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BOMBOS Y PLATILLOS

Con la presencia real, Botero entra por la puerta grande en Madrid

27 de julio de 1987

Ni una fiesta ni una exposición son novedad en la vida de Botero. Lo que es novedad es que este tipo de eventos coincidan en Madrid. Y que, por lo menos la exposición, haya tenido un sello real. Porque fue la misma reina Sofía, discretamente vestida de rojo con puntos blancos, la encargada de cortar la cinta de la más importante muestra retrospectiva del pintor. Y lo hizo con el encanto de su serena majestad la mañana del 22 de junio, en el Centro de Arte que lleva su nombre, un viejo hospital de guerra de muros abovedados muy altos y muy blancos, remodelado para servir de museo de exposiciones.
Después de 40 años de trabajo y cerca de dos mil obras realizadas, cuando sus pinturas y esculturas se cotizan en cifras exorbitantes y ocupan puesto de privilegio en los mejores museos y colecciones privadas del mundo, Botero entró en Madrid por la puerta grande.
Lejos está el sabor amargo de esa primera exposición en la capital española en 1968 que, según sus propias palabras, "no tuvo ningún éxito. Ni de crítica, ni de ventas". Lejos también el recuerdo de la frustrada venta de uno de sus cuadros al Museo de Arte Contemporáneo: "Quisieron comprarme un cuadro, pero a los seis meses lo devolvieron". Lo devolvieron, porque no alcanzaron a reunir los mil dólares que Botero pedía por el cuadro. ¡Qué ironía!, cuando hoy los precios de sus obras superan la barrera de los 200 mil dólares.
Esta vez la muestra, que viene de Alemania (Munich, Bremen y Francfort), ha estado precedida de toda suerte de aperitivos, como el suplemento semanal de Diario 16, que le dedicó la carátula y 23 de sus páginas con entrevista y comentarios sobre la vida y la obra del pintor, escritos por personajes tan diversos como Vargas Llosa, Antonio Caballero y Alberto Moravia.
"Llega Fernando Botero a España con el proverbial retraso con que llegan a nosotros los artistas latinoamericanos. Es decir, cuando, como en este caso, ya vienen precedidos de una sólida fama internacional", reconoce un comentarista de Diario 16. Y Fernando Botero parece acompasar el comentario con su paso firme que resuena en los pisos de mármol del Centro de Arte, mientras le enseña sus obras a la reina Sofía: 50 pinturas de gran formato, 54 dibujos y acuarelas y 10 esculturas en bronce. "Es una exposición bastante comprensiva. Abarca desde un cuadro del 59 hasta otro pintado este mismo año", dice el artista en una entrevista, para luego anunciar que a finales del año está prevista otra exposición en el palacio Sforzesco de Milán, dedicada íntegramente al tema de la corrida.
El éxito corona esta retrospectiva del pintor colombiano. Fotos a color en los periódicos acompañado de la reina, comentarios a diestra y siniestra, afiches en las calles, y el culto de sus adoradores de siempre y de sus no tan adoradores que reconocen el genio del pintor. No faltaron a la premiere diplomáticos y ministros, amigos y snobs, galeristas y marchand d'art, jet setters...
Botero, ese pintor que "hace clásico, gordo y colombiano", ha logrado, después de darle la espalda a los convencionalismos de la crítica y el público, entronizar su propio estilo.
"Nunca he hecho cosas como los demás, se diría que tengo vocación de ser diferente. No hago las cosas de un modo convencional..." Botero, "ante la tentación de ser Dalí (ingenio) y Picasso (genio) a un tiempo, decide ser Botero desde el principio hasta el final". Ha impuesto su estética hasta tal punto que, como dice Antonio Caballero, "siendo Botero un gran pintor, un pintor para los más refinados paladares críticos, es también al mismo tiempo un pintor para todos".
Por eso no es extraño encontrar alguna de sus obras en los más importantes museos del mundo, como tampoco reproducido en almanaques que cuelgan de las paredes en las más humildes tiendas de pueblo o en los tenderetes de los zapateros. Porque Botero es universal y al mismo tiempo latinoamericano, y colombiano. "En mi trabajo hay influencias de la pintura española, de la italiana, del arte popular y colonial. Mi temática ha sido siempre la realidad latinoamericana", dice el pintor. Pero esa realidad no se encuentra nunca en sus obras como comentario o en forma folclórica o ingenua. Botero es su propio estilo y con él ha ganado una posición en el mundo del arte. Hoy se la reconoce también España de donde hace 20 años tuvo que salir con el rabo entre las piernas.
Más de 100 obras se exhiben hasta agosto en el Centro de Arte Reina Sofia, desde "Cámara degli Sposi" (homenaje a Mantegna) a "Autorretrato con traje de Velázquez", pasando por "Alof de Vignancourt" (a la manera de Caravaggio). La exposición, comentan los españoles, está condenada al éxito.
DESCUBRIRSE ASI MISMO
El camino seguido por Botero para llegar a la deformación por la que es universalmente conocido es instructivo en su tortuosidad y oblicuidad. Al inspirarse en la pintura popular, en los ex votos, en las ilustraciones de los murales mexicanos, el pintor habría podido llegar directa e inmediatamente a una especie de estilo naif, convirtiéndose en el aduanero Rousseau de la América Latina.
Sin embargo, preocupado como estaba por resolver en primer lugar los problemas fundamentales de la pintura, Botero llegó a la deformación obesa a través del estudio, el pastiche y la imitación de los clásicos (Velázquez, Goya, Rubens, Durero, Mantegna, Piero della Francesca, Giorgione, Caravaggio, etcétera, y también Manet, Ingres, Courbert, Bonnard, Renoir, etcétera), lo que le permitió finalmente formular su original idea del volumen y del espacio, del dibujo y del color. De este modo, lo que podía limitarse a ser una simple ocurrencia se convirtió en una conquista. En otras palabras, Botero no inventó un estilo, se descubrió a sí mismo.