Home

Cultura

Artículo

BUENOS DIAZ TRISTEZA

LA EXPOSICION DE FERNANDO BOTERO EN LA GALERIA MARLBOROUGH DE NEW YORK DEMUESTRA QUE SU PINTURA HA CAMBIADO DE ANIMO.

EDUARDO SERRANO
20 de enero de 1997

Para ojos poco acostumbrados a escudriñar la pintura y a examinar el trabajo de Fernando Botero podría parecer que las obras de su reciente exposición en la galería Marlborough de Nueva York son simplemente una reitera-ción de sus argumentos y de sus brillantes soluciones pictóricas. Después de todo, la robustez sigue siendo la principal particularidad de sus representaciones; el obispo, el presidente, la familia, la dama de sociedad y la mujer en la cama siguen contándose entre sus principales protagonistas; y las montañas, parques y pueblos colombianos continúan constituyendo su pintoresca escenografía. Pero la obra de Botero acusa diferencias en aspectos más profundos. Su pintura ha cambiado de ánimo, y en consecuencia sus alusiones e implicaciones han variado de carácter.Las diferencias en la obra reciente de Botero se patentizan en primer término en la intensidad de sus colores, los cuales son ahora bastante más saturados que en la mayoría de sus trabajos anteriores. Sus rojos son más rotundos, menos rosados, sus azules son más fuertes, menos celestes, y sus verdes oscilan entre un tono grave y un tono ácido amarilloso. Inclusive la encarnadura o color de la piel parece haber tomado un matiz más oscuro, menos radiante, y las figuras haber perdido la saludable lozanía que ostentaban, por ejemplo, en los homenajes a Ingres. En general su paleta se ha ensombrecido y un fondo bastante umbrío que en ocasiones llega a ser de un negro parejo ha reemplazado la luminosidad que generalmente definía sus espacios interiores.Buen número de sus personajes, además, ya no irradian la neutralidad expresiva que los caracterizaba ni ostentan aquellos rasgos seductores que a pesar de su gordura los hacía bonachones y atractivos. Por el contrario, en muchos casos han adquirido fisonomías o han adoptado muecas que se podrían calificar como desagradables ('La loca'), y su actitud ya no es plácida ni anodina sino más bien inquieta o ensimismada. Cierta tensión se hace perceptible en la melancolía de sus rostros, en sus gestos adustos, en sus miradas distantes, e inclusive en la expresión más bien apesadumbrada de quienes juegan billar o se solazan en los parques.Pero también hay nuevos elementos que hablan a las claras de otro ánimo en sus obras. Aves de carroña parecen imitar la actitud de los seres humanos o rondan premonitoriamente las escenas familiares ('Buenos días', 'La casa'); un loro en lugar de la Constitución aparece en la mano de 'El presidente'; los niños lloran sin consuelo ('Una familia'); y la lobreguez monocromática de la pequeña población colombiana detrás de la figura de 'El abogado' contrasta con las soleadas panorámicas de obras anteriores de la misma índole. Los desnudos femeninos se presentan en ámbitos bastante más escuetos, sin la variedad de elementos (mesas, frutas, ropas, zapatos, espejos, pieles, gatos) que antes los acompañaban; las parejas ya no bailan sino que miran al frente como perplejas, mientras que un perro parece ser el único ser vivo en un pueblo que permanece desolado mientras el reloj de la iglesia señala la una y 20 de la tarde.En conclusión, las obras de la última exposición de Botero ya no son tan divertidas ni tan festivas, y lejos de conducir a reflexiones paternalistas sobre los absurdos de la vida en el país, producen en el observador cierta desazón, cierta intranquilidad que ni siquiera la exuberancia de las naturalezas muertas logra mitigar del todo. Su particular y elocuente manera de expresión además de constituir un gran aporte al arte de este siglo ha servido para que el observador identifique implicaciones agridulces sobre la sociedad colombiana o sobre la frivolidad de sus dirigentes civiles, religiosos y militares, pero ahora conduce más bien a lucubraciones sobre la soledad, la ansiedad y la tristeza.Conociendo las prioridades estilísticas de Botero es muy posible que los cambios mencionados no se hubieran buscado conscientemente. Algunos de ellos habían aflorado de manera esporádica en su producción, y es bien sabido que el pintor ha evitado a toda costa cargar su pintura con comentarios o mensajes. Pero no solo se trata de aspectos y detalles que ahora se presentan con insistencia sino que, como el mismo pintor lo ha expresado, "las cosas del subconsciente entran en la obra de una manera completamente natural" siendo muy posible que también Botero, quien se ha proclamado como "el más colombiano de los artistas", se haya contagiado del pesimismo y el desasosiego que se han apoderado de la vida en el país.Otras variaciones detectables en sus últimos trabajos son, en cambio, claro resultado de su búsqueda estilística, como el hecho de que el óleo se aplique de manera más elaborada y de que la contextura de los personajes sea más proporcionada apuntando a la monumentalidad más que a la obesidad. Es decir, como era de esperarse la obra de Botero ha evolucionado dentro de los particulares parámetros de su lenguaje enriqueciéndose en su realización y en sus connotaciones, pero los cambios recientes son tan notables que solo una mirada superficial o el desconocimiento de su trabajo anterior podrían llevar a la conclusión de que su pintura no refleja su tiempo y su contexto o de que se ha mantenido imperturbable y estática. nn Sus últimas obras no son tan festivas y producen cierta desazón