia negra de baja intensidad_, en Krzystof Kieslowski cobra especial vida la simbología mediante la cual se manifiesta la equivalencia entre el vengador y su víctima. Para Karol la justicia es en el amor la felicidad o la desgracia compartidas, y ya que no se puede lograr la felicidad, lo más justo es que ambos asuman por igual la tragedia de su pasión. En sus deseos de posesión el amor es también una prisión. Y en este sentido Kieslowski logra en Blanco uno de sus más significativos epílogos, un final tan hermoso como triste cuyos símbolos recogen buena parte de sus maravillosas experiencias como director.