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CARNAVAL CARIBE

Esta selección de imágenes de Diego Samper le hace un homenaje al clásico fesfival barranquillero.

3 de abril de 1995

EN POCAS OCAsiones la vida sale con todos sus colores al sol como en los carnavales, esas fiestas colectivas de reminiscencias medievales con un pie en los infiernos y otro en las delicias celestiales. El de Barranquilla es uno de los veteranos en Colombia. Cuatro días de jolgorio, música y máscaras descubren la huella visceral del conquistador, del esclavo emancipado y del indio que habita en el fondo del Caribe mestizo, con mucha más fuerza que en los libros de texto que cuentan batallas de dudosos vencedores y vencidos.
Sin embargo, cuando la cumbia y los congos se silencian y la lavandera se quita sus galas de reina portuguesa o el zapatero ya no lleva las insignias de guerrero africano, nada queda de esta vía libre a los sentidos y el juego, fuera de las calles llenas de basura y una que otra resaca en las esquinas.
Las fotografías de Diego Samper Martínez han logrado durante varios años el milagro de congelar lo incongelable: la respiración de las pieles sudorosas, los diseños increíbles en movimientos delirantes, el paso ampuloso del gran caimán o las lágrimas de los míticos tigres, junto a las exuberantes coreografías de las comparsas.
Todas estas imágenes salen ahora en el libro Carnaval Caribe, editado por el autor y con textos de la sicóloga y antropóloga Mirtha Buelvas, dos expertos en esa sonrisa masiva de Barranquilla que tiene lugar, como un rito, todos los principios de año.
El libro, impreso en Ecuador, es un excelente trabajo que logra una nueva imagen del carnaval (retratado en otras oportunidades, como en la excelente galería de la fotógrafa Vicky Ospina)
Es de destacar ante todo el rescate de los diseños, del manejo artístico del color, de detalles como manos, nucas, espaldas, pieles y pies en fotografías que se dan el lujo de prescindir de la anécdota, en la fiesta siempre viva del carnaval.