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María Isabel Rueda frente al montaje de ‘Más allá’, su última exposición, que por estos días se puede ver en la Galería Casa Reigner

ARTE

Caminos extraviados

A un mes del colapso del histórico muelle de Puerto Colombia, se inaugura en Casas Riegner 'Más allá', una nostálgica exposición de María Isabel Rueda con fotografías de la costa atlántica.

2 de mayo de 2009

Mi última visión del muelle -dijo la poetisa Meira del Mar- fue como encontrar el envejecido retrato de una persona amada. El tiempo, el abandono, el polvo del olvido selene pudieron borrar casi todos los rasgos y expresiones. Lo que perdura es, si acaso, una imagen ausente y sin embargo, hermosa". De las palabras de la poetisa han pasado poco más de 10 años. Y si en ese entonces del muelle quedaba poco, hoy queda aún menos. El pasado 7 de marzo, un mar de leva hizo colapsar 200 metros de lo que en otra época fue una obra 'colosal', la más grande de su tipo a comienzos del siglo pasado. A pesar de que desde hacía varios años se sabía el peligro que corría y de que en 2003 sus habitantes interpusieron una acción popular para salvar el muelle y lo que quedaba de su recuerdo: el sueño de la modernidad en Colombia. Porque por Puerto Colombia entraron los sirios, libaneses, musulmanes y judíos a principio de siglo y por ahí salían la quina y el café que empezaba a ser el principal producto de exportación. Fue el primero donde atracaron trasatlánticos franceses, ingleses, alemanes y del resto del mundo; un balneario exquisito donde se respiraba aire cosmopolita y en el que, según la leyenda, se hacían bailes sobre el mar y por el que entró Gardel para morir en Medellín. Las voces de protesta se hicieron oír: notas editoriales en los periódicos, mensajes de correo electrónico, grupos en Facebook: con esos 200 metros y la clausura definitiva del muelle se había perdido parte del patrimonio histórico de Colombia y parte de la memoria de la costa caribe.

El miércoles pasado inauguró la exposición Más allá, una serie de 32 fotografías de María Isabel Rueda sobre la costa atlántica, en la Galería Casas Riegner de Bogotá. Un viaje que ella inició cuando aún no estaba clausurado el legendario muelle de Puerto Colombia."La primera vez que fui -de niña- el muelle me pareció tenebroso, algo gótico", dice Rueda. Hace dos años regresó y empezó a registrar lo que veía: el deterioro del malecón, los pescadores, el mar y los cambios de luz en las distintas horas del día. En ese momento no tenía idea de qué iba a resultar de las fotos. Muchos de sus proyectos, dice, se van desarrollando con el tiempo y a veces sus fotografías permanecen archivadas durante años antes de ser expuestas, antes de conformar una serie. A finales del año pasado -poco antes de que el malecón finalmente se hundiera-, ella regresó. Pero su destino final ahora sería otro: siguiendo el ferrocarril de la Costa, llegó hasta la alta Guajira. Un camino, un viaje que empezaba cerca de Barranquilla, pasaba por el Cabo de la Vela, de ahí seguía a Bahía Hondita y terminaba en Punta Gallinas. Junto a tres amigos y varios guías, tomó cientos de fotografías durante una semana, a veces montada en una camioneta 4x4, otras mientras viajaba en chalupa, a veces durante caminatas que podían durar seis horas bajo el sol. Y después de eso, la serie estuvo completa: la bautizó Más allá.

María Isabel Rueda tiene una obra que es conocida, sobre todo, por los retratos. Revés, de 2001, es una serie de retratos de jóvenes cuya forma de vestir revela una postura en la vida, su lugar en la sociedad, una reflexión sobre la libertad. La serie Vampiros en la Sabana, que se mostró por primera vez en 2003, y luego se vio en las calles de Bogotá en Fotomuseo, es un conjunto de retratos en blanco y negro de 'mujeres-vampiro', vestidas de negro y con maquillaje al estilo gótico -las últimas representantes de la estética punk europea sólo que fuera de su contexto: ahora estaban en la Sabana de Bogotá-. Esta es una serie clave en su carrera. De esta derivó la serie Crash (2005, hombres y mujeres vampiro, a todo color en Bogotá), en la que se vio por primera vez cierta obsesión de la artista: un gusto por lo gótico, los muertos vivientes, la fantasmagoría, y una estética que ahonda en la relación entre el retratado y el espacio que lo rodea. Encanto y horror, de 2004, de hecho parte de la pregunta por el espacio que habitarían sus vampiros. La respuesta: los castillos del Parque Jaime Duque; quizá, los de Salitre Mágico, y hasta una de las puertas del Museo del Chicó. La ironía es evidente.

Pero el sentir de Más allá es otro. Puerto Colombia, la Costa Atlántica, Punta Gallinas, son límites geopolíticos, lugares donde empieza y termina Colombia. Y las fotografías tienen una fuerte carga simbólica."Es imposible pararse frente al malecón de Puerto Colombia y no pensar en el más allá", dice Rueda, cartagenera de nacimiento, junto a la fotografía de un muelle carcomido por el óxido y la herrumbre que se despliega hacia el infinito -Puerto Colombia: el lugar donde inició su viaje y el registro con el que empieza el recorrido de su exposición-. "Esa otra me recuerda a la barca de Caronte", dice, señalando una fotografía al otro lado de la sala, una toma a distancia de una chalupa en el mar abierto, uno de los tantos mares que componen la serie: un mar violento de picos y texturas que parecen dibujadas; el mar liso, tranquilo, hospitalario del Cabo de la Vela; un mar que, aunque es el mismo, cambia a distintas horas del día y con el que Rueda experimenta con los cambios de luz. En la mayoría de las fotos que componen la serie, no sólo se nota un cuidado en la técnica que no está en las anteriores series, sino que, como dice Rueda, "aquí el espacio le ganó al retrato".

Pero el trayecto de la barca de Caronte, el mítico recorrido entre el mundo de los vivos y el de los muertos, el más allá, no es el único de esta serie. El camino -los caminos- parece estar presente en cada una de las fotografías: el sendero que dejan las huellas de los caminantes en la arena del desierto, la línea que forman las conchas en el cementerio de caracoles en la alta Guajira, el recorrido de la camioneta 4x4 sobre la arena, las señas del antiguo ferrocarril en el malecón, la distancia que recorre la mirada de un pescador frente al mar (y de espaldas al espectador). Caminos todos y caminos, en cada caso, de algo ausente, de algo que fue y que ya no está -un fantasma; el muelle de Puerto Colombia-, pero que alguna vez estuvo presente y vive en las inevitables huellas que dejó a su paso.