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Botero por caballero

A propósito de la exposición "La Corrida" de Botero en la Luis Angel Arango, SEMANA reproduce apartes de un texto de Antonio Caballero sobre el pintor y sus cuadros de toreo.

8 de marzo de 1993

EXPOSICION Botero por Caballero
BOTERO SE HA PUESto A PlNTAR toros, como pintaba obispos en otro tiempo, o generales, o peras y manzanas, o familias burguesas en el parque. No será una sorpresa para nadie que los toros de Botero salgan episcopales y gordos, sólidos y masivos, como manzanas burguesas en un parque. "Quiero pintar -dijo Botero en alguna entrevista- como si siempre estuviera pintando frutas".
Así son sus toros: como frutas. Sólo que esta vez son toros.
¿Por que toros? (y toreros, y majas, y picadores, y público en los tendidos: todo el mundillo taurino como en una cesta de frutas).
"Para dice Botero poder meter color, movimiento, absurdo". Es decir, como mero pretexto para pintar, que es lo que, por lo demás, suelen ser los asuntos que tratan los pintores en sus cuadros: crucifixiones, naturalezas muertas, saltimbanquis. Botero considera que el tema taurino es, en pintura, "un tema ennoblecido por la tradición", desde Goya hasta Picasso, desde Manet hasta Bacon. Y de ese pretexto le ha salido una larga serie de cuadros y dibujos "a tirones, por etapas" (...).
Taurino antes que pintor. En otra entrevista Botero pinta innumerables cuadros, y concede innumerables entrevistas publicada en el suplemento taurino de un diario de Andalucia, Botero afirma tal vez atolondradamente que su vocación pictórica le vino como consecuencia y compensación del fracaso de su carrera como matador de toros. Descubrió que era, como dicen los taurinos "algo cortito de valor" para ponerse de verdad frente a los cuernos de un novillo. "Pero tal vez gracias a eso me volví pintor. Porque era tal mi afición que me la pasaba dibujando toros. No era que tuviera interés en la pintura, sino que tenía interes en los toros, en dibujar naturales y pases de pecho. Pero de dibujar toros pase a dibujar.
Es algo que sucede un día, no se sabe cuando: que uno quiere hacer arte. No simplemente dibujar, sino hacer arte. Y ese es el día en que uno se convierte en artista".
A ese amor juvenil ha vuelto ahora, cuando es un pintor famoso a quien los matadores le brindan desde el ruedo la muerte de los toros, y que en la plaza de Santamaría de Bogotá tiene abono de barrera para toda la temporada y en la feria de abril de Sevilla va a la Maestranza a ver corridas desde todos los angulos, desde lo alto de la grada y desde el exclusivo palco de respeto de los maestrantes. (...) "Todos los que hablamos de toros (y todos hablamos de toros) hablamos pura paja. Nadie sabe de toros si no es torero, o ganadero" afirmaba Fernando Botero en la entrevista taurina mencionada, con ese acento tajante de autoridad inapelable que caracteriza las afirmaciones de los aficionados a los toros. Lo cual plantea un problema técnico: ¿sabe Botero de toros? La verdad es que, a juzgar por los que pinta, parece que no.
Porque no tienen mucho aspecto de toros. Mas bien parecen caballos de Paolo Ucello en la Batalla de San Romano, o inclusive rinocerontes grabados de oidas por Durero. O, a veces, perros muy gordos. O animales de felpa: esos toritos de peluche que compran los turistas en las tiendas de souvenirs de los aeropuertos españoles y que sirven mas tarde para ser colocados encima del televisor.(...)
Pero es que se trata, como ya se dijo, de toros "ennoblecidos por la tradición". No taurina, sino pictórica. Las referencias del toro de Botero no hay que buscarlas en la realidad zoológica de las plazas o las ganaderías de bravo, sino en la historia del arte. En los bisontes encogidos sobre si mismos de las cuevas de Altamira, en los monumentales toros asirios, en los minotauros de Picasso que tienen ellos tambien la mirada y la sonrisa sobrehumana de otros toros artísticos, toros de friso helenístico (o quizás bueyes) Más que toros de lidia, los que pinta Botero son toros mitológicos toros de rapto de Europa, o toros alegóricos de danza danza medieval de la muerte como ese toro colorado con risa de semidiós del cuadro Muerte de Ramón Torres. En resumen: toros pintados.
Otro tanto pasa con los caballos. Son caballos de tio vivo de feria, tallados en madera, caballitos rechonchos como los que cabalgaba Pedrito Botero en los retratos de hace 20 años, o incluso como esos aterradores caballos de circo con la cara congelada en una risotada silenciosa que salen a la pista fingidos por dos payasos disfrazados. (...)
Y lo mismo sucede, claro está, con las figuras humanas: los toreros, los picadores, las bailaoras de flamenco. Tal vez valga la pena anotar de pasada que en esta larga serie de La Corrida no todas las anatomías boterianas corresponden al mismo modelo: hay por lo menos dos fenotipos que se alternan en los cuadros. Uno, compacto y ovoidal, de grandes cabezotas sobre torsos de enanos y piernas de marionetas de cartón, que recuerda al Botero de los Ninos de Vallecas y de las Monalisas: el Antonio Chaves, el Mafador con oreja de Toro, la Maja con abanico. Y otro, en cambio, menos rígido y mas coreográfico, hecho de grandes formas ampulosas de monumentalidad rubensiana: vastas pantorrillas ajustadas en sus medias color rosa, tensos vientres hichados por la faja, grandes culos ceñidos de sedas y de oros (tal vez el famoso "culo sevillano", de noble tradición taurina), como en La Veróinica o en el Afarolado, o en el Tablao flamenco.
Pero tanto unas anatomías como las otras, tanto las de enanos como las de gigantes, las de caballos como las de bailaoras, son anatomías boterianas. Sonboteros. (...)
Así, los pesados y redondos toros y caballos de Botero, sus toreros nalgones, sus bailaoras de ancha pierna son, para empezar, boteros.
(...) Toros de pequeña ciudad de provincia latinoamericana de los años 40 e Medellín, donde pasó Fernando Botero los años de formaci6n de su retina de pintor-, serios sin mucho sentido del humor; pequeños burgueses provincianos cuidadosos de las formas, pomposos más que solemnes, y que uno imagina sin dificultad yendo todas las tardes al casino a encontrarse con otros toros como ellos para charlar un rato de política local tomando tinto. Se ve que son unos toracos, sí. Pero a la vez salen al ruedo a jugar su papel en la fiesta boteriana con una ligereza casi de bailarinas bailarinitas de provincia, niñas de colegio de monjas en representación de sesión solemne de fín de curso sobre sus pezuñas redondeadas, cuidadas, casi manicuradas. No son toros, sino boteros. (...)
Cuenta Botero en la ya citada entrevista de la feria de Sevilla: "Yo tenía un tío, Joaquín Angulo, loco por los toros, que quería queo fuera matador. Así que me puse a estudiar con un banderillero retirado que tenía una escuela taurina en Medellín, Aranguito, un mulato inmensamente gordo". (...)
En la pintura de Botero los matadores son gordos como todo lo demás, con una gordura claramente excesiva para la fuerza muscular y la estructura ósea o que en los toros se llama "la caja" que hace de ellos matadores "regordos", en el lenguaje taurino: como esos toros que en los últimos dos o tres meses en el campo han sido sobrealimentados con piensos enriquecidos y compuestos para que den en la báscula el peso reglamentario y que después, en el ruedo, no pueden con su alma. En aquel Aranguito de Medellín que fue maestro del pintor en los años 40 sería posible, pues, hallar el modelo original de todos los Boteros que han venido después: de todos los "gordos de Botero". (...)
Hay en el toreo de Fernando Botero una dulcificación de la muerte, un alejamiento del peligro, una desaparición de la fatiga, una estilización de la tragedia; en suma, una reducción del espectaculo terrible de la corrida a su puro aspecto decorativo que la convierte en eso: en toreo de salón. (...)
La "lógica de lo taurino" sale perdiendo cuando Botero, en un cuadro, necesita violarla e irrespetar los cánones por razones pictóricas. No se trata solamente de la desproporción que muchas veces existe entre los distintos elementos del cuadro Toros inmensos y picadores diminutos, etc.- sino del desden por la articulación de los tiempos de la lidia, que tauromáquicamente hablando (es decir, hablando desde la lógica de otro arte) no es gratuita. Así, en estos cuadros se ven cosas que pueden herir dolorosamente el ojo de un taurino: la pica a un toro ya banderilleado, ese ruedo sembrado de claveles en el "afarolado" que, en una corrida sería, se prestaría para peligrosos resbalones y en consecuencia los areneros de la plaza hubieran debido barrer ara no hablar, claro está, de esos picadores montados a caballo en el salón de su casa.- Esto es así porque, si en determinado momento los fines pictóricos, plásticos, que persigue Botero, exigen en tal o cual lugar del lienzo una mancha de color, Botero clava tranquilamente una banderilla, aunque sea en el rabo del toro, o aunque el toro este apenas saliendo del toril. (...)
Esto es obvio. Así tratan el tema todos los pintores serios que lo han tocado, desde el propio Goya, de quien se asegura que sabía torear, hasta alguien tan alejado de la sensibilidad taurina como Francis Bacon en sus desesperadas corridas circenses. Los toros, como ya se dijo, no son más que un pretexto. Botero busca en la corrida lo que quiere encontrar en ella: energía, compostura, ritmo. (...)
Pero dentro de toda la serie, Botero sigue siendo el mismo que era antes: el pintor experimentado, dueño de sus recursos, de su estilo, de su maniera, desde hace más de 20 años. Sus colores, como sus formas masivas, son los mismos colores vivos, no de la corrida (que es un espectáculo más pintoresco que pictórico, y en el cual la fuerza de los colores está como abotagada por el impacto violento de la luz y la sombra), sino de la pintura de Botero: colores pueblerinos, de mucha banderita de fiestas en el pueblo, que aunque tengan su -origen en el Renacimiento italiano (como lo tiene todo en su pintura) son también reconociblemente latinoamericanos.
Botero, que pinte toreros o que pinte parodias de Durero, y aunque viva en París y en Nueva York y exponga en Zurich y en Madrid, es siempre un pintor de la América andina, en su tono de humor irónico y taimado, en su amor por los colores nublados, en su gusto, algo empalagoso, como el del mazapán consumido en exceso por los milagros y las vírgenes y las corridas de toros y si: por las figuritas de mazapán y los bombones de dulce. El cual es también (y en este tema de los toros eso resalta más) un gusto muy anda luz: de orfebre de exvotos piadosos para agradecer intervenciones afortunadas, literalmente quites, de los santos y de las madres de Dios. Niños milagrosamente indemnes entre las astas de un toro, toros que escapan de la plaza y empitonan a una señora, pero "sólo por el mono". (...)
Toda la serie de La Corrida podría convertirse en una narración, una historieta falsamente ingenua y falsamente pop que contará todo un día de toros, desde el matador todavía dormido en su habitación en el amanecer de la corrida con su traje de luces ya dispuesto en la silla hasta la cogida y la muerte al final de la tarde, o, si ha habido suerte, hasta la juerga flamenca en el tablao para celebrarlo. (...)
Fernando Botero, aunque sus cuadros se usen para carteles taurinos (también se han usado, por lo demás, para ilustrar almanaques) no es un ilustrador: es decir, un subalterno. Sino un artista: alguien que inventa su propia realidad, y la impone. Cuando se le pregunta en la cien veces citada entrevista sin fondo sobre los toros que si lo suyo es buena tauromaquía o buena pintura, Botero simula un titubeo de modestia pero responde sin ninguna vacilación: "Me parece... buena pintura". (...) -
Apartes tomados del libro "Toros, toreros y públicos" de Antonio Caballero. El Ancora
Editores, Bogotá 1992.