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CAMARA...ACCION

Los dramatizados se le están midiendo a la aventura, un género sin mucha tradición en Colombia, y apenas han logrado tímidos resultados.

23 de diciembre de 1996

Una de las características de la televisión nacional es que, a diferencia de otras, no se nutrió del cine o de la imagen en sus orígenes, sino que tuvo como primer paradigma a la radio. De este medio salieron sus primeros actores, directores, libretistas, e indudablemente esta formación fue definitiva. Durante mucho tiempo la programación nacional se hizo bajo el imperio de las reglas radiales: imágenes estáticas y voces grandilocuentes marcaron casi 40 años de su historia. Incluso hoy, cuando los adelantos son indudables en el manejo de exteriores, nuevas estructuras narrativas y movilidad, muchos dramatizados siguen cargando con el estigma de este pasado radiofónico, donde lo que valen son las palabras. En este sentido, es una novedad que dos dramatizados le apuesten al género de la aventura, en el cual la balanza se inclina al otro extremo para darle privilegio a la acción frente a cualquier conflicto dramático. Fuego verde y Hombres de honor, cada uno a su manera, son esas series que se han arriesgado a poner en primer plano el movimiento y el placer per se de la aventura. Una tarea nada fácil, teniendo en cuenta la poca tradición que ha existido en el país en este género, lo que indudablemente también se ha traducido en la precariedad de la infraestructura técnica para realizarlo como Dios manda. Pues es muy distinto grabar una serie entera dentro de estudios y con personajes sentados en un sofá, a aventurarse a registrar balaceras, fugas de carros con decenas de extras, explosiones de bombas y atentados. Y estas dificultades técnicas para las que la industria del país, especializada en otros géneros, por lo general no tiene soluciones, sin duda ha terminado por incidir en la calidad de las imágenes y en la credibilidad de estos dramatizados. Hombres de honor, por ejemplo, a pesar de contar con la ayuda del Ejército para la movilización de sus extras, apenas alcanza resultados muy tímidos y a veces bastante ingenuos en su narración. Mientras Fuego verde, que no tiene tan altos niveles de dificultad en la realización, también se ha visto corta para poner en escena las exuberantes escenas de acción. Pero, aparte de la torpeza en algunas soluciones prácticas, lo que más puede reprochársele a estos dos intentos es no hilar con naturalidad la parte dramática con las escenas de acción. En Hombres de honor, por ejemplo, no tiene ninguna justificación el tono teatral de los actores con las supuestamente intensas batallas en que se encuentran sus personajes. Nadie esperaría que un soldado en pleno combate module parlamentos con sujeto, predicado y complementos, que pronuncie palabras rebuscadas y abuse de una entonación de discurso mesiánico. Aunque se trata de una serie institucional que busca mostrar la parte heroica del Ejército, la televisión tiene sus códigos y los espectadores esperan que se cumplan. Además los héroes de hoy no tienen nada que ver con los próceres de la independencia. Su credibilidad se quiebra por cuenta de esta radical falsedad entre lo que se dice, cómo se dice y lo que se ve. Por el lado de Fuego verde, la aventura terminó por comerse al fresco social de la zona esmeraldífera que en un principio quiso recrear. Los personajes han diluido su corporeidad inicial en frágiles caricaturas, pues parece ser que lo importante es que sean susceptibles de saltar, matar, atacar, huir y no tanto sus consistencia interna. Carlos Duplat, el director, terminó enredado en los fantásticos libretos, a veces divertidos, pero que no logran llegar a la médula de la realidad nacional en la que pretenden moverse. Se trata, pues, de dos valiosos intentos, que por primera vez han ido en contra de la costumbre ancestral de la televisión colombiana de contar historias con palabras para mostrarlas en imágenes vibrantes, pero a las que todavía les falta mucho por recorrer en recursos técnicos. Y que por decidirse por ese extremo han descuidado aquello que sí saben hacer los colombianos: narrar sus historias con credibilidad.