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BOLIVAR DESNUDO

"La ceniza del Libertador", el primero de una serie de libros que muestran de cerca a Simón Bolívar

29 de junio de 1987

Lo que más sorprende del nuevo libro de Fernando Cruz Kronfly es el lenguaje limpio y poético que ha utilizado para reconstruir, a su manera, el itinerario infernal y agonizante que realiza Simón Bolívar por el rio Magdalena hasta llegar a Santa Marta y morir con una camisa sucia y rota.

"La ceniza del Libertador" (acaba de ganarse el premio "Diana" en México con una ligera variación en el título, "La ceniza de Simón"), editada por Planeta dentro de su colección de autores colombianos es un buen ejemplo de artesanía, de cuidadoso oficio de ir colocando las distintas piezas que conforman las alucinaciones, la memoria atacada por el despecho, la nostalgia carcomida por los desengaños, la gloria llena de polillas, el olor de las mujeres que pasaron entre sus manos, el humo de las batallas que ya no pudo sacarse del pequeño y delgado cuerpo y sobre todo, la certidumbre fatal de que todo cuanto hizo por los colombianos fue en vano porque estos harán como esos perros que interrumpen su agitado sueno por arrebatarse unas visceras.

La sensación que deja la lectura de esta novela de 344 páginas es que Cruz escribió cada palabra, cada línea, cada párrafo, buscando conservar esa atmósfera terrible de soledad en la cual van apareciendo y desapareciendo los fantasmas de quien a bordo de ese barquito desvencijado hace un balance triste de su vida y sus batallas perdidas.

Curiosamente el autor se ha anticipado a dos proyectos ya en marcha alrededor del mismo personaje de Bolívar, las novelas de Alvaro Mutis y Gabriel García Márquez: es como si ese héroe derrotado, cuya herencia algunos prefieren desconocer, se hubiera convertido en el gran tema para los escritores, en una obsesión que resume muy bien toda la serie de conflictos políticos y sociales que sacuden a Latinoamérica actualmente.

No sin un dejo de ironía, dadas las circunstancias, Bolívar es llamado aquí Su Excelencia, o sea, el apogeo de la gloria terrenal, del protocolo y la lambonería de los áulicos pero el poder se reduce a los pocos metros que le quedan al enfermo para caminar tambaleante mientras intenta dominar las terribles ganas de vomitar que lo postran y la gloria queda descartada cuando come en manteles sucios y platos desportillados y el protocolo le sabe a porquería cuando contempla las sucias aguas de un río que ya estaba atacado de muerte, lo mismo que ese testigo.

El lenguaje preciso y poético del autor añade más dramatismo, más angustia, más soledad y también más tristeza a todos los fantasmas que invaden la pequeña nave, especialmente el de Manuelita, sensual y generosa, ambiciosa y cruel, puyándolo, presionándolo para que pase por encima de los enemigos y el Congreso, azuzándolo para que haga lo que considere mejor y ese mismo lenguaje es de una eficacia desconcertante cuando entendemos que ese hombre sabe que ni siquiera podrá dar la última batalla contra ese infierno cotidiano que lo rodea (el calor, la falta de alimentos adecuados, el agua potable que se acaba, los mosquitos, la fiebre, los dolores, las ganas de vomitar que son una constante en la novela, los animales y esos ayudantes cada vez más brutos), en ese último viaje que convierte a Su Excelencia en una sombra de otros personajes de Conrad que buscan, en un itinerario demencial averiguar dónde están las raíces de sus desgracias. Sin embargo, Su Excelencia lo sabe y se impacienta porque reconoce el rostro de la muerte y no le teme pero le fastidia porque es terco, orgulloso, maniático, leal, conocedor del alma humana y anticipa que la descomposición de su cuerpo es también la de un mundo que soñó y jamás se hizo real.

Si alguien quiere saber qué ha logrado la generación que sigue trabajando veinte años después de "Cien años de soledad", esta novela y "El patio de los vientos perdidos" de Burgos Cantor son, entre otras, el mejor ejemplo de excelentes narradores en quienes el lenguaje se detiene, se decanta, se enriquece con los fantasmas en los que muchos no quieren creer.--